Opinión Nacional

Chávez si pierde, gana. Si gana, consummatum est

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Venezuela vive uno de sus momentos trágicos, tal vez el más, de mayor complejidad. Su destino la conduce ineluctable a un modelo autoritario absoluto o a un modelo abierto en complejas contradicciones. La hipótesis reclama de una cuidadosa demostración, la cual intentaré como un borrador, dejando a mis lectores la petición y corresponsabilidad de mejorar o de rechazar, según sea la consistencia del análisis. El presidente está atrapado en sus propias redes. Primero. La imposibilidad de definir su socialismo, al menos en los términos sui géneris de su enunciado, indoamericano, originario, bolivariano, robinsoniano, zamorano, humanista, cristiano…, lo que en síntesis llama, el modo socialista venezolano; esta “ensalada” inaprensible, insostenible, le impide la construcción de modelo probable alguno, de modo que, en su práctica, se ve en la necesidad de convertirse él mismo en el ser supremo que encarna esas cualidades, y, por consecuencia, sus relaciones con sus seguidores se conforman, en su mayoría, por el cúmulo de promesas, legítimas en cuanto al llamado a la equidad, la justicia, que reclaman respuestas, etc., otros, por vía idolátrica, el “Chávez, patria o muerte” y, por las propias relaciones intrínsecas al poder, sus beneficiarios, quienes conforman la llamada boliburguesía, la plutocracia, el mujiquismo grotesco, el clientelismo, entre otros vicios. Debe añadirse los niveles de identidad que Chávez hace esfuerzos en reafirmar. En efecto, la dramatización de sus propios defectos, de sus problemas, como su mal cantar, sus grotescas expresiones que no excluyen ni siquiera sus portentos sexuales, ni sus sufrimientos por la desesperación de tener que excretar y no tener en donde, y el éxito de ser aplaudido por semejante hazaña, su violencia verbal incontenible, dan fuerzas al ser común para desinhibidse. Son ejemplos liberadores del liberado. Si el presidente puede hacerlo, ¿por qué no yo?
Segundo. En la construcción del “pensamiento revolucionario sin pensamiento”, dos elementos básicos son el soporte de su narcisismo. A) el desarrollo del odio como forma de cohesión del de abajo. Odio que se estimula al proponer como responsable de la miseria del de abajo, el bienestar del de arriba. Cuya injusticia estaría no sólo en evitar al de abajo ir a flote, sino en arrebatarle lo que, según la legitimidad del odio, así manipulada, le pertenece. El ser revolucionario no está en ser consciente de sus limitaciones y sus fortalezas, en consecuencia de su propia probabilidad de crecimiento humano, sino que ello le ha sido secuestrado, que lo tiene el otro. A ese otro, por tanto, hay que destruir. La destrucción del otro se convierte en el constructo para la realización del de abajo. La envidia se estimula para la construcción de la venganza El segundo componente, es el traslado de esta conspiración al país. Toda la miseria imperante (escasez, inseguridad, desempleo, desabastecimiento, la falta de agua potable, la abundancia de excretas, insalubridad… etc.!) tiene un y único responsable, el capitalismo, el imperialismo. Y en ese juego, “simétrico”, el capitalismo existe en el país, con toda su condenable criminalidad, en cada quien que adverse ese discurso, transformándose en lacayo del imperialismo yenkee, por tanto sujetos del mal y objetos de la justicia revolucionaria. Es el mismo solo que varia la escala. Pero hic rodas hic salta, la base material que sirve a este modo de ejercer el poder se empieza a debilitar, también por varias razones. La más simple, quien recibe sin trabajar, quien no produce, mientras más recibe más demanda. Y nada ni nadie pueden satisfacer esta “esperanza” bien humana, al contrario, se multiplica. Se convierte en avaro tras lo que aún no tiene y concupiscente orgiástico de cuanto va alcanzando. Otra, está en la paradoja, es la crisis energética del capitalismo la que le permite, en su escandalosa mejor parte, tener los dólares suficientes para el alimento de su narcisismo mesiánico pues su maná, si bien no alcanaza para todos, mantiene viva parte de la esperanza. A mediano plazo la fuente petrolera seguirá alimentando el ocio impúdico, pero a pesar de ello, las demandas reales y el vacío inmenso de respuestas tiene expresiones críticas. Salud, educación, ciencia, tecnología, infraestructura, agua…inseguridad. Esto lo sabe bien el presidente.

Tercero. El presidente ha asumido el juego de la democracia formal. Las elecciones, referenda, son parte de su carta. Pero este juego también tiende a su fin. Hasta hace poco su palabra era la palabra y la última palabra. Hoy partiendo del juego democrático formal, las aspiraciones de agrupaciones, de dirigentes, de la gente aliada, la invocan para legitimar sus aspiraciones y también para denunciar, aun tímidamente, las contracciones de la democracia participativa, protagónica, etc. cuya inexistencia es abultadamente visible, en el discurso presidencial y en sus actos cotidianos. El propio Presidente ha vociferado que engavetó programas para Guárico, porque desconfiaba del gobernador Manuitt. Entre esos programas, el ferroviario, autopistas, infraestructura agrícola, sistemas de riego, de aguas blancas y servidas, etc., lo que sí hará ahora con su candidato a la gobernación, W.Lara. Esta monstruosa confesión no alcanza sus fronteras en detener los posibles éxitos de Manuitt, sino que no se pondera el daño a una población entera, y más allá de la gente del Guárico, a todo el país. El esquema es demasiado simple pero demasiado enfermo. Condenar a alguien por desconfiar de él, es delito mayor que la propia inquisición, tanto más si la condena alcanza a todo un pueblo totalmente inocente. Esto se sabía. Gobernadores como Rosales, muchos alcaldes, se quejan sistemáticamente de que “no bajan los recursos” y ello para, sencillamente impedir que se empleen en obras que, al parecer del presidente, convierten al ejecutor en su primer beneficiado político. El bien común, la calidad de vida de la sociedad, del pueblo, se hace secundaria, si alcanzase alguna consideración.

Cuarto, en este presidio que le impuso el juego, pero para zafarse de él, el presidente ha recurrido a la legislación para reafirmar su fuerza, mucho más que para legitimar su autoridad, cada vez más débil. Estas formas de legalizar, no son solo las salidas de su “puño y letra” con la habilitante, sino que hace ya algún tiempo se ha venido construyendo ese aparato que legaliza su poder, que lo concentra en él, y, obviamente, debilita, primero, desconoce, luego, las posibilidades de éxito en el ejercicio real de las alcaldías y gobernaciones. En este contexto ha de inscribirse el análisis de las leyes del paquetazo (las 26 y las otras muchas). No hay espacio para el estudio pero consulte el lector las nuevas atribuciones del presidente y compárela con las atribuciones de los concejos comunales.

Atrapado está, pues, el presidente y la única salida que le queda, su destino, conduce ineluctable a un modelo autoritario absoluto y en este propósito, los poderes del estado están obligados a legalizar, a “constitucionalizar” los poderes en el presidente. La única salida no violenta, desde luego que hay, está en consciencia de toda la sociedad (toda!) no solo de la injusticia e ineticidad del modelo que se impone, sino la alternativa que se propone para superarlo. Superar no significa destrucción. Pero tampoco significa sustituir un mal por otro que se estima menor. Se trata entonces de conformar un proyecto de sociedad abierta, pero con la rigurosa fundamentación científica y orientación ética, que pasa por admitir, entre otros hechos, que el socialismo real fracasó por su imbécil manejo de los problemas inherentes a la conciencia, a la cultura, a la ciencia, al arte, la religión, al individuo. Que parte de su tragedia estuvo en reafirmar la inquisición, la intolerancia, el fundamentalismo de una religión atea, como quiso hacerse del marxismo leninismo, etc., que el tratamiento a la naturaleza, su destrucción, fue idéntico al del capitalismo industrial, que tiene al mundo al borde del abismo y casi sin poder retroceder. Pasa por asumir los graves daños, crímenes del capitalismo, cuidadosamente denunciados desde hace ya siglos, pero asumir sus conquistas, no sus dogmas, entre los cuales está la asunción del mercado como un absoluto por encima de todo e, incluso, alimento de la propia libertad. Nada sencillo, pero el esfuerzo es necesario si no se quiere repetir el siclo trágico en el cual la humanidad ha vivido por siempre.

Si en noviembre la derrota de Chávez alcanza trascendencia, se verá obligado a redimensionar su conducta (táctica y estrategia, dice él). Quiéralo o no. Y ello podría para el devenir de sus propósitos, al menos, darle alguna coherencia ideológica y a aprender a vivir, a coexistir pacíficamente, so pena de desaparecer su proyecto o en la obligación de hacerse dictador. Si los sectores, piadosamente críticos, son derrotados, podría tener sus hondas raíces en la ausencia de un proyecto superador, víctimas del juego de poder. Pero si llegan a alcaldías y gobernaciones para nada hacer, todo estará perdido., porque el poder deglute la conciencia.

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