Opinión Nacional

Ciudad y estado

Mucho se ha insistido en los tiempos recientes acerca de la creciente importancia que asumen las ciudades en comparación con el debilitamiento relativo de los estados nacionales. ¿Cuánto de verdad hay en ello y de cuáles factores depende? Eso nos proponemos responder ahora, en la medida de nuestras posibilidades y en el escaso espacio de este artículo periodístico.

Resulta evidente que la mayoría de los estados son demasiado pequeños para influir de manera significativa en la dinámica de los procesos de globalización que hoy recorren el planeta, lo que ha conducido a ensayos como el de la Unión Europea y a otros más recientes y hasta ahora menos exitosos como los de la CAN o el Mercosur, mientras que en paralelo ha ocurrido que, en períodos muy cortos, ellos han alcanzado niveles de urbanización inimaginables hace pocas décadas. Pero las ciudades resultantes de estos procesos son además universos distintos de la ciudad que conocimos tradicionalmente, destacando entre sus principales características, con los matices de cada caso particular, una enorme diversidad cultural que el metabolismo urbano ha sido capaz de integrar en una síntesis de enorme poder innovador y que les otorga una representatividad y una legitimidad social indiscutibles.

Aunada a la revolución tecnológica en curso, en gran medida nacida de ella misma, semejante dinámica le ha otorgado a esas ciudades, cada vez más numerosas y más grandes, una capacidad de incidir sobre los comportamientos globales sin precedentes, asociada al efecto acumulativo circular que resulta de la concentración en ellas de los principales centros de generación de conocimiento e innovaciones: no en vano existe abundante evidencia en cuanto a que el recurso más valioso de una sociedad es su capital humano.

Paralelamente, el creciente desarrollo de las tecnologías de información y comunicaciones acelera la dinámica competitiva entre ellas, pero a su vez posibilita el establecimiento de alianzas con sus vecinas en las extendidas nebulosas urbanas que van conformándose en todos los continentes, potenciando su capacidad innovadora y generadora de bienestar para sus habitantes.

Aún más que el pasado, el siglo XXI se perfila como el siglo de las ciudades y estas como los principales motores del crecimiento económico y el desarrollo humano. Eso ha sido entendido por la mayoría de los estados nacionales que hoy apuestan a la descentralización y la autonomía de las ciudades para aprovechar las fuerzas positivas de la globalización y neutralizar las negativas. En el caso venezolano, lamentablemente, una ideología absolutamente desactualizada y de acentuada impronta cuartelaria arremete contra la descentralización y la autonomía local. Un camino que conduce a la ruina de las ciudades, pero también de la nación toda.

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