Opinión Nacional

Clerofobia oficialista

Como corolario al juego de la implantación del mustio comunismo insular, cuando en realidad se trata de una invasión de métodos de control, existe una tendencia en el oficialismo, que supera a la oligarquía fidelista, y esta no es otra que el profundo sentimiento clerófobo del Presidente y sus Ejecutores, de los cuales solo mencionaremos a los dos principales.

En primer lugar tenemos a la Vicepresidencia de la República, esa especie de cargo baldío creado por la Constitución “cortina” de 1999, de cuyos resultados por su gestión merecen un estruendoso siseo, ejercida por un personaje sibilino absolutamente clerófobo, que todos conocemos, y que en sus múltiples funciones dentro del Gobierno, ha llevado a la destrucción de la moral de la Fuerza Armada, cuando fue Ministro de la Defensa, y a la fijación de las políticas anti norteamericanas cuando fue Ministro de Relaciones Exteriores, tarea que sigue cumpliendo a través de su badulaque que se encuentra actualmente en el cargo.

En segundo lugar está el Ministro de Interior y Justicia, este fosco y enigmático individuo, con una participación indecorosa (por no decir criminal) en el golpe de estado del 92 (a un año de las elecciones para elegir nuevo Presidente), encargado, de acuerdo con el artículo 40 de la Ley Orgánica de Administración Central, de la seguridad personal y el orden público de los venezolanos; de los servicios penitenciarios; de la prevención y represión del delito; de la coordinación de los cuerpos de policía, y de la inspección y relaciones con los cultos establecidos en el país, ha tenido un desempeño que se puede calificar como deshonroso, los resultados de su gestión merecen la desaprobación de toda la ciudadanía. Es totalmente clerófobo, y ha utilizado las funciones inherentes a su cargo para fustigar a la iglesia católica.

Finalmente, el principal responsable de esta gigantesca debacle endógena, que ha significado este calamitoso Gobierno, no es otro que el medroso e ignaro Presidente de la República, quien, con toda la estrategia comunicacional pareciera querer implantar una Constitución Civil del Clero, y es esa la razón de los continuos, desmesurados e insolentes ataques del Presidente en contra la institución eclesiástica y algunos de sus miembros.

Con la “involución” a la que Chávez ha estado sometiendo al país, en donde cada día se vive una nueva incertidumbre; en donde cada día se abre un nuevo frente para el Gobierno; donde se hiere profundamente en cada ocasión su inestable e inexistente “revolución”, se desgarra aún más el cuerpo del país que él mismo comenzó a destruir a partir de ese lúgubre 4 de febrero de 1992. Estas continuas y repetidas heridas, se hacen cada vez más venenosas, irritan enteramente las múltiples llagas que corrompen, carcomen y disuelven esta sofisticada Dictadura. El mundo conoce que tenemos unos Poderes Públicos de estampa, unos Poderes Públicos sin autoridad; un Presidente que legisla, que inquiere, que juzga, premia, castiga, y lo pretende hacer todo menos lo que debería hacer. Ahora, habiendo logrado el absolutismo, pretende la escisión religiosa como parte de su diabólica estrategia de controlar todos los estamentos de la sociedad. Ya teníamos bastantes contrariedades, pero el flamante Dictador, nos pretende crear nuevas por capricho; ya teníamos bastantes peligros y el pusilánime Autócrata pretende provocarnos otros aun más peligrosos; ya teníamos bastantes dificultades, y el déspota polibarragano pretende crearnos las más inextricables.

La arcana maniobra de este torpe régimen, que consiste en dejar todo a la voluntad del Tirano clerófobo, pretende echar mano a la Iglesia, empujando al país al bizantinismo (en Constantinopla el Sultán era dueño de los cuerpos y de las almas, y en otra época los Césares habían querido hacer dogmas y leyes), erigiendo al Presidente a la vez en Dictador y Papa.

Los arrebatos de grandeza y la ambición de querer adueñarse de todo, obnubilan el espíritu del Presidente y le embriagan la razón, no dejándolo oír los baladros de un pueblo cada vez más desesperado por la ineficacia e incapacidad ostensible de este Gobierno, y no dejándolo ver la situación que cada día agobia más a la nación. Este es un país que ha sido, es y seguirá siendo católico en su inmensa mayoría y cuyo pueblo ha expresado el grito de protesta ante nuestro oscuro horizonte. De estas voces de críticas son autores y testigos los ojos y los oídos de todo el pueblo venezolano, que el Presidente no quiere ni ver ni oír, porque, como decía Heráclito: “Malos testigos los oídos y los ojos cuando se tiene alma de salvaje”.
Cuando Venezuela en su nacimiento abrazó la democracia y la religión católica, ya éstas tenían sus principios, sus leyes, su derecho, sus instituciones y la iglesia, su Cabeza. Es por ello que las declaraciones del Monseñor que más molestaron al Presidente, fue la de calificar a su Gobierno como una Dictadura, no porque no se haya dicho antes, sino por provenir tamaña afirmación de una autoridad moral intachable, perteneciente a la institución más amada y respetada del país. La verdad siempre ocasiona un gran dolor, pero cuando ésta es difundida por uno de los representantes de la misión de la iglesia, enraizada en el Nuevo Testamento, se produce un inmenso suplicio que obliga a expulsar el odio que se lleva por dentro.

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