Opinión Nacional

Colgados del viaducto

Infeliz, por no decir otra cosa, fue la metáfora utilizada por Chávez en su extenso discurso, con ocasión de la presentación de su informe anual, ante la obediente Asamblea Nacional, cuando se refirió a la actitud de la oposición en relación con el colapso de la autopista Caracas-La Guaira: “Quédense guindando del pobre viaducto”, manifestó en tono burlón y arrogante, al comentar las críticas de sectores adversos al régimen. Como si no fuese legítimo criticar a los gobiernos cuando la desidia, la corrupción y la incapacidad, se convierten en factores de perturbación que afectan a la colectividad.

Utilizar una tragedia de tal magnitud, para agredir a quienes piensan distinto al comandante del proceso “bolivariano”, pone de bulto el poco aprecio que tiene el alto gobierno por lo que está sucediendo. “·¿Donde quedan la sufrimiento de la gente de Vargas, que ven evaporarse de un plumazo sus aspiraciones de una vida mejor, más agradable? además de todos los percances que acarrea la imposibilidad de comunicar Caracas con el principal puerto del país. Dígase lo que se diga contra el gobierno, éste no puede servirse del sufrimiento de un pueblo, de su infortunio (sobre todo cuando es causado por el propio gobierno), para defenderse atacando a quienes lo critican.

¡Ah!, pero Chávez, en su larga perorata no se refirió a la crisis hospitalaria; a la inseguridad personal; a las invasiones dirigidas, ya no solamente de fincas ,sino también de inmuebles urbanos; al desempleo, causado por la poca inversión privada generadora de fuentes de trabajo; al colapso de la vialidad urbana y rural; a la basura que inunda a Caracas y otras ciudades; a los niños de la calle, que cada día son más; a la crisis general de los servicios públicos; a la corrupción que campea impune en su gobierno; y, para terminar este corto rosario de problemas, al sonado caso Anderson, que se ha convertido en la mácula del Poder Judicial y de la Fiscalía.

Y no lo hizo porque no tiene nada que decir sobre su cuestionable obra de gobierno. Sencillamente, intenta tapar (¿por cuánto tiempo más?) todas las deficiencias de quienes se creen dueños y señores de Venezuela, al igual que los caudillos montoneros que azotaron y martirizaron la república durante el siglo XIX, y parte del XX. Pero, poco a poco, la gente va despertando, porque no se puede engañar permanentemente a un país, sin que el pueblo reaccione cansado, obstinado, por tantas promesas incumplidas, tantas ilusiones generadas, para ser luego licuadas, gasificadas, desvanecidas.

Hoy más que nunca tienen plena validez aquellas palabras del republicano español Manuel Azaña: “Tiempos de renovación y mudanza pueden echar un doble engaño sobre la mente política: la ilusión de empezar, la esperanza de concluir”. La “revolución” chavista no ha significado ni renovación, ni cambio alguno. Todo lo contrario, se han profundizado las viejas prácticas, los viejos vicios, de utilizar los dineros públicos para aumentar la riqueza personal; de seguir engañando, con falsas promesas, a quienes no han tenido la posibilidad de una vida mejor, a través de una justa distribución de la riqueza petrolera. Nunca la concentración del poder en una sola persona estuvo tan presente, como en la hora actual.

Lo que debe quedar guindando del viaducto, no es precisamente la oposición, sino los grandes males nacionales, para, de una vez por todas, iniciar el camino de la reconstrucción nacional. Sin odios, sin exclusiones.

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