Opinión Nacional

Como veo estas elecciones

Mantengo posiciones contrarias a las adoptadas por este gobierno en áreas sensibles de la economía, de las relaciones con los Poderes Públicos distintos del Ejecutivo, como también en la forma como orienta sus vínculos con el mundo empresarial, sindical y comunicacional. Sobran los desplantes que en política internacional en nada ayudan al país.

Considero dañino el desentendimiento que el gobierno ha armado con los partidos políticos de oposición, aunque esa práctica de odio programado le asegura un grueso mercado electoral, minoritario en relación al total, pero suficiente para ser primera fuerza en un escenario de abstención dirigida que ha resultado un regalo al oficialismo de parte de sectores bulliciosos de la oposición que creen que hacen una gracia con esa tesis, e incluso se han llegado a percibir a sí mismos como la oposición “dura”, cuando en verdad han devenido en el arma secreta, e inesperada, para los últimos triunfos electorales del chavismo.

El balance de la gestión pública ha sido precario si se toman en cuenta los ingresos petroleros fabulosos; la recaudación de impuestos que raya en la confiscación del patrimonio de los particulares; la mayoría sólida en la Asamblea Nacional; la popularidad de un Presidente que ha debido ser usada para sumar y no para multiplicar conflictos internos, como lamentablemente ha ocurrido; y siete años y medio de gestión, tiempo suficiente para mejorar servicios públicos esenciales, promover mejor calidad de vida y más oportunidades para todos por igual. Renglón aparte es la decepción que causa el desparrame de la corrupción y de la mala administración, hechos indisolublemente unidos.

Estas situaciones de ordinario generan escándalos, potenciados y mantenidos en escena por el sensacionalismo y amarillismo de opositores y de audaces vendedores de noticias, quienes, por cierto, sin Chávez estarían medio quebrados. Desafiando esa bruma que impide ver cosas bien hechas y a la polarización extrema que “premia” a quien se oponga a todo y “sanciona” a quien conceda algo al adversario, no he vacilado en reconocer lo que ha habido de bueno en estos años. Como lo lee, lo bueno. No he sido de esos opositores fabricados en serie, que repiten lo mismo, desde la A hasta la Z. Ha habido cambios importantes y valientes.

Tener esa actitud racional no es la norma en la oposición. Por lo contrario, es algo despreciable para quienes quieren ver sangre y trabajan para la radicalización del conflicto. El día a día de los acontecimientos, eso que llamamos las “circunstancias”, me ha llevado a fijar posiciones que no calzan en los moldes prefabricados de los extremos fanatizados. Acuso un balance negativo del gobierno, pero le reconozco logros que deberíamos profundizar. Por otra parte, estoy distante de una élite opositora que ha jugado a la agitación y a la conspiración y que torpemente ha aceptado el duelo de la confrontación extrema que el gobierno lanzó desde el principio y que tan buenos resultados electorales le ha brindado.

No soy abstencionista y voy a votar en diciembre. Creo en el cambio y en la necesidad de corregir los errores y reorientar el rumbo del Estado, pero entiendo a algunas de las opciones que se venden como “alternativas” a Chávez como retrocesos históricos que a la larga traerían más conflictos y problemas que los que hoy padecemos. Por eso, tengo los ojos bien abiertos para decidir, pensando en Venezuela, qué hacer con mi voto y con mis opiniones en esta campaña electoral. Es temprano todavía.

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