Opinión Nacional

Contra el crimen, un plan no basta

Lo peor de abordar el tema de la inseguridad, de la criminalidad y su ascenso y reinado macabro en la Venezuela de hoy, es enfrentarte al lugar común de su presencia y certeza, a esa cruda pérdida de todo asombro y sensibilidad que recorre nuestras almas, que parecen haberse acostumbrado a vivir encarcelados en el miedo a morir, gracias al azar de cualquier bala disparada desde el poder de quien no teme a la muerte, y que se sabe libre y cómodo en su impune labor.

Se menciona el saldo de venezolanos asesinados por el hampa cada año, todos estos años, y posiblemente muchos repitan con fría exactitud estadística la cifra. 10 mil, 20 mil, 30 mil, 50 mil compatriotas que ya no están, vidas truncadas, historias silenciadas. Y hemos llegado a un punto en el cual la exactitud de esa cifra no importa realmente, porque cada muerte importa demasiado, y esa contabilidad nos golpea en lo más hondo, como la tragedia que denota, como el quiebre del contrato social que revela y que hemos dejado de ser como país.

El terrible asesinato de Mónica Spear y su esposo, es tristemente igual al de tantos venezolanos. Su fama, su popularidad, ha marcado una diferencia de tal magnitud, que ha dejado a la “revolución” desnuda ante el mundo, y ha generado algunas reacciones, declaraciones y reuniones en el gobierno, el mismo que ha ignorado, soslayado el tema y que ha acusado a la oposición, al imperialismo, a los medios, de crear una “sensación” de inseguridad. El dolor de unos y otros está allí, intacto, profundo, profundo, impotente, más allá del anonimato o fama del ser querido aniquilado por el hampa.

Ha habido diagnósticos. Muchos. Tantos como gavetas en las que han sido guardados y olvidados por la irresponsabilidad, falta de coraje, voluntad política y decencia para considerarlos y actuar en consecuencia. Escuchar a Roque Valero, en patético plan de bufón protocolar, decir que “la inseguridad es un problema heredado de la IV República”, es la cínica confirmación de que en 15 años a la “revolución” le ha importado un soberano pepino el incremento de los índices delictivos.

Varios factores contribuyen al florecimiento de la criminalidad, en sus más variadas formas y modalidades en Venezuela. La impunidad, la gruesa certeza de todo aquel que delinque, roba, mata, viola, extorsiona, secuestra, matraquea, expropia, arrebata, invade, no será castigado por ninguna Autoridad, y en muchos casos inclusive es alentado a cometer tales delitos, es sin duda, un factor clave.

La crisis del sistema educativo, el deterioro salarial de los docentes, contenidos programáticos que se cumplen a medias y alejados de las coordenadas del saber actual, la deserción escolar, el deterioro de infraestructuras educativas, los intentos de partidización de la gestión educativa, es otro elemento.

La corrupción, el enriquecimiento fácil, sin esfuerzo, conforma un paradigma socio-cultural que se exalta y contrapone al del estudio, el trabajo y el esfuerzo como vías de superación personal y familiar. Y es que el crimen se ha convertido en una industria, en un complejo entramado social y económico e institucional que a la sombra de la impunidad, mueve millonarias cantidades de dinero, a través de mafias variopintas que se alimentan de la ambición, los bajos sueldos funcionariales, el ánimo delictual, la coacción, el miedo y la ausencia de justicia. El “pran” y su poder, dentro y fuera de las cárceles, es quizá el emblema y anti-valor social más escandaloso que reina a su antojo desde esos centros de planificación criminal en que han devenido los centros de reclusión.

Siendo sinceros, todo este cuadro de violencia estructural, de competencia colectiva para evadir la ley, no se soluciona con un simple plan, ni con más armas, o más policías, por más propaganda y discurso adornado con golpes de pecho momentáneos. La gravedad del problema de la inseguridad, plantea la necesidad de convocar, con el liderazgo, la voluntad política e inequívoca del caso, a un Gran Acuerdo Nacional, a un nuevo Pacto Social, que permita atacar todos los frentes que estimulan y generan la criminalidad, y que incluya a todos los sectores del país. El poder para este acuerdo, solo podrá nacer de la amplitud de su convocatoria, de su espíritu de tolerancia, sinceridad y visión estratégica de largo plazo para, literalmente, rehacer, reconstruir las relaciones de convivencia, orden, autoridad y respeto, quebradas hace rato largo.

¿Seremos capaces de hacerlo?

@alexeiguerra

 

 

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