Cristos vemos
En Venezuela, algunos baluartes de la lucha política asumen a la contraparte en términos de Enemigo; quizás por ello las estrategias confrontativas están planteadas en función de exterminar al otro, y, sólo en aislados casos, como mecanismo para el encuentro y la reconciliación. Los dibujos de utopías o buenos tiempos siempre grafican la reivindicación social de un bando, en paralelo avance con la devastación del contrario. Históricamente, los agravios han llegado a tales niveles de perjuicio, que los resentimientos se han adherido al alma, dijera Ramón Mendoza, “como pegostes de brea”*; y así como “amor con amor se paga”, para el común, “el que a hierro mata no puede morir a sombrerazos”.
En los factores beligerantes, de cara a nosotros pueblo, siempre hay quien exhiba estampitas de vírgenes, crucecitas de Cristo, escapularios; estandartes doctrinarios que deberían determinar una decidida disposición para el Perdón y el borrón y cuenta nueva, pasaportes básicos hacia tiempos de concordia y unión nacional; pero el uso de aquellos iconos, no suele tener mayor trascendencia ideológica; en muchos casos son sólo accesorios para sugestión, banalidad ornamental o cualquier otro fútil motivo.
Si se asumiera con la seriedad debida la identificación doctrinaria con filosofías como el cristianismo, los procedimientos a favor de un entendimiento con el adversario brotarían del corazón como impulso espontáneo, ya que los esplendores bíblicos eyectan determinismos ineludibles en este orden: «Han oído que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos oren por quienes los persiguen. Así serán dignos hijos de su Padre del cielo, que hace salir el sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia sobre justos e injustos. Porque, si aman a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen también eso los que recaudan impuestos para Roma? Y si saludan sólo a sus hermanos, ¿qué hacen de más? ¿No hacen lo mismo los paganos? Ustedes sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto». (Mateo 5, 43-48).
*El canto del piapoco.
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