Opinión Nacional

¿Cuál es el enemigo?

El enemigo es en parte la retórica fácil: esa que da dividendos a corto plazo.

Es algo que, parecido al populismo, sólo se puede defender por la necesidad ulterior de salir inmediatamente, cueste lo que cueste, de algo patentemente dañino (como eventualmente es el caso de hoy).

Pero el verdadero enemigo es el atavismo político, la falta de renovación, la cementación de lo “viablemente conocido” en sustitución del desafío que implica una nueva visión.

El gobierno de Chávez es experto en atavismo, experto en populismo, experto en la no renovación de ideas.

¿Podremos desbancar sus escaños utilizando la misma retórica que la sustenta? ¿O será necesario romper y crear algo nuevo que tenga que ver con evolución, con renovación, con algo que no existe pero que vamos a hacer que exista?

Parece que da miedo hablar de creatividad administrativa y social; y preferimos quedarnos en lo anquilosado, en lo conocido, en lo vendible, en lo obviamente establecido.

Sin el ímpetu voraz de una creatividad libre de prejuicios sociopolíticos, sólo lograremos repetir copias rematadas de la realidad anterior y actual; mientras que las necesidades del siglo XXI, que hacen antesala para florecer tanto en Venezuela como en el planeta entero, sufrirán el retardo aletargado de una inercia ladina, reaccionaria y retrógrada, que se empecina en entorpecer el subsiguiente desarrollo de una verdadera avanzada social y democrática.

Salir de Chávez, sin salir de la retórica que hizo posible su funcionalidad, es como querer salir del infierno sin tener ni siquiera un esbozo del paraíso. No como sucede con lo escatológico que, contrariamente, no desaparece sin que primero desaparezca la idea de infinitud (y ni Chávez, ni Rosales, ni Rauseo son infinitos, aunque alguno de ellos crea lo contrario).

Es indiscutible que los seres humanos somos propensos a la influencia de la retórica.

La retórica implica la utilización de un lenguaje especialmente diseñado para convencer a terceros. Es ese conocimiento, el de la aplicación de la retórica en relación a una meta, el que nos hace entender que existe una responsabilidad lingüística que nos exige mantener una revisión constante y exhaustiva que nos permita distinguir las consecuencias de la inercia que la misma conlleva (quiero decir en este caso, la demagogia verbal que las retóricas populistas sostienen).

No es que estemos pecando de las mismas faltas (pienso en la oposición con su imperante necesidad de trascender una realidad palpablemente dañina), pero estamos muy cercanos a las tentaciones que las mismas brindan.

Entre las contradicciones que se hacen manifiestas hoy se encuentran las que existen entre lo colectivo y lo individual, entre la propiedad privada y la colectiva, entre una solución estrictamente colectiva o una solución estrictamente centrada en la individualidad.

¿Será siempre lo colectivo encontrado con lo individual? ¿Tener que definirse por una filosofía política basada en una solución colectiva, o en una solución basada en la individualidad? ¿Soy o no soy?

He aquí el dilema como bien manifestó Shakespeare en su monólogo: ser o no ser; ¿Ó…?

Aunque siempre la responsabilidad recaerá sobre nuestros políticos (con nuestra ayuda), es materia universal (de todos) el interpretar y dilucidar la ecuación que más convenga para auxiliar el adelanto ulterior de una nueva solución democrática de desarrollo social.

Lo que sí es cierto es que sin nuevas formas de interpretar la realidad quedaremos estancados en las masticadas y probadas retóricas de un pretérito que pretendemos eliminar.

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