Opinión Nacional

Cuando los halcones duermen

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Pasan los años y nos vamos envolviendo en circunstancias, cada vez nuevas y distintas, perdiendo la noción del tiempo vivido, olvidando la importancia de hombres, mujeres y hechos, constitutivos, si no de nuestra existencia, sí de nuestra personalidad. Es imposible desterrar de la memoria, cuando se ha llegado en el camino a las cumbres que escalamos, a quienes, con su ejemplo, nos dieron la fuerza necesaria para continuar. Aún cuando los nuevos aires de la naciente realidad nos pidan, en un clímax pragmático indispensable, mirarnos en sus espejos, con los colores del hoy presente, para quienes somos devotos de respetar con honor a los maestros, dejar de lado a los que nos acompañaron sin condiciones, en las horas duras, en la honda oscuridad del sufrimiento, de la ardua lucha, resulta imposible. ¿Cómo no llorar la muerte de la compañera, aún cuando ya nuestros ojos secos no nos respalden con lágrimas el sentimiento? ¿Cómo no tener en cuenta que acaba de irse, para siempre, una de las grandes de la resistencia, Teófana Camargo, perfiladora de los mejores “adecos” del Táchira?……Teo Camargo, conocida más bien como la leal acompañante de Carlos Andrés Pérez, en sus ejercicios de gobierno y en cuya despedida no podemos dejar de reconocer su vínculo rebelde con Leonardo Ruiz Pineda, a cuyo cadáver se acercó, en San Agustín del Sur, burlando la vigilancia de los “esbirros” de la Seguridad Nacional, para cortar un mechón de sus cabellos y un centímetro de la tela de su corbata, acompañada por otras dos compañeras de la clandestinidad, también extintas, (Rosa García Losada una de ellas) y tener en sus manos, no las evidencias, sino los recuerdos materiales de quien Gallegos dijo ser “el gallardo capitán de la audacia”.

Los nuevos tiempos, estos tiempos, no pueden sepultar a aquellos, cuando en Venezuela, por decir algo, “sobraban” los hombres de la entereza necesaria para vivir la resistencia. Alberto Carnevalli, Antonio Pinto Salinas, Eligio Anzola Anzola, Octavio Lepage, Raúl Ramos Jiménez, todos compañeros de Ruiz Pineda en el ejercicio del trabajo político clandestino, sin armas, sin violencia, sin capuchas, sembrando conciencia, defendiendo el derecho ajeno, vibrando por la libertad en las amargas horas de la persecución a muerte, de un despotismo, con un autócrata militar, tantas veces repetido en nuestra historia y a quienes hoy
rememoramos, cuando vemos alejarse de la vida a una de sus compañeras inolvidables, a Teo Camargo.

Que bueno sería que en la intención de quienes ahora tratan de forzar, en niños y en adolescentes, un conocimiento de la verdad de los hechos, comunicacionalmente, según ellos, desvirtuados por los medios, que establezcan la cátedra educativa de la democracia y de su historia; de cómo fue posible que una vez saliéramos de una noche tan larga, como fue la década dictatorial del 48 al 58, poniendo nosotros los presos y los muertos, sin disparar un tiro. Cuán bueno sería. Que opusiéramos la verdad de esos largos diez años de esfuerzos, a lo que Andrés Eloy Blanco, con honda nostalgia, dijera de Venezuela: “¿Qué tendrá esa tierra que el hombre grande se le muere afuera, mientras el hombre vil se le eterniza adentro?”. Sabemos que estos recuerdos fastidian a muchos. Y es que, probablemente, faltó –nos faltó– decisión pedagógica a quienes fuimos testigos, forzosos, de una de las jornadas más ejemplares de nuestra historia, por cuya ocurrencia disfrutamos, todavía, del imperio de la democracia, de la libertad y de la justicia, aún cuando el Régimen se empeñe en destruir el valor de sus contenidos humanísticos. Nos faltó decisión pedagógica, grandeza, para haber incorporado los acontecimientos que vivimos en la resistencia, a la Historia Patria. ¡Cuán bueno sería, pues, que esas llamadas “guerrillas” de jóvenes vigorosos, repasaran los tiempos vividos, por Venezuela, hace más de cincuenta años, cuando los medios ni siquiera podían decir ni una palabra distinta a lo que ordenaba el Dictador!. Y que bueno sería que lo vieran, al Dictador, en Miraflores, en el Panteón, en los cuarteles, con su flamante uniforme de Generalísimo, similar al que viste el Teniente Coronel que nos gobierna. ¡Cuán bueno sería que supieran ellos y que lo dijeran a los otros, quién fue y qué hizo, en los días de la Resistencia, la compañera que acaba de morir: Teo Camargo!.

Cuando los halcones duermen, en la cima, en las grandes alturas, mientras los gélidos vientos enmudecen las paredes de las montañas, siempre hay otros guardianes, pequeños, sin nombre, sin identidad científica, sin academia, que cuidan el tiempo y el espacio, con la acuciosidad necesaria, para que, al despertar, los inmensos colosos, animados ya de su grandeza y de su fuerza, puedan continuar rigiendo, con suprema autoridad, su dominio natural. Palabras que pensamos, cuando recordamos el trabajo que, abajo, en el territorio de todos los días, realizaron héroes anónimos, como Teo Camargo, en un “tranco” largo de nuestra historia, el cual, quizás, con más razón que entonces, deberíamos repetir ahora: la resistencia al propósito autoritario, a la intención de condicionar la democracia, limitar la libertad y esclavizar a nuestra sociedad.

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