Opinión Nacional

Culpando el pasado

La mejor manera de sacudir una responsabilidad en el presente es desviándola hacia otro tema o cuestión en el pasado. En la Historia lo significativo no es lo que pasó sino quién tiene el control de la memoria y recuerdos. Un antiguo emperador chino decidió quemar todos los libros del reino porqué había que codificar un solo recuerdo: el propio.

De la historia hay siempre que desconfiar, ya que es un cuerpo de opiniones relativas que se producen bajo el fragor de las circunstancias de quién recuerda. Desde el poder siempre se ha creído necesario controlar el pasado para justificar situaciones e intereses, y ello sin importar la veracidad de los hechos. Como arma ideológica, la historia así entendida, es propaganda y manipulación.

Ante las bien infundadas sospechas de que el Gobierno venezolano mantenga activos tratos con las FARC y ETA, nuestra inmediata respuesta ha sido que se trata de una confabulación como consecuencia de los “rezagos de un pasado colonial”. De un plumazo se descalifica al denunciante y se desestima la denuncia. El pasado deviene en un recurso salvador para condenar al malvado de turno por parte de quién se hace creer que posee una limpia memoria.

Las nuevas naciones surgidas luego de la Independencia en 1830, tenían que justificar sus orígenes y para ello le abrieron un expediente negro a todo aquello que estuviese vinculado a la herencia hispana. Desde entonces la descalificación del periodo colonial ha servido de perfecto comodín para evitar las necesarias contralorías en el presente. 

A España en América se le estigmatizó bajo el signo de la tropelía y la explotación, sin virtudes ni claroscuros. El pasado se pensó desde las esferas oficiales como un recurso político/ideológico para justificarse así mismo y atacar a los adversarios. Y como el pasado no puede revivirse sino sólo recordarse, éste ha sido siempre acomodado de una manera conveniente.

La abolición del pasado y su constante reinvención con fines subalternos como el que aquí referimos, es síntoma de sociedades fragmentadas y con un muy bajo nivel de competencia y responsabilidad. Es el recurso del mitómano de turno, que incapaz de dar la cara con un mínimo de seriedad, apela al expediente de un pasado convertido en fabula. Algo que pudiera entenderse dentro de un parvulario, pero impensable entre estadistas y naciones que deben hacer del dialogo y el entendimiento sus principales recursos para resolver controversias.

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