Opinión Nacional

¡Dale vale! ¿No ves que esta en rojo?

La escena es ya cotidiana. Llego a un semáforo. La luz cambia a rojo, y midiendo distancias y velocidad, me detengo. Del otro lado los carros pasan, algunos manejados por algún individuo que se cree Fernando Alonso o la versión guara de Meteoro. No han pasado dos segundos bajo la luz roja del semáforo, cuando el sujeto(a) del vehículo que está detrás de mi, empieza a tocar corneta, y el de atrás de él, y el de más atrás también. En función del calor, o de la hora, o de la extensión de la cola, alguna rememoración materna sale a relucir.

Esta escena se repite y se multiplica millones de veces por todo nuestro territorio nacional, y especialmente los últimos años, en los cuales el aumento de la delirante pretensión gubernamental de imponer un modelo estatista-militar y comunista en el país, ha sido proporcional al aumento del caos, del desorden y de un total desapego a las normas y reglas de convivencia, desde las más elementales y básicas hasta las más complejas y elaboradas.

El ejemplo del semáforo, diminuto, casi estúpidamente absurdo, nos revela sin embargo nuestro profundo deterioro social e institucional.

Porque las instituciones, al final, son eso, normas, códigos de conducta y comportamiento pactados en procesos de consensos y acuerdos colectivos, que hacen viable la convivencia ciudadana y le permiten a los miembros de una sociedad ejercer su individualidad sin perjudicar la del otro.

Seguramente ha sentido Ud. la sensación de que vivimos en un mundo al revés, en una realidad bizarra en la cual la lógica es ilógica, y la paradoja deja su huella en la configuración de las acciones y reacciones.

La muerte de Franklin Brito no fue producto de su huelga de hambre, en protesta por la exigencia de sus derechos ciudadanos, estando extrañamente detenido contra su voluntad en el Hospital Militar de Caracas. No. Según la Fiscal General, eso fue un simple suicidio, y amenaza con abrir una averiguación penal a la familia del productor agropecuario por “incitarlo” a esa decisión.

La delincuencia no es una plaga social que, en medio de la quiebra de valores de todo tipo, impunidad y violencia, está exterminando a los venezolanos. No, la delincuencia es un invento de la burguesía, de la oligarquía, del imperialismo apátrida sólo para criticar al presidente y desestabilizar su gobierno. Ante las cifras y argumentos de un reconocido especialista y académico, en un programa televisivo internacional, el ciudadano Andrés Izarra, ex ministro de Comunicación del gobierno nacional, (si, ¡Comunicación!), en lugar de esbozar al menos un gesto de seriedad, una mueca del tipo  “sabemos de la gravedad del problema y estamos trabajando sobre él” o que se yo, tuvo un ataque de risa que ni la hiena más hilarantemente privada de carcajadas, revelador de la insania que permea buena parte de la alta jerarquía “revolucionaria”.

El Rector Vicente Díaz,  señala lo que desde hace años es evidente, el ventajismo oficial en época electoral, y el Presidente Chávez haciendo campaña, encadenando a cada rato y violando las normas electorales de publicidad. Pero no, según la Rectora Tibisay Lucena eso no es verdad, es sólo una exageración del Rector Díaz, en trance de show mediático exagerado, que hasta le podría traer al Rector Díaz demanda presidencial y todo.

En este mundo al revés en que vivimos,  donde algunos  policías roban y atracan y los malandros te cobran para “protegerte” y “perdonarte la vida”, no se exalta el esfuerzo, el estudio y el trabajo como mecanismo de desarrollo personal, familiar y colectivo, sino el facilismo, la destrucción de empresas y propiedades, y una penosa idea según  la cual todo es de todos, y el ascenso económico y social puede lograrse siempre y cuando Ud. se calle la boca, se ponga una franela roja y participe del culto rojo al máximo líder y sumo pontífice del proceso.

Más allá del hecho político-coyuntural, existe en el tejido socio-cultural de nuestra sociedad, en nuestra conformación psicológica sedimentada históricamente, una mayor valoración al pícaro, al vivo, al pantallero y al avispado que “no se deja joder de nadie”, que al estudioso, al trabajador, o al que trata de cumplir la ley, o seguir las normas.

Pícaro, o vivo es pues, quien se come el semáforo si puede, quien trata de colearse en el banco porque “yo no voy a hacer esa cola”, quien se come los tequeños de la fiesta como si fueran los últimos tequeños de la humanidad, quien participa de la cultura de la palanca, corrupción ya estructuralmente justificada por muchos, y opta por conseguir y pagarle a un “contacto” en tal sitio para obtener algo. Quién no lo haga, Uslar Pietri dixit, es sencillamente, un pendejo.

Todo forma parte de un complejo entramado de relaciones-alianzas-acuerdos-complicidades en el cual intereses, apremios, necesidades, escasez e impunidad se conjugan para construir un sistema de vida social, legal, económica, una manera en la cual “funcionan” las cosas y de la que en ocasiones, es difícil evadirse.

Valga citar al psicólogo Axel Capriles, a propósito del análisis histórico, literario y filosófico del pícaro y de la viveza criolla en nuestra sociedad: “ Mientras la literatura heroica expresa una fe en las posibilidades de transformación y mejoramiento del espíritu humano, el género picaresco es la manifestación de una filosofía acomodaticia y cínica que acepta pasivamente el orden establecido. Concentrado en la supervivencia y el beneficio propio, al pícaro no le interesa cambiar nada, sino aprovecharse de la situación tal como está. Por eso se burla de los prejuicios y convencionalismos que le permiten medrar de los vicios que esas mismas fachadas sociales pretender ocultar.(…) El héroe y el pícaro se dan la mano como actores compensatorios de una misma paradoja histórica, personificaciones de un juego de contrarios que ha estado presente en nuestro más remoto pasado.” (La picardía del venezolano o el triunfo del Tío Conejo. 2008).

En todo caso, es difícil aún acostumbrarse a pensar que en un futuro cercano, al llegar a un semáforo, y detenernos ante la luz roja,  el conductor de atrás baje el vidrio y nos grite: ¡Dale vale! ¿No ves que está en rojo?

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