Opinión Nacional

David vs. Goliat

Urge convocar a una concertación de las fuerzas democráticas, diseñar un programa en torno a nuestras aspiraciones de justicia, entendimiento y prosperidad y hacernos a la gran cruzada que exige, hoy más que nunca, la modernización del país, la democratización de todas nuestras estructuras y el desarrollo de una pujante e indetenible revolución democrática.

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En unos de sus más conmovedores escritos, Sebastian Haffner describe una situación casi surrealista si no fuera pavorosamente real: la aterradora soledad del joven demócrata alemán frente a la inmensa brutalidad fáctica y jurídica del Estado Totalitario de Adolfo Hitler. Es el enfrentamiento absolutamente desigual entre el ciudadano sin más fuerzas que sus derechos pisoteados y el Estado totalitario en manos del terrorismo de aventureros, soñadores, charlatanes y facinerosos. Ese estado totalitario, absoluto, sin controles ni cortapisas es la maquinaria burocrática, policiaca y militar más letal inventada por el hombre para someter y avasallar a sus semejantes.

Puede que en ese malentendido radique una de las causas de los peores y más aberrantes crímenes llevados a cabo por los hombres durante el pasado siglo: montar una diabólica máquina de sometimiento y destrucción en nombre de los más altos ideales utópicos de la cultura para convertirla en el instrumento personal del terror: la del caudillo y su cohorte. Es el Estado Totalitario que en nombre de los inveterados sueños utópicos de la humanidad creó el archipiélago GULAG y los campos de concentración nazis, reduciendo la existencia de millones y millones de seres humanos a puntos insignificantes de una escenografía del horror y el avasallamiento.

Lejos de mi el querer comparar el zarrapastroso aparataje de dominio chavista, digno de una opereta del subdesarrollo y la criminalidad tercermundista, con la bestial y deslumbrante mascarada del terror de Hitler y Stalin. Chávez es un caudillo caribeño, inescrupuloso y corrupto, ágrafo e inepto, sin otras ambiciones que apernarse en el Poder tanto como lo permita su descaro y lo autorice la cobardía de nuestros conciudadanos. Pero para hacerlo se ve requerido a travestirse de líder revolucionario, de vengador de los condenados de la tierra. Y a comprar la subordinación y la anuencia de sus congéneres en la región: desde la Cuba castrista, mendicante y menesterosa, hasta la Bolivia de Evo Morales, el Ecuador de Rafael Correa y la Nicaragua de Daniel Ortega. Pobres y miserables caimanes del mismo pozo.

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Fue lo que hizo Castro al proclamar un régimen comunista en Cuba: enmascarar una dictadura cruel e implacable que ya lleva medio siglo de existencia tras los ideales del socialismo. Chávez, incapaz del arma de la crítica y la capacidad ideológica del dictador cubano, ha podido sostener sus aspiraciones en una fortuita riqueza petrolera y en la debilidad de partidos e instituciones de un establecimiento decadente y corrupto. A pesar de lo cual no ha logrado quebrarle el espinazo a la sólida sociedad civil venezolana, inmune a sus chantajes afectivos, a sus amenazas y ataques político-policíacos. Incluso al terrorismo de un hampa desbordada, una inseguridad aterradora y una pobreza creciente, promovidos todos desde el Estado castro-chavista.

Esa fortaleza de la sociedad civil es el dato más importante y significativo que revelan estas últimas elecciones, en las que el régimen obtiene lo que bien puede considerarse una victoria pírrica. A pesar del terror y las corruptelas, del dispendio de miles de millones de dólares y la compra de millones de votos, así como la inhabilitación de cientos de miles de jóvenes votantes, pierde millón y medio de votos desde que fuera electo en diciembre de 2006. La oposición, entretanto, ha ganado más de un millón de votantes y la brecha entre quienes respaldan, en un ominoso acto de inconsciencia ciudadana, la regresión y la barbarie y quienes apuestan al futuro de una revolución democrática se hace cada vez menor.

Si a ello se suma la calidad ética, profesional, intelectual y moral de quienes se rebelan al chantaje, a la intimidación y al terror, sin obtener nada a cambio que no sea la satisfacción de cumplir sus deberes ciudadanos, se tiene un cuadro que da pie al optimismo. Es un motivo digno de reflexión. El país se ha ido preparando en silencio y tras bambalinas al necesario relevo generacional. Así parezca que estamos en lo más profundo de la noche, ya se anuncia la alborada. Los más de cinco millones de votantes, que sin las inmundas y despreciables trapacerías de la Sra. Tibisay Lucena y los otros tres rectores del CNE al servicio del régimen hubieran superado fácilmente los seis millones de votantes y el triunfo de la dignidad nacional, anuncian el tránsito hacia una auténtica revolución democrática. En Venezuela está naciendo un nuevo tiempo.

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Visto a vuelo de pájaro sobre este turbio proceso electoral destacan el triunfo categórico de la democracia en los estados Táchira y Mérida, el avance significativo de las fuerzas de la oposición democrática en Anzoátegui y la consolidación y fortalecimiento de las posiciones democráticas en la zona metropolitana de Caracas, en donde el triunfo de Antonio Ledezma arrastra – tras menos de dos meses de gestión y los mayores obstáculos impuestos a su labor por los grupos de choque del régimen – más de ochocientos sesenta mil votantes, más de 155.000 votos que los obtenidos el 23 de noviembre por su candidatura. Impresionante el aumento de la votación en el Municipio Libertador y en Sucre. Lo cual lleva a concluir que Caracas está siendo ganada por la oposición democrática y que marca la tendencia irreversible hacia el derrumbe del chavismo y el arranque de la revolución democrática.

La oposición deberá analizar sus resultados y tener el coraje y la visión autocrítica necesaria para evaluar sin mezquindad ni engaños los resultados que provocan sus divisiones y miserias. Es un crimen imputable a la miopía política de ambiciosos y desaprensivos no haber obtenido las alcaldías que debían ser nuestras, como es el vergonzoso caso de Valencia. Y no haber mantenido ahora la supremacía que obtuviéramos el 2 de diciembre de 2007. Si esta vez se hubieran entregado con verdadera pasión y desprendimiento a la lucha por el NO, como lo hicieran César Pérez Vivas y Antonio Ledezma – otro gallo estaría cantando en uno de nuestros principales bastiones.

Esta campaña, digámoslo de una vez, es la campaña más miserable, pobre y desangelada, huérfana y triste que haya realizado la oposición democrática venezolana. Y los resultados están a la vista. Chávez decidió jugarse la vida sin reparar en escrúpulos ni miramientos morales, dilapidando nuestros recursos, presionando y chantajeando a los empleados públicos, extorsionando a quienes tienen la inmensa desgracia de depender de sus limosnas y dádivas, violando todas las normas y leyes. Es el suyo el régimen más violador de nuestra historia, para vergüenza del país. Los partidos políticos esta vez no estuvieron a la altura de las circunstancias. Y aún así: cinco millones de votos de inestimable valor constituyen un poder insoslayable. Son la prueba fehaciente de la vigencia del sentimiento libertario y democrático que nos acompaña.

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Quedan a nuestro haber varios logros de trascendental importancia, que jugarán un papel crucial en el futuro que se avecina: liderazgos políticos de inmensa valía, representados por ahora en las figuras de Antonio Ledezma y César Pérez Vivas, los dos pilares de la oposición democrática venezolana y claves para un futuro de concertación. Queda el movimiento estudiantil y la aparición de varios líderes de gran valía, algunos de verdadera trascendencia histórica, como David Smolansky, una figura que se pierde de vista. Queda la Iglesia católica, insobornable fundamento espiritual de nuestra tradición democrática, civilista y republicana. Quedan los medios, que han librado su batalla – nuestra batalla – asediados por las amenazas, los ataques y las intimidaciones del gigantesco aparato de manipulación oficial. Queda el Movimiento 2 de Diciembre, Democracia y Libertad, que ha librado una batalla verdaderamente ejemplar en defensa de nuestra constitución. Quedan las distintas ONG’s que se baten a diario en defensa de nuestros derechos humanos. SÚMATE a la cabeza de ellas, con esa luchadora ejemplar que es María Corina Machado. Una figura política que constituye aporte esencial al liderazgo nacional y que podría ocupar las más altas magistraturas con coraje, lucidez y talento. Y queda, last but not least, nuestra maravillosa sociedad civil, ese ejército de hombres y mujeres de toda edad, suerte y condición que se mantiene enhiesta en defensa de la dignidad nacional. Venezuela cuenta con cinco millones de combatientes por la democracia, insobornables e íntegros. En ellos, en esas mujeres, en esos hombres, en esos magníficos muchachos descansa el futuro de la patria.

Las tareas a emprender son muchas. En primerísimo lugar: impedir que el presidente de la república cometa la imprudencia de imponer sus pretensiones totalitarias y pretenda acabar con nuestras libertades públicas. Debemos estar atentos a la redacción del articulado que se insertará, como enmienda, en nuestra Carta Magna. Si es preciso salir a la calle y levantarnos como un solo hombre para impedir que se nos burle y traicione, no debemos dudar un segundo en hacerlo. Permitir el avance del totalitarismo es un crimen imperdonable. La libertad y la honra se defienden rodilla en tierra.

En segundo lugar, debe llamarse a los partidos políticos para que acometan una profunda reflexión autocrítica y comprendan que la unidad nacional es vital de necesidad. Urge convocar a una concertación de las fuerzas democráticas, centrada en los partidos políticos y las organizaciones de la sociedad civil, con una dirección unitaria, férrea y dispuesta a luchar hasta lograr el triunfo de la verdad, la decencia y la justicia en un país hoy avasallado por la maldad, la mentira y la sumisión. A esa nueva dirigencia nacional le corresponderá diseñar un programa en torno a nuestras aspiraciones de justicia, entendimiento y prosperidad y hacernos a la gran cruzada que exige, hoy más que nunca, la modernización del país, la democratización de todas nuestras estructuras y el desarrollo de una pujante e indetenible revolución democrática. Cabe preparar desde ahora misma la lucha por la reconquista del parlamento y situar en la Asamblea Nacional a nuestras mejores figuras, para devolver su prestigio y su grandeza hoy perdidos en manos de la obsecuencia, la corrupción y la traición imperantes. Los ingredientes están servidos. Los actores están a la orden. Sólo falta la voluntad y el coraje de echar a andar el carro de la historia.

Es el imperativo categórico del momento.

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