Opinión Nacional

De aquí al 2012: Venezuela en la encrucijada

¿Dejará el Poder por las buenas? ¿Tendrá la lucidez, la sensatez y el coraje de hacer mutis si las circunstancias se lo imponen? ¿O terminará por arrastrarnos a la ruina en un acto de irrefrenable locura apocalíptica?

1.- ¿Dejará el Poder por las buenas? Fue la pregunta que nos formuló un importante visitante extranjero en un intercambio de opiniones sobre la grave situación política que vive la sociedad venezolana, agudizada por la victoria opositora en las elecciones parlamentarias del 26 de septiembre. A pesar de no llevar más de 24 horas en el país, seguir las incidencias de nuestros avatares por los medios, incluyendo desde luego el canal “de todos los venezolanos” le bastó para comprender el elemento central que define la coyuntura: Chávez se desmorona solo, tal como le sucediera al Muro de Berlín, y lo que le sucedan a él, a sus fuerzas y al país ante la inminencia del hecho depende de las respuestas a dos interrogantes que definirán la inexorable encrucijada en que se encuentra Venezuela: 1) ¿aceptará Chávez quitarse la banda presidencial y terciársela a su sucesor, cualquiera que él sea?; y 2) ¿qué hará la oposición de aquí al 2012 para ganar las elecciones del 2012 y, en tal caso, , obligar a que sea ese y no otro el comportamiento del teniente coronel?

Tras ambas respuesta se esconde una interrogante que no puede ni debe ser soslayada, pues los acontecimientos se desarrollan según pautas desconocidas e inéditas, a saber: ¿se mantendrá la situación de aquí al 2012 dentro de los parámetros “normales y deseables”, por deteriorados que se encuentren o Chávez o algún factor desconocido alterará el curso aparentemente inevitable de los acontecimientos, haciendo saltar por los aires las previsiones más optimistas mediante alguna salida de fuerza?

Si bien la respuesta debe atenerse a la contradictoria personalidad de Chávez,– esquizo-paranoide, megalomaníaco y narcisista – debe atender asimismo al complejo de fuerzas que lo empujan y compelen. Chávez es, hoy por hoy, la principal víctima de sus desafueros. Y debe sentirse obligado a cumplir el rol que en mal momento escogiera como su destino: se cree cumpliendo una misión histórica, comprometido con una revolución ya a estas alturas objetivamente irrealizable, prisionero de las fuerzas que él mismo contribuyera a desatar y atado como a un cadáver a las figuras que le sirven de paradigma. En el caso: a Castro y Cuba, que dependen para su sobrevivencia inmediata del teniente coronel al frente del gobierno venezolano, por cuyo mantenimiento en el cargo harán cuanto esté a su arbitrio. Por las buenas y por las malas. Y está aparentemente de por vida vinculado a una ficción socialista representada por tiranos como el bielorruso Lukaschenko o  protagonista de una cruzada antioccidental encabezada por figuras tan aborrecibles como el iraní Ajmadinejad. Ha elevado la vara de sus propios compromisos para fortalecer su posición en el ámbito internacional, a un costo verdaderamente catastrófico para nuestra arruinada economía y para su ya muy deteriorada personalidad. Ahora con la insólita pretensión de hacerse con poderío nuclear.

Dejar el escenario por la puerta trasera de la humilde legalidad de un acto constitucional como terciarle la banda al demócrata que lo suceda le debe parecer una traición a la “revolución” y una insoportable muestra de cobardía. ¿Tendrá la lucidez, la sensatez y el coraje de hacer mutis si las circunstancias se lo imponen? ¿O terminará por arrastrarnos a la ruina en un acto de irrefrenable locura? ¿Qué se puede esperar de quien conspiró toda su vida contra la democracia, prometió realizar el golpe de Estado del 4F/92 con seis años de anticipación y no ha tenido otro objetivo en su vida que asaltar el poder en el mejor estilo nazifascista?

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Esta última pregunta contiene las únicas dos respuestas posibles para ambos contendientes – régimen y oposición democrática – y particularmente para las fuerzas compelidas por la historia a ponerle un fin definitivo e irrevocable al extravío revolucionario: la imposición de la dictadura sin disfraces ni medias tintas por parte del régimen o el fin irrevocable y definitivo del cruento e insensato experimento revolucionario gracias a la sabiduría de la oposición democrática. Dictadura o democracia: no caben términos medios. Tertium non datur.

Es la apuesta que subyace a todos los actos que realicen las partes enfrentadas en este duelo mortal amigo-enemigo en que se ha convertido la vida política venezolana luego del asalto al poder por el golpismo militarista. No comprenderlo ni actuar en consecuencia constituye el primer paso hacia la derrota. Comprenderlo a cabalidad y actuar en consecuencia, el primer paso hacia la derrota del enemigo.

Se suele cometer la redundancia de hablar de oposición democrática, no porque se considere que exista alguna otra en el seno de nuestras fuerzas políticas organizadas, que en un ejercicio de alta y muy loable sabiduría política han decidido agotar todas sus cartas en el empleo de los medios pacíficos que la Constitución nos garantiza. Sean los electorales, sean las salidas extremas garantizadas y exigidas al buen ciudadano por la Constitución Bolivariana de Venezuela ante un caso violatorio de los sagrados principios constitucionales por parte del gobierno constituido, tales como los medios de rechazo, oposición y rebeldía legítimos considerados en el artículo 333. La oposición venezolana  es intrínseca, medular, sustancialmente democrática. No sólo por los medios empleados, sino por sus fines. Su propósito es la derrota del totalitarismo y la restitución de la democracia plena y soberana.

No debemos descartar, sin embargo, la posibilidad de que surja alguna oposición al interior del régimen que en una decisión urgida por las circunstancias o siguiendo una vieja tradición golpista y cuartelera muy propia de nuestras fuerzas armadas, de la que este gobierno es prueba suficiente,  opte por adelantarse a los acontecimientos y nos sorprenda con lo que un muy querido amigo llama “el síndrome Conticinio”. Nombre de un famoso vals tradicional venezolano que solía sonar como ininterrumpida música de fondo en cadenas nacionales en las que en nuestro atribulado pasado se daban a conocer los bandos del último golpe de Estado. Pues entre los posibles escenarios cabe una resolución del conflicto mediante un inesperado pronunciamiento de las Fuerzas Armadas.

Es un evento hipotéticamente imaginable, propiciado por sectores nasseristas descontentos con el rumbo de la revolución – si los hubiere –e incluso por las propias fuerzas militares cercanas al presidente de la república, obligado por sus circunstancias a una salida de fuerza. Con objetivos que van desde el arreglo de cuentas con los sectores de la ultra izquierda chavista hasta el montaje de una tiranía castrista. Todo es posible en estas viñas del Señor. Todo, bajo unas fuerzas armadas en las que se conspira contra la institucionalidad democrática desde la caída de Pérez Jiménez.

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Otra hipótesis de trabajo plantea una salida de fuerza de naturaleza militar combinada con un levantamiento popular como respuesta al desconocimiento del régimen ante un triunfo manifiesto de las fuerzas opositoras, tal como se diera el 23 de enero de 1958. Corresponde a nuestra tradición y constituye una forma de resolución de conflictos que no puede dejar de ser considerado. No es estrictamente un golpe de Estado, sino una insurrección cívico-militar.  Es una respuesta perfectamente presumible de intentarse el desconocimiento de la victoria electoral de las fuerzas democráticas en 2012.

Al golpe de uno u otro signo y la insurrección cívico-militar como salidas extremas empujadas deliberada o inconscientemente por el régimen, debe agregarse el desiderátum de una salida estrictamente civil, constitucional, electoral y pacífica. Sólo posible si la oposición democrática se une como una sola fuerza, profundiza su trabajo de masas incorporando a los amplios sectores populares desencantados con el régimen y rompe la precaria unidad que sostiene y respalda al presidente de la república atrayendo hacia sí a la creciente disidencia chavista.

Como todos lo sabemos, el puente de plata de esa disidencia está constituida por el gobernador Falcón y el partido Patria Para Todos. Y el trabajo de masas indispensable para aumentar la presencia opositora en los sectores populares debe ser encargado a los partidos políticos de vieja ascendencia y tradición popular, como Acción Democrática y COPEI, a sus disidencias, como UNT, PV y PJ, a las nuevas generaciones políticas de notable éxito electoral y extensión territorial a lo largo y ancho del país, al estudiantado universitario y a los distintos frentes de masas de todos y cada uno de los partidos democráticos.

Unidos bajo un mismo manto y conscientes de la alta responsabilidad patriótica que enfrentan, podrían terminar por revertir absolutamente la actual correlación de fuerzas y aumentarlas al extremo de hacer irreversible la salida pacífica del régimen en las elecciones presidenciales del 2012. O antes, si circunstancias extraordinarias llegaran a demandarlo.

Conscientes de su alta responsabilidad ante el país y ante la historia, esa oposición democrática unida debiera postergar por ahora toda estéril polémica candidatural y hacerse al estudio de la realidad venezolana tras el holocausto chavista y adelantar estudios y proyectos sectoriales que propongan un programa de gobierno para las difíciles circunstancias que se avecinan. El país debe estar perfectamente consciente de la terapia y los remedios que serán empleados para salir de la crisis y enrumbarnos hacia la paz, la reunificaciónn nacional, la solidaridad, la prosperidad y el progreso. Esa terapia y esos remedios debieran ser de obligado cumplimiento para quien sea designado candidato y asuma las riendas del país en ese difícil y sin duda tormentoso tránsito hacia la democracia plena.

Sólo entonces, con un programa de gobierno en la mano, sabremos quién es la mujer o el hombre que más se aproximen a la capacidad de darle cumplimiento cabal. Quienes serían las mujeres y hombres que deberán acompañarla o acompañarlo en su travesía por el tormentoso futuro. Cuáles las exigencias que deberán planteársele a los venezolanos para que asuman la aventura del futuro y el sueño de la Venezuela que todos anhelamos.

Pues de esta crisis inédita por su gravedad existencial no se saldrá con emplastos ni paños calientes. Se saldrá con la voluntad de hacer tabula rasa con doce años de miserias, rectificar los graves errores del pasado y hacernos a la construcción del futuro.

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