Opinión Nacional

De Chávez a Gómez

Pocas, muy pocas, son las similitudes que pueden existir entre Juan Vicente Gómez, amo de Venezuela desde 1908 hasta su muerte en 1935, y Hugo Chávez, que ha sido amo de Venezuela desde 1999 hasta ahora (2010). Si acaso, algo que en el caso de Gómez puede discutirse y en el de Chávez no: la hipocresía a la hora de empezar sus gobiernos, que los hizo parecer amantes de la libertad y la democracia antes de que se soltaran los moños y se declararan amantes de la tiranía. En efecto, cuando Gómez asumió el poder, en diciembre de 1908, desplazando a su compadre Cipriano Castro, un dictador de opereta que había cometido toda clase de abusos, dio la impresión de que se producía una gran apertura: la Alborada, como la llamaron Rómulo Gallegos y sus amigos. Esos primeros días de Gómez fueron esperanzadores. En su primer gabinete había viejos castristas, viejos gomistas, liberales amarillos, mochistas, personajes de la “Revolución Libertadora” y hasta integrantes de la célebre “Conjura”, que había sido una conspiración contra el propio Gómez. Era una auténtica reconciliación nacional en medio de un ambiente de libertad de prensa y de tolerancia. Volvían los exilados, salían los presos de las cárceles. Parecía que Venezuela había logrado la perfección: el gobierno de un padre sabio y bondadoso. Pocos, muy pocos, fueron los capaces de prever lo que se les venía encima. Pero pronto el hombre de La Mulera sacó las garras: en agosto de 1909 una reforma constitucional acortó el período presidencial a cuatro años y creó un Consejo de Gobierno en donde participarían varios de los retornados al país. Un período provisional se estableció hasta el 19 de abril del 10, fecha en la cual entraría en vigor la reforma. Gómez fue elegido presidente provisional de la República, y luego presidente constitucional. El 7 de marzo de 1909 el gobernador de Caracas, Aquiles Iturbe, convocó a los jefes de los periódicos de la capital para informarles que el gobierno se sentía molesto ante “el extravío y exageraciones de algunos periodistas”, y anunciarles medidas represivas contra la libertad de expresión. Y ya en 1913 no había vestigios de libertad: Gómez se había apoderado de todas las instituciones del país y las manejaba con garra de hierro. No es posible saber si todo eso fue un plan o, simplemente, Gómez se fue aficionando al poder y llegó a creerse indispensable. El caso de Chávez podría parecerse: gana unas elecciones en 1998, y al principio puede dar la impresión de que está reforzando la democracia, con aquello de la inclusión y la participación. La Constitución que promueve y aprueba su gente tiene elementos muy importantes de libertad y democracia. Sólo que él mismo se dedica a violarla abiertamente hasta acabar con la independencia de los Poderes del estado e imponer, como Gómez, su voluntad a todo el país porque le da la gana, especialmente en cuanto a la eliminación de la libertad de expresión. Pueden parecer parecidos, pero la gran diferencia entre ambos gobernantes está a la vista: Gómez, independientemente de su condición de dictador, fue admirable a la hora de seleccionar gente capaz y ubicarla en puestos en donde rendirían grandes beneficios para el país. Román Cárdenas, Gumersindo Torres y otras grandes personalidades de su tiempo así lo prueban. Los ministros de Chávez dan vergüenza, son sujetos a quienes yo no aceptaría de conserjes de mi edificio porque se robarían las llaves. Gómez no sólo acabó con el caudillismo en Venezuela, sino que integró el país definitivamente. Chávez lo ha dividido criminalmente y lo ha desintegrado, además de arruinarlo en su economía y comprometer gravemente su porvenir. Gómez era un hombre de origen más o menos humilde, pero jamás dio muestras de resentimiento, por el contrario, supo enaltecer a quienes hubiera que enaltecer. Chávez es un pobre resentido sin el más mínimo sentido de la grandeza. Gómez auspició un auténtico nacionalismo, Chávez ha traicionado la patria entregando cada día más poder a los cubanos. En fin, entre Gómez y Chávez hay un abismo insondable, que hace parecer a Gómez un verdadero ejemplo, y hasta un santo. Dios mío: sálvanos el lugar.

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