Opinión Nacional

De la justicia como incapacidad

Estamos en una situación insostenible, porque no hay país que aguante una crisis en permanente círculo sin desenlace, o sencillamente debemos acostumbrarnos a tal situación y asumir que nuestra normalidad es la incapacidad de llegar a acuerdos mínimos que nos permitan convivir en la diferencia, y que el país partido, sin capacidad de entenderse, está instalado como fatalismo histórico.

A cualquiera de nosotros, a aquellos que nos duele el País -con una P mayúscula para simbolizar el carácter inclusivo, la condición de país con todos y cada uno de los que habitamos en esta tierra-, no nos cabe la menor duda sobre la inviabilidad de situaciones de incertidumbre, de falta de horizontes claros y confiables, lo cual termina evidenciando signos de grave enfermedad para el conjunto de la sociedad. Es una enfermedad de la cual o nos salvamos todos, juntos, o no se salva nadie, pues ningún bando puede levantar la bandera de la victoria en un país partido, que es incapaz de convivir democráticamente en una saludable pluralidad política.

Estamos en medio de una coyuntura que no arroja muchas expectativas favorables. Los principales actores políticos básicamente son incapaces de alcanzar un acuerdo mínimo, una negociación básica, que facilite la expresión de la voluntad popular –y que también implique un pacto para respetar cualquier resultado que emane de las urnas-. La consigna lamentable es decir que se tiene la mayoría absoluta, y que los otros son una minoría, hacia la cual no cabe el respeto. Se insiste en la negación del otro, pese a que éste es también realidad política y social, no se puede tapar el sol con un dedo.

Esta semana, al ser colocado el Tribunal Supremo de Justicia en medio de la polémica, con una guerra de recursos de orden legal, se evidencia gravemente la incapacidad de los actores políticos de encontrar salidas a una crisis esencialmente política. La justicia termina evidenciando esa incapacidad, pues se pretende a través de estos recursos judiciales solventar una situación que amerita negociación.

Por otro lado, al instalarse la polarización en el TSJ, y convertirse los magistrados en cuotas políticas del gobierno o la oposición, es otro signo de la enfermedad de nuestros días. Parece que todos los millones gastados en la reforma del poder judicial, para librarlo de los vicios del pasado, no lograron exactamente su objetivo. Un país en el cual pueda predecirse, por orientación política, la decisión que tomará tal o cual magistrado, está gravemente enfermo, colocando la palabra institucionalidad en un severo entrecomillado.

La reproducción de esta incapacidad de generar espacios de negociación, de un acuerdo que oriente la inclusión en Venezuela, evidentemente la tendremos con decisiones que emanen de una justicia que ya tiene banderas. Estas decisiones del TSJ, de forma evidente, tampoco serán la salida a la crisis, y al contrario reflejan la agudización de ésta: las instituciones están también polarizadas. Ese no es el camino, porque una guerra de recursos, acusaciones y recusaciones, no sólo nos aleja la salida, sino que nos conduce a un nuevo escenario de confrontación y desencuentro.

(*): Periodista/Prof. Universitario

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