Opinión Nacional

De la polémica y de los polemistas

El nuevo libro de Manuel Caballero: Polémicas y otras formas de escritura.(Caracas: Alfa, 2008. 191 p.) no puede ser más interesante ni más incitante intelectualmente hablando. Sólo que este crítico lo hubiera organizado al revés: primero la segunda parte, que es la esencial. Y ello sin quitarle un ápice a todo lo que hallamos en la primera, más precisamente literaria, que nosotros hubiéramos puesto como segunda parte. Esto lo decimos sin hacer juicio negativo alguno de los textos que forman las dos partes, estos son de grande valor en el terreno del análisis político o literario.

Este libro se basa en algunas ideas básicas: la primera y principal es ”ejercitar esa crítica consustancial no sólo a la labor del historiador, sino de todo trabajador intelectual digno del nombre y del oficio” (p.183), buscando siempre al hacerlo el “talante moderado, dado a discutir y persuadir y no a aplastar y aniquilar al adversario” (p.99). Y una sustancial, que al chavismo nunca hemos podido entenderle. Es cuando escribe Caballero: “quien se niega a renovarse, a confrontarse con las nuevas realidades, se convierte al final en reaccionario, en un peso muerto” (p.131).

Pero hay también otra concepción que también es nuestra: la capacidad de autocrítica, de revisar, a la luz de nuevos hechos, nuevas lecturas, cierta documentación, criterios expresados antes. Tal lo que expresa Caballero cuando escribe: “es la marca del verdadero trabajador intelectual: es el hombre que no se toma una crítica muy severa que ella pueda ser, como una cuestión personal, como poco menos que un insulto” (p.186). Invoca aquí el ejemplo de Fermín Toro(1806-1865) quien para expresar una equivocación cometida al firmar la ley del 10 de abril de 1834, que había aprobado por su voto, y que debió firmar como presidente de la Cámara de Diputados que la había aprobado, poco después se dio cuenta del error y rectificó. Y lo hizo, nada más nada menos, que con sus famosas Reflexiones sobre la ley del 10 de abril de 1834 (Caracas: Imprenta de Valentín Espinal, 1845. 96 p.) sobre aquella ley que es el alegato más claro de su equivocación, pero argumentadas de tal forma que lo expresó en uno de los libros más densos del pensamiento político venezolano del siglo XIX. No rectificar, nos enseñó don Fermín, es oficio de los analfabetas políticos.

Y hay también en las líneas finales del trabajo sobre Jesús Sanoja Hernández (1930-2007) en que al bosquejar el perfil del querido compañero traza el suyo propio cuando escribe: ”El periodismo político puede ser una forma de permanecer en ese terreno donde la vida nos lanzó desde muy jóvenes; pero el talento literario es un don que, cuando se posee en… abundosa cantidad… es también un deber poner por encima de todo el cultivarlo” (p.24), solo hemos omitido aquí el nombre del gran Jesús, uno de esos hombres de los que Venezuela siempre ha necesitado que existan mil como él.

Los lectores de Caballero saben que él ordenó los textos de las que consideró las Diez grandes polémicas en la historia de Venezuela (Caracas: Contraloría General de la República,1999. XXI, 485 p.). Aquí nos ofrece toda una sección sobre tal modo de comunicación ofreciéndonos su prólogo sobre la polémica y los polemistas, extenso ensayo que es apasionante porque lograr tocar el meollo de este modo literario, porque lo es, de una forma que ningún otro autor venezolano lo había hecho, de manera profunda, con honda encarnación en las ideas que nos vienen del siglo XVIII, las cuales están vivas, más en los días del nuevo liberalismo que vivimos.

Y son otras varias las polémicas que examina Caballero. Una muy importante es la relativa al socialismo autoritario que aquí entre nosotros suscitaron, a raíz de los sucesos de 1968 en Checoslovaquia, Teodoro Petkoff (Checoslovaquia el socialismo como problema, 1969), Ludovico Silva (Sobre el socialismo y los intelectuales, 1970) y el propio Caballero (El desarrollo desigual del socialismo y otros ensayos polémicos ,1970) controversia que llegó a ser tan decisiva, que como lo reconoce hoy el mexicano Enrique Krauze (El poder y el delirio. Caracas: Alfa,2008,p.319), la gran polémica internacional del socialismo se inició en Venezuela y por pensadores venezolanos. En la Primavera de Praga, para nosotros, se inició la caída del socialismo, sus raíces están sin duda en la insurrección húngara de 1956. Aquí en su libro Caballero recoge su parte en aquel expediente aunque pensamos que él debería autorizar una nueva edición de su libro de aquellas horas, aun en plena vigencia, que resiste cualquier lectura, más vivo desde que la discusión del socialismo fue suscitada de nuevo por el presidente Chávez, a nuestro entender de forma errada porque él no conoce la naturaleza del socialismo, mas bien de los “socialismos”, ni siquiera en su variante utópica, menos a Marx.

La autocrítica sobre Cuba hecha por antiguo comunista como Caballero, aquí inserta, no deja de ser menos acuciante; igual es su opinión, que compartimos, de aquello que encontraron los españoles en Venezuela en 1498 (p.132). Igual claridad nos da al examinar los términos: “Quinta Republica”, ”Cuarenta años de Punto Fijo”, ”Revolución bolivariana” y “El pueblo como soberano absoluto” como los “conceptos insostenibles en el discurso oficial” (p.166). Tiene plena razón en sus argumentaciones llenas de verdad.

En la Venezuela de la última década quien ha escrito las palabras más compresivas desde la disidencia a Chávez, páginas siempre analíticas, ha sido Manuel Caballero. Sus exploraciones se encuentran en varios de sus libros. El asunto no podría faltar aquí.

A veces examina estos días en donde lo ideológico es determinante. Ideológico mal entendido porque lo que se ha puesto sobre el tapete son ideas vencidas, con los armas a veces, como es el caso del fascismo, caídas por si mismas: como lo relativo al socialismo autoritario; mal conocidas como es todo el proceso del socialismo, desde el utópico al científico. La presencia errada de ciertas concepciones deben ser criticadas, con argumentos, como lo hace Caballero aquí.

Esto lo hace aquí Caballero desde varios ángulos, como el sabroso “El antisocial y los antisociales”, en el cual se refiere a expresiones, a novísimos disparates, como lo denomina, de los interminables discursos del presidente Chávez. Por ello anota “Cuando un gobernante sólo conoce el lenguaje garroteril no puede hablarse de la suya como de una comunicación social”(p.137), “si un gobernante dedica lo más claro de sus días y lo más oscuro de sus noches a enfrentar, denigrar, tratar de destruir o en el mejor de los casos, desoír a esos organismos de la sociedad(partidos, sindicatos, agremiaciones profesionales o empresariales), está yendo más allá de rechazar el diálogo: está negando la existencia misma de la sociedad. O sea: él si merece con todas sus letras el calificativo de antisocial”(p.137). Y ello es grave porque “ante la ausencia de diálogo, sólo existe la horda”(p.136). De allí el miedo chavista a la crítica, tan bien expresado en este libro en el ensayo “Parecidos y aparecidos”.

El régimen de Chávez lo caracteriza así Caballero: “Chávez representa la reacción, la más extrema derecha. Un régimen que ha reinstaurado la reelección presidencial y la personalización del poder(quien manda no es el Presidente de la República sino Hugo Chávez), nos ha hecho retroceder con eso, sesenta y cinco años de historia, los que nos separan del 17 de diciembre de 1935, cuando…Gómez dejó el poder… un régimen cuya Constitución ha reintroducido un fuero militar suprimido desde 1830, no es un simple régimen derechista, sino el gobierno más reaccionario que ha sufrido Venezuela” (p.139). Y nos da estos ejemplos: “si debe compararse a Chávez con alguien, nadie más a mano que Idi Amin (1925-2003). Por su hábito de hablar en clisés sin ningún contenido real, se acerca más a (Benito) Mussolini (1883-1945); y por su empeño en dirigir sus discursos a la masa más primitiva y más desasistida en lo intelectual, y además por tener de asesor a un sicofante antisemita, se parece más a (Adolfo) Hitler (1889-1945)” (p.139).

Y el antídoto es nuestra sociedad sólidamente democrática: “cuando se habla de las ideas totalitarias del régimen chavista, no tiene mucho sentido referirse al establecimiento de un pensamiento único, pues eso no se produce, entre otras cosas porque de algo han servido estos sesenta años de aprendizaje democrático que nos separan de la muerte de Gómez. No se ha establecido todavía una idea única y obligatoria, pero se trata de sustituir las clases, y su lucha, por un sistema de desclasados de todas las clases, en esa corte de los milagros que vociferante y pedigüeña que aplaude cada morisqueta del Comandante” (p.165). Estas son las concepciones básicas para entender, en su esencia, al hombre de Sabaneta, al bisnieto del delincuente asalta caminos Maisanta.

Sigue haciendo Caballero la crítica a los “Conceptos insostenibles en el discurso oficial”, todos son inventos inexistentes: “Quinta República”, “Los cuarenta años de Punto Fijo”, “La Revolución bolivariana” y “El pueblo soberano absoluto”.

Estamos de acuerdo con Caballero en sus análisis. Pese ello creemos que esos números aplicados a las llamadas repúblicas fueron puestos por los historiadores, casi siempre para hacer más claro su discurso. En verdad con esa denominación sólo existió una: la tercera, así denominada por el Libertador en una proclama (mayo 8,1816), al llegar de Haití, a la isla de Margarita, tras la Expedición de Los Cayos. En ella se lee: ”He aquí el tercer período de la República” (Escritos del Libertador. Caracas: Sociedad Bolivariana de Venezuela, 1973, t. IX; p.138). Fíjese que ni siquiera la llama Tercera República. Esto fue tras la reunión en la capilla de Santa Ana del Norte (junio 9,1816). La iglesia existe aun, en el camino hacia Juan Griego. Quien lo desee puede detenerse y entrar: puede rezar y puede imaginar aquella reunión de los grandes oficiales patriotas de aquel día.

Nuestro segundo escolio es relativo al Pacto de Punto Fijo. Dice Caballero que ello fue uno de los grandes triunfos de Rómulo Betancourt (1908-1981), el cual “permitió que su proyecto político pasara del papel, y de las buenas intenciones y promesas, al terreno de los hechos, echando las bases de un régimen y un sistema el cual, con sus cuarenta años de existencia, se convirtió en la más larga (y asaz fructífera) dominación en la historia republicana de Venezuela. Por primera vez en siglo y medio de historia, los adversarios políticos se reconocían como tales, y no como enemigos, renunciaban a sacarse las tripas de palabra y de hecho. Ese pacto ha sido ejemplar no sólo para los venezolanos: sirvió de reconocida influencia si no modelo, para la transición española de la tiranía a la democracia, y para otro tanto en Chile” (p. 169). Todo esto cierto. Pero falta un hecho: este pacto surgió como consecuencia de las lecciones que el sucederse de la tiranía enseñó a sus principales líderes, de las lecciones de los errores del trienio octubrista, tanto que Betancourt pasó de “loco” a “loquero”, que es lo que siempre ha necesitado Venezuela para gobernar esta “demoniopolis” como llamó (julio 10, 1821) el Libertador a nuestro país (Escritos del Libertador. Caracas: Sociedad Bolivariana de Venezuela,1988, t. XX, p. 299). Pero este pacto no pudiera haberse cumplido sin la voluntad del segundo de sus firmantes: Rafael Caldera y su partido Copei. Caldera fue siempre fiel a la palabra empeñada, el buen acuerdo entre adecos y copeyanos funcionó a lo largo de las cuatro décadas de estabilidad política que nos dio el Pacto de Punto Fijo. Tanto que en su segunda presidencia Caldera pudo gobernar gracias al buen acuerdo, plenamente vivo de aquel entente. El otro signatario, Jóvito Villaba (1908-1989), no logró calibrar la significación de lo pactado en Nueva York y firmado en casa caraqueña de Caldera en La Campiña meses más tarde. Tan grave fue esto, que sin dudar de las convicciones democráticas del maestro Villalba, se puede decir que cuando el se retiró del pacto el 17 de noviembre de 1960, aquella incomprensión de su sentido, constituyó el fin de su carrera política: no supo interpretar, pese a su buena formación y su práctica política, el significado de aquella hora. Los “joviteros” siempre actuaron constantemente contra aquel acuerdo como su puede ver ahora con los diversos hechos que rememora Enrique Tejera Paris en sus memorias (1958-1963) Gobierno en mano (Caracas: Libros Marcados, 2009. 366 p.). En verdad, desgraciadamente Jóvito escuchó más que a los demócratas de URD a aquellos dos miembros de la izquierda marxista que también era militantes de su partido, Luis Miquilena y José Vicente Rangel, que al sentido del sucederse de aquellos hechos. Y hoy sabemos, bajo el régimen de Chávez, el gran daño que a la democracia venezolana, que siempre odiaron, le han hecho estos dos funestos personajes.

Y además es sustancioso Caballero en el análisis de los pasos del proceso cultural venezolana en “Mecenazgo gubernativo, prioridad nacional o unanimidad”, todo clarísimo, pieza esta que hay que incorporar a todo estudio sobre la políticas culturales del Estado venezolano desde Gómez “hasta la situación presente, la cual por desgracia, se detiene por ahora no en un estancamiento sino en una regresión” (p.141). No menos singulares, en este campo, son sus disquisiciones sobre “Fundamentalismo y totalitarismo”.

La primera parte de Polémicas y otras formas de escritura, si seguimos el orden en que fue impreso el volumen, la forman en su mayoría ensayos de interpretación literaria. Y estos nos revelan otra faceta del hacer de Caballero en la cual poco se ha reparado, pese a estar bien representada en sus libros: su carácter como crítico literario singular.

Hay aquí artículos personalísimos como cual habla de Hanni Ossott (1946-2002) nuestra gran poeta, autora de uno de los siete grandes poemas de nuestras letras “Del país de la pena”. Lo hace desde el ángulo del conocimiento personal, ella fue su esposa, y nos la muestra trabajando en sus textos. Y tiene razón cuando señala el viraje que en su obra poética se produjo cuando publicó el poemario Hasta que llegue el día y huyan las sombras.

Sabe Caballero mirar con acucia textos narrativos: Viejo (1994), de Adriano González León(1931-2008), La enfermedad (2006), de Alberto Barrera Tyzska (1960), Compañero de viaje (1970) de Orlando Araujo (1928-1987) o descubrirnos a un escritor casi desconocido como Rafael Cordero, quien al parecer paga la edición de sus obras y las distribuye entre sus amigos, pero quien es autor de esa joya, dice Caballero, no la hemos podido leer, que es el cuento de amor de Cordero “Don Dalmiro Finol”.

Pero son fascinantes la exploraciones con más sentido crítico, las cuales requieren de mucha erudición y constantes lecturas: cuando a propósito de Eduardo Blanco (1838-1911) se para ante la envidia caraqueña que quiso encontrarle otro autor a su libro impar como si don Eduardo hubiera robado lo que era suyo a otro porque se pensaba que era imposible que él hubiera redactado Venezuela heroica (1881). Pero, lo explica Caballero, toda una obra literaria anterior lo respaldaba. Y al año siguiente de Venezuela heroica en Zárate escribiría Eduardo Blanco la primera novela venezolana: nada menos. Y nada más, todavía su puede leer Zárate con placer.

Pero son apasionantes todas las exploraciones de Caballero sobre un asunto que nunca se dejará de debatir: plagio, imitación e influencia: sus ejemplos son siempre convincentes. Pero no se puede incursionar en estos predios sin numerosas lecturas y conocimiento de muchos ejemplos, los cuales posee Caballero. Y es ello lo que lo lleva en “Delfino y Lamas: ¿plagiario?” a merodear otra vez el asunto. Y con certeza.

Es también certera su exploración de los grandes libros de nuestra literatura carcelaria. Los divide entre “El testimonio sin afeites”: Memorias de un venezolano de la decadencia y Se llamaba S.N. Y testimonios novelados o novelas testimoniales: Puros hombres y La muerte de Honorio.

Aquí solo queremos añadir lo que sigue sobre las Memorias de un venezolano de la decadencia. Todos sabemos que fueron escritas en La Rotunda, sacadas de allí por manos amigas y del país por el doctor Miguel Zúñiga Cisneros (1897-1984). Con ellas se hizo, edición clandestina, el folleto Gómez y los venezolanos (1921): sin firma y con falso pie de imprenta. El opúsculo, quién sabe cómo, llegó a circular en Caracas. Todos sabían quien lo había escrito. Un día un amigo se presentó ante Pocaterra y le dijo que el gobierno sabía que él era el autor: Pocaterra se levantó de su escritorio, tomó el primer taxi a La Guaira que encontró y allí abordó el primer barco que salió de la rada: comenzó entonces su exilio. No pudo regresar sino quince años más tarde. Es esta la historia de un libro, asunto que siempre ha apasionado al autor de esta reseña.

En dos de sus trabajos: el dedicado a los cubanos Alejo Carpentier (1904-1980) y Nicolas Guillén (1909-1989) explora el significado del escribir en la prensa de estos dos creadores, la llamada “prosa de prisa” por Guillén.

Fascinantes son sus reflexiones sobre la ciudad, incluso, y especialmente, para un buen entendimiento de las ficciones urbanas de nuestra literatura. Sobre todo nos interesa sus reflexiones, con relación a Caracas, entraña de muestra narrativa, entre ciudad “ingobernable” y ciudad “desgobernada”, que es lo que es nuestra urbe amada. Y dice con razón: “La ciudad no es una creación del averno, no es la Babilonia pecadora, no es Sodoma y Gomorra, no es Babel… la ciudad es la cosa humana por excelencia”(p.30).

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