Opinión Nacional

¿De qué murió Simón Bolívar?

¿De qué murió Simón Bolívar?

Las causas del deceso del Libertador, así como las incidencias de su vida y obra, han sido motivo constante de investigación y debate. Hasta ahora, la percepción mayoritaria apunta a la tuberculosis pulmonar como desencadenante del funesto desenlace. Pero no ha faltado quien, con mayor o menor asidero, tenga una visión discordante.

En el Museo de la Sociedad Bolivariana de Caracas hay un medallón de oro de 25 milímetros de altura, 22 de anchura y 9 de espesor donde se atesora una especie de piedrita que fue extraída del pulmón izquierdo de Simón Bolívar por el doctor Alejandro Próspero Révérend, médico de cabecera en sus últimos diecisiete días y encargado de la autopsia del héroe caraqueño. Esa concreción calcárea y los mechoncitos que se conservan la citada institución y en la Quinta Bolívar, de Bogotá, es lo todo lo que tenemos del cuerpo del Libertador. Están, desde luego, sus huesos en el sarcófago guardado en el Panteón pero ésos no los podemos ver.
De los restos del Libertador –que fueron trasladados en 1842 por una comisión encabezada por el doctor José María Vargas- lo último en llegar a Caracas fue la concreción calcárea. Nadie la había echado de menos hasta que el doctor Révérend vino a Venezuela en 1874, respondiendo a una invitación de Guzmán Blanco, quien lo hizo venir para otorgarle el título de “Ilustre Prócer de la Independencia Sudamericana”. Révérend, que ya tenía 78 años, se emocionó mucho con los honores de que era objeto y, sobre todo, por el hecho de encontrarse en la ciudad natal de su “augusto enfermo”, como lo llamaba él mismo; y regaló al gobierno venezolano ese pedacito como de piedra que hasta el momento había guardado celosamente.
La importancia del hallazgo de ese nódulo calcificado rebasa la circunstancia de que por muchos años formó parte del cuerpo de Bolívar: es, como dice el médico anatomopatólogo Alberto Angulo, “el foco parenquimatoso pulmonar calcificado de una primo-infección tuberculosa adquirida posiblemente durante la infancia o adolescencia”. Quiere decir que cuando era un niño, Bolívar fue tocado por la tuberculosis (que muy probablemente fue el mal que devoró tanto a su padre como a su madre) pero su organismo se defendió de la enfermedad curándose por calcificación. Esto nada tuvo que ver con la tuberculosis de reinfección que, según la mayoría de los expertos, lo llevaría a la muerte. Esto sin perder de vista que, en 1850, la tuberculosis pulmonar y sus complicaciones eran la causa de una cuarta parte de todas las muertes en Inglaterra y en los Estados Unidos. Y a fines del siglo XIX, está documentado que la tuberculosis mató a uno de cada 7 habitantes de Europa y América.

Envenenar a un muerto

El 17 de diciembre de 2007, cuando se cumplían 177 años de la muerte de Bolívar, el presidente Hugo Chávez dijo, en el Panteón Nacional, el Libertador no había muerto de tuberculosis sino que había sido envenenado.
El Presidente estaba citando los planteamientos de un libro titulado ‘El parricidio de Santa Marta’, escrito por un tal Luis Salazar Martínez, quien plantea que el victimario habría sido Fernando Bolívar, sobrino del Libertador, en complicidad con Mariano Montilla, quien había contratado a Révérend para que atendiera al depauperado paciente, que llegaba a Santa Marta después de varios meses de penosa peregrinación por el Magdalena buscando un puerto que lo sacara de Colombia y del nudo de intrigas que había abatido su ánimo. El supuesto complot para envenenarlo hubiera tenido como blanco un hombre que ya venía muy corroído por la enfermedad (o, más bien, por las enfermedades, como han establecido los historiadores de la Medicina) y que, antes de salir de Bogotá, en mayo de 1830, había renunciado a la Presidencia de la República, que había ostentado por once años. Si alguien hubiera preparado una pócima maligna, la hubiera administrado a un cadáver que apenas resollaba y a un general retirado sin más poder que el de hacer un testamento y escribir una última proclama donde dice que sus perseguidores lo han llevado a las puertas del sepulcro pero no sugiere un intento de cumplimiento literal de esa sentencia sino que deja ver que se trata de un atentado moral contra su reputación y su amor a la libertad.

Hablan los expertos

Desde luego, Chávez dista mucho de ser el primero en retomar el asunto de la causal de deceso del Libertador. Muchos médicos de diversas especialidades e historiadores de distintas nacionalidades se han ocupado de él. Tal como explica el doctor Alberto Angulo. “Salvo un trabajo publicado en 1883 por Rodrigo Chacón, la bibliografía nacional sobre el tema comienza en 1915. Por iniciativa del Dr. Ricardo Archiva, la Sociedad Venezolana de la Historia de la Medicina, conjuntamente con la Academia de la Historia, la Academia de la Medicina y la Sociedad Bolivariana, se efectuó en junio de 1963 en Caracas una mesa redonda titulada ‘La enfermedad causal de la muerte del Libertador desde el punto de vista médico e histórico’, que constituye el estudio más completo que se haya hecho de tan apasionante tema. En 1980, en una Asamblea Nacional Bolivariana, realizada en Valencia en 1980, se efectuó otro encuentro titulado ‘Enfermedad, muerte y autopsia del Libertador. Juicio crítico sobre el comportamiento y terapéutica de Révérend’. En Colombia, también se ocuparon del tema. En mayo de 1974 un grupo de médicos realizó en el Hospital San Rafael de Tunja una ‘reunión científica histórica sobre la enfermedad que llevó a la muerte a Bolívar’”.
-Las asambleas de Caracas, en 1963, -sigue el doctor Angulo- y la de Valencia, 1980, concluyeron que el Libertador murió a consecuencia de una tuberculosis pulmonar, dando así un respaldo al diagnóstico del doctor Révérend. Y en la Asamblea de Tunja, 28 médicos de los 31 asistentes se pronunciaron como primer diagnóstico en el mismo sentido.
El 13 de febrero de 1964 se dio inicio a una serie de encuentros de especialistas para debatir acerca de las causas de muerte de los presidentes de Venezuela. Y el primer analizado fue el Libertador. A esa mesa redonda a asistieron: el presbítero Pedro Pablo Bartola, el experto en la iconografía de Bolívar. Alfredo Boulton y los doctores José Ignacio Baldó, Oscar Beaujon y Blas Bruni Celli. De este notable elenco, sólo vive el último de los mencionados.

¿Quién dijo veneno?

Entrevistado 44 años después de aquella mesa redonda, el doctor Blas Bruni Celli no ha cambiado un ápice su parecer. Hoy reafirma lo que entonces escribió en la conclusión de su ponencia: “Bolívar murió de tuberculosis pulmonar bilateral fibro-ulcero-cavernosa con diseminación bronconeumónica. La coexistencia de la laringitis (verificada clínicamente) y adenitis mesentérica confirman aún más esta evidencia. En relación con la enfermedad principal hubo una congestión y degeneración grasosa del hígado y una anemia secundaria. Las lesiones descritas en el pulmón tanto por su topografía como por el aspecto morfológico no pueden corresponder a ninguna otra afección conocida. La descripción no es compatible con otra afección inflamatoria específica (como una micosis) o inespecífica (como un absceso pulmonar), ni con una lesión de tipo degenerativa o neoplásica”.
-A nadie se le ha ocurrido –dice Bruni Celli, médico y miembro de más de una docena de academias repartidas en todo el continente- que Bolívar fue envenenado. Nunca se ha hablado de envenenamiento. Ni hay nada en el protocolo de autopsia redactado por Révérend que haga pensar en esa posibilidad.
A esta certeza se une el coronel (Ej.) Arturo Castillo Machez, presidente de la Sociedad Bolivariana de Venezuela, quien descarta la tesis del envenenamiento porque “toda la comida que consumía el Libertador era probada antes por su mayordomo, José Palacios, quien estuvo con él hasta sus últimos momentos en San Pedro Alejandrino”.
A continuación se presentan las conclusiones de la mesa redonda sobre la causa de muerte de Bolívar, que tuvo lugar en Caracas en 1964: 1.- Los antecedentes familiares del Libertador comprueban que vivió en su infancia en un ambiente familiar propicio para el contagio de tuberculosis. 2.- El nódulo calcificado y otros resultados de la autopsia conducen a considerarlo como secuela de una primo-infección tuberculosa. 3.- Sus antecedentes personales demuestran que las fatigas, privaciones y preocupaciones, minaron su resistencia y favorecieron una reinfección tuberculosa. 4.- Los datos aportados por el expediente clínico permiten confirmar el diagnóstico de tuberculosis pulmonar. 5.- Los datos suministrados por la autopsia son concluyentes para determinar la presencia de lesiones (cavernas y nódulos exudativos) características de tuberculosis de reinfección de adulto de tipo fibroulcerocavernosa, con diseminación broncógena, suficientes para producir y explicar la muerte. 6.- La terapéutica empleada por el médico tratante estuvo adaptada a los conceptos científicos admitidos en su tiempo. 7.- El análisis de los Boletines Médicos y del Protocolo de la autopsia demuestran que el Dr. Révérend poseía conocimientos científicos acordes con las doctrinas de la época, lo que acredita su carácter de médico de alto nivel académico.

Dónde me dejas la amibiasis

Cierto es que la tuberculosis pulmonar es la que gana más adeptos en el debate. Pero también están quienes aseguran que Bolívar murió de amibiasis y no faltan los lanceros de la hipótesis de una intoxicación cantaridiana.
En su libro ¿De qué murió Simón Bolívar?, el médico guatemalteco Horacio Figueroa Marroquín, escribió: “No fue la malaria, no fue la infección estafilocóccica. Si tomamos en cuenta que su enfermedad de Pativilca fue de manifestaciones del aparato digestivo, que el hígado estaba grande y con manifiestas lesiones de su cara convexa; que en el pulmón derecho se le encontró un absceso cuyo pus era del color de las heces del vino (color rojizo oscuro o achocolatado); que en sus últimos días mantuvo un hipo, que es clara manifestación de un ataque al peritoneo o al diafragma, podemos decir que Bolívar murió de una amibiasis que le atacó el hígado y el pulmón […] Cualquier médico de esa época al encontrar pus en el pulmón y el cortejo de síntomas: tos, enflaquecimiento extremo, no podía sino diagnosticar tuberculosis. ¿Cómo podía diagnosticar una amibiasis cuando esta enfermedad no se conocía? La amibiasis y todos los trastornos que es capaz de producir, no se descubrieron sino hasta el año 1875, o sea, 45 años después de la muerte de Simón Bolívar”.
En esta opinión Horacio Figueroa Marroquín coincide con el médico colombiano Luis Ardila Gómez, quien ha afirmado que “…el Libertador Simón Bolívar NO murió a consecuencia de una tuberculosis pulmonar, como se venía creyendo hasta ahora, sino de un absceso amibiano del hígado abierto en los bronquios, porque no hay ninguno de los síntomas comprobados que no concuerde con este diagnóstico , mientras que, por el contrario, sería preciso forzar un tanto la interpretación para encajar el conjunto dentro de la concepción de una tuberculosis pulmonar”.
Y luego están quienes se decantan por la intoxicación cantaridiana como el médico samario, Eduardo Urueta, que apunta a la cantárida, administrada a los pacientes de la época como culpable del fin de Bolívar. Según ha apuntado el doctor Marcel Granier-Doyeux, en su Análisis crítico del tratamiento empleado por Révérend. “Las cantáridas son pequeños insectos coleópteros de olor picante o fétido, que se dejan secar y luego se pulverizan. Este polvo de cantáridas contiene un principio activo, la cantaridina, descubierto y aislado por Robiquet en 1810 […] Hace ya varios siglos que su toxicidad había sido reconocida y, por ello, los médicos siempre las usaron con grandes precauciones”.

Un corazón arde en su cofre

Los restos de Simón Bolívar han sido sometidos a cuatro entierros. Y su corazón, a tres entierros y un incendio.
La primera inhumación del Libertador se produjo el lunes 20 de diciembre de 1830, en la cripta de la familia Díaz Granados, situada en la nave derecha de la catedral de Santa Marta, a los pies del altar de San José.
El 24 de mayo de 1834, esta ciudad costeña de Colombia fue afectada por un terremoto que produjo grietas en el suelo de la catedral, precisamente donde se encontraba la tumba del Bolívar.
En 1837, cuando termina el gobierno de Santander y cesa la persecución a los bolivarianos, don Manuel Ujueta, amigo de Bolívar, regresa de Jamaica a Colombia. Y se encuentra con que el mal estado del sepulcro da ocasión a que algunos enemigos de Bolívar pretendan ultrajar la tumba. Dice el señor Ujueta: “Arrojaban tierra sobre el ataúd que por entre las ruinas se veía, tapizando el interior con escombros y con pedazos de ladrillos y aun concibieron el proyecto de posesionarse del cadáver para arrojarlo al mar, junto al Morro, para que la profundidad que allí tienen las aguas hiciese imposible al extraerlo en ningún tiempo; indignado por tanta infamia, solicité y obtuve permiso para construir la bóveda que hoy ocupan los restos del gran hombre, conduje a mi casa las veneradas cenizas, conservándolas en mi poder tres días que se emplearon en la reconstrucción de la nueva bóveda”. Es así como Manuel de Ujueta exhuma los restos y se los lleva a su casa en la Calle Grande, donde los retiene hasta que la bóveda de la familia Díaz Granados está en capacidad de albergarlos. El cuerpo recibe su segunda inhumación.
Manuel de Ujueta había asistido en calidad de juez político de San Marta al otorgamiento del testamento y a la lectura de la última proclama del Libertador, el 10 de diciembre de 1830. Estuvo presente el 17 de diciembre en San Pedro Alejandrino y aparentemente ayudó al Dr. Révérend en el embalsamamiento. El 27 de diciembre de 1838 Juana Bolívar, hermana del Libertador, le escribió una carta donde le manifiesta su gratitud; y le remitió una medalla que había pertenecido a su hermano como premio al “amigo fiel más allá del sepulcro”. Y en 1842, va a asistir como testigo (junto con Reverend) a la exhumación de los restos en vísperas de su viaje a Venezuela.

Dejó enterrado su corazón

El 26 de julio de 1839 los restos fueron cambiados de lugar dentro de la catedral a otra bóveda, construida por Joaquín Anastasio Márquez en la parte superior de la nave mayor, cerca de las gradas del presbiterio. En el acta levantada para dejar constancia de este tercer entierro, se da cuenta de la existencia de dos urnas, la grande que contiene el esqueleto y la pequeña que contiene el corazón y otras vísceras. Allí se van a quedar durante tres años, hasta que les llega el momento de ser llevados a Caracas, como era la voluntad del Libertador y así lo dejó establecido en su testamento.
La tercera y última exhumación de los restos se realizó el 20 de noviembre de 1842 cuando fueron trasladados a Caracas en presencia de las comisiones venezolana y neogranadina, que congregaron numerosos testigos de alta calidad moral. Ese año de 1842, ante la presión de las hermanas del Libertador y los movimientos bolivarianos que se estaban gestando en todo el país para que se cumpliera la voluntad de Bolívar de yacer en su país, Páez solicita al Congreso de Venezuela la autorización para traer los restos.
Por petición de la comisión colombiana, según cuya expresión “Santa Marte merece conservarlo”, los venezolanos accedieron a su petición de dejar en tierra samaria la pequeña urna que atesoraba el corazón y las vísceras de Bolívar.
El martes 20 de diciembre de 1842, los restos del Libertador llegaron a la catedral de Caracas, y fueron ubicados en la cripta de la familia Bolívar. Allí mismo se afanó el doctor José María Vargas con su trabajo de anatomista.
El 30 de enero de 1843, cursa una comunicación al Secretario de Estado, donde presenta un informe que dice, entre otras cosas: “Debo informar que aunque el esqueleto está cabal, los más de los huesos por efecto de la humedad y la muy impropia preparación de conservación inmediatamente después de la muerte, están ya negros y decaídos hasta el grado de deleznarse entre los dedos al asirlos. La operación de barnizarlos de modo que se conserven mejor, sólo puede hacerse con respecto del cráneo y los huesos largos de los miembros. Los demás serán separados de la tierra y relegados a otra caja que pueda contenerse dentro de la misma urna; y quedarán como se hallan en sus respectivas posiciones del esqueleto”.
Al concluir el trabajo de conservación, el esqueleto fue ensamblado con alambres de plata, envuelto en un damasco negro y armado con cuñas en una caja de plomo, construida con láminas de ese metal y soldadas por el mismo Vargas. La caja de plomo se guardó en una urna de madera con dos llaves, y permaneció en la cripta hasta 1852, cuando fue llevada a la capilla de la Santísima Trinidad e instalada al pie del mausoleo de Tenerani, entonces de estreno.
En 1876, bajo el gobierno de Guzmán Blanco, se inaugura el Panteón Nacional y la urna de madera, donde está la caja de plomo, jamás violada, es depositada definitivamente en el altar principal del Panteón.
En cuanto a la caja donde se atesoraba el corazón de Bolívar, que había frente al altar mayor de la catedral de Santa Marta, se incendió el 19 de noviembre de 1860, el templo fue incendiado por la tropa liberal que atacó la ciudad para reducir a los conservadores.

No hay duda: son sus restos

Sesenta años antes de que el presidente Chávez asegurara que él anda tras la pista del cráneo del Libertador y que por eso ha encargado “una investigación hasta policial e histórica”, el doctor José Izquierdo, respetado médico y profesor universitario, movilizó un escándalo nacional al asegurar que había encontrado, en la cripta de la familia Bolívar en la Catedral de Caracas, un cráneo con señales de ser autopsiado, que podía ser el de Simón Bolívar. Su suspicacia apuntaba a que los restos del Libertador podían haber sido profanados antes de ser depositados en el Panteón.
Era el año 1947, así que la Asamblea Constituyente, presidida por Andrés Eloy Blanco, nombró una comisión de distinguidos científicos e historiadores para que investigaran los señalamientos del doctor Izquierdo. Esta comisión constató que Simón no era el único Bolívar en haber sido autopsiado y que otros miembros de la familia habían sido sometidos a ese trámite forense.
Ya en 1842, cuando la comisión venezolana encabezada por el doctor José María Vargas fue a Santa Marta a buscar los restos de Bolívar para traerlos a Caracas, el general colombiano Joaquín Posada Gutiérrez, integrante de la parte neogranadina de la comisión, tomó unas notas para su libro Memorias histórico-políticas, en las que da fe de la autenticidad de los restos que fueron trasladados a la ciudad natal del Libertador y que desde 1842 nadie ha vuelto a tocar. Los han cambiado de lugar. Pero no les han puesto un dedo encima.
Así escribió el general Posada Gutiérrez: “Procediese al reconocimiento de los restos, que dio este resultado: el cráneo aserrado horizontalmente, y las costillas por ambos lados cortadas oblicuamente como para examinar el pecho; los huesos de las piernas y pies estaban con botas de campaña; la derecha todavía entera, la izquierda despedazada; a los lados de los huesos de los muslo, pedazos de galón de oro deteriorado y listas de color verde como metal oxidado, fueron los únicos fragmentos de su vestido que se encontraron: todo los demás se había pulverizado. En aquel momento, reinando un profundo silencio, pregunté al doctor Révérend y al señor Ujueta lo conducente a probar la identidad de los restos del cadáver que tenían presente, con el general Bolívar, y ambos contestaron afirmativamente. […] Los señores doctor Révérend y Manuel Ujueta, que asistieron a la presentación del cadáver el primero como médico que lo preparó y el segundo como una de las personas que asistieron a esta preparación y a su sepultura, contestaron que era el mismo idéntico. Por último, a todas estas pruebas de identidad se agrega la de que en estos años anteriores ningún cadáver ha sido ni podido ser enterrado en una u otra bóveda.”

Un francés varado en Santa Marta

Alejandro Próspero Révérend tenía 34 años cuando recibió el encargo del general Mariano Montilla de convertirse en el médico de cabecera de Simón Bolívar, quien llegaría a Santa Marta (ciudad en la que se había instalado el médico francés desde hacía seis años) el primero de diciembre de 1830 en estado tan calamitoso que hubo de ser bajado del bergantín Manuel en una silla de brazos. No podía caminar. Estaba tan delgado que no llegaba a pesar ni 30 kilos. Pero seguía siendo el general Bolívar, el alma indoblegable, el jefe de más recursos, como había dicho uno de sus grandes oponentes, el general Pablo Morillo. Y seguía siendo un paciente tremendamente difícil, que no hacía caso a los médicos y prefería morir, así lo dijo, que tomar los bebedizos que le prescribían.
Para el momento de su desembarco en Santa Marta, la salud del Libertador estaba tan maltrecha que es probable que ni siquiera con los auxilios de la medicina de hoy hubiera podido salvarse. Pero el caso es que su drama tenía lugar en el primer tercio del siglo XIX, cuando todavía se aplicaban ventosas y vejigatorias. Aún si hubiera estado entre los médicos más avanzados de su época, Révérend no hubiera contado con medicamentos ni prácticas capaces de curar a su admirado paciente. No existían. No se habían descubierto. No lo tocó más que asistirlo a una muerte digna, tomar nota de sus últimas horas y hacer una autopsia que constituye el único documento donde consta el estado del organismo de Bolívar en el momento de su fallecimiento.
Nacido en Falaise (Francia) el 14 de noviembre de 1796, Révérend se había alistado en 1814 como soldado en un cuerpo de caballería del ejército de Napoleón y había participado en la campaña del Loire de 1820, año en que se trasladó a París, donde debe haber cursado medicina, aunque de estos estudios poco se sabe. Es posible que sus conocimientos hayan derivado de su ejercicio como cirujano Mayor del Ejército Republicano de Francia.
No ha faltado quien haya puesto en duda la capacidad profesional de Révérend, de quien se ha dicho que no calificaba ni para enfermero. Pero son muchos los médicos e historiadores de la medicina que al estudiar su protocolo de la autopsia del Libertador han reconocido su talento y su pericia. El doctor Alberto Angulo, médico anatomopatólogo e historiador, ha dicho: “Fue el médico internista acucioso y certero en su impresión diagnóstica, el terapeuta prescribiendo los medicamentos adecuados usados en la época, el psicólogo que logra conquistar la confianza del paciente esquivo a médicos y medicamentos, el enfermero que en la tarde del 15 de diciembre no encontró a nadie que lo ayudara en el traslado del paciente de la cama a la hamaca, el dietista que instruía a la consecuente cocinera ecuatoriana Fernanda Barriga sobre el régimen alimenticio, el médico autopsiante observador y metódico en el examen de los órganos, el mozo de morgue que, al tener que vestir el cadáver al terminar el embalsamamiento, rechazó airadamente la camisa deteriorada. No creo que exista otro ejemplo similar de esa asociación de un enfermo tan importante como el Libertador asistido por un médico tan abnegado, comprensivo y humano como el Dr. Révérend”.
Révérend murió en Santa Marta en 1881.

Ministros y detectives

Al inicio de la última semana de febrero, la Sociedad Bolivariana de Venezuela no había sido consultada ni procurada por vía telefónica o epistolar por miembro alguno del equipo nombrado por el presidente Chávez para realizar la pesquisa que deje en claro dos cosas: si los restos que reposan en el Panteón Nacional son, efectivamente, los de Simón Bolívar y cuál fue el mal que acabó con la vida del héroe. El Presidente no cree en el médico autopsiante del Libertador, así que delegó en sus ministros la tarea de desenmascarar a Révérend. Pero los funcionarios designados en comisión para descubrir la verdad no se han dirigido a la Sociedad Bolivariana para comenzar los interrogatorios. Evidentemente, las averiguaciones van por otro lado.
El decreto 5.834, publicado en la Gaceta Oficial N° 359.203, que circuló el lunes 29 de enero de este año, establece la creación de una Comisión Presidencial, con carácter temporal, que se encargará de planificar y llevar a cabo una investigación científica para determinar la “verdadera causa” de la muerte de Simón Bolívar, que, según el mandatario, no es la tuberculosis pulmonar, como es la opinión dominante en la comunidad médica del continente, sino un envenenamiento criminal.
La comisión está integrada por el vicepresidente ejecutivo, Ramón Carrizalez, quien la preside; así como por los titulares de los ministerios de la Secretaría de la Presidencia, Interiores, Relaciones Exteriores, Finanzas, Defensa, Educación Superior, Educación, Salud, Ciencia y Tecnología, Cultura, así como también por la Fiscal General de la República y el Presidente del Instituto del Patrimonio Cultural.
A ellos les corresponde indagar si los restos guardados en el cofre corresponden a los despojos del más grande de los caraqueños, para lo cual deberán “dirigir y proponer los mecanismos, procedimientos y acciones más expeditas para efectuar dicha investigación”. En apoyo a tan compleja encomienda, el Presidente prometió que contarían con los adelantos más recientes de la ciencia y declaró que ya era hora de abrir el sarcófago para efectuar en su contenido las pruebas que la comisión estime pertinentes.

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