Opinión Nacional

¿”Déficit democrático” o vacío democrático?

Déficit, en economía, significa insuficiencia, carencia, escasez o falta de un bien o recurso. Éste es insuficiente cuando no llena las expectativas o las necesidades de alguien o de un conjunto de personas en un momento dado, lo cual no significa necesariamente que haya carencia absoluta del bien o del recurso que estemos necesitando. Desde luego, déficit es un término relativo que depende de la perspectiva de cada quien. En cualquier caso, no basta hablar de déficit sin, al menos, calificarlo en cuanto a sus dimensiones, porque en situaciones normales económicas, por ejemplo, se puede convivir con uno moderado, manejable, aunque no sea la situación ideal. En suma, y por lo general, cuando señalamos un déficit hacemos referencia a una anomalía, una disfunción circunstancial o coyuntural, que puede ser corregida en el cuadro de una situación ordinaria.

Cuando aplicamos el término a la política y en especial a un sistema democrático como el occidental, a mi modo de ver, estamos partiendo de que existe en lo esencial tal régimen, y que la presencia de problemas, vacíos o carencias que no se ajustan o contradicen los criterios mínimos del modelo, no significa que tal régimen, en sus fundamentos, esté desapareciendo o en riesgo de extinción. Sólo implica que los principios en que se basa toda democracia moderna, a saber: la vigencia plena de los derechos humanos, el respeto del Estado constitucional de derecho, la separación y autonomía de los poderes públicos, la independencia de los tribunales, la imparcialidad política de la institución armada y otros rasgos no menos sustantivos, son aplicados insuficientemente o sus resultados no son los esperados, de allí que podamos legítimamente hablar, en estos casos, de anomalías o insuficiencias del sistema o de un “déficit democrático”, tal y como ocurre en países en que los problemas se solventan en el marco de un sistema político libre.

Si mal no recuerdo, la expresión “déficit democrático” fue publicitada quizás por primera vez a finales de los años 70 o comienzos de los 80 del siglo pasado en Francia. Muy recientemente, la hemos visto de nuevo en Venezuela enarbolada por una fuerza política de la oposición. Esta fuerza ha declarado que en nuestro país hay un déficit democrático y ha explicado porqué, incluso su líder ha señalado acertadamente que la de Venezuela es una caricatura de democracia.

Sin embargo, cabe preguntarse si realmente lo que pasa en Venezuela puede denominarse “déficit democrático”. Si estamos frente a un proceso avanzado de destrucción de las instituciones democráticas y las libertades o incluso de una autocracia incipiente ¿es apropiada la expresión “déficit democrático”?
Sin duda, en Venezuela ya no podemos hablar de separación y autonomía de los poderes públicos. Los tribunales están partidizados o politizados. La política está judicializada a favor del gobierno. Los derechos humanos no se respetan. La “mejor Constitución del mundo”, ahora moribunda, no se ha aplicado, y por lo que se oye será modificada en detrimento de los avances democráticos. Los sectores productivos no son consultados en las materias que los afectan sino que más bien son acorralados. La incompetencia gubernamental es enorme. La inseguridad personal alcanza cotas insospechadas, la empresa petrolera produce cada vez menos, la construcción de viviendas es un fracaso, los servicios públicos están en deplorables condiciones, la política económica produce escasez de alimentos, destruye la industria y ahuyenta las inversiones, la deuda interna y externa se han multiplicado, el campo está abandonado a la buena de Dios, el desempleo aumenta, y la corrupción administrativa produce náuseas. En suma: esto no es un simple déficit, es una monumental tronera abierta en nuestro sistema político y económico.

¿Todo este bochornoso y doloroso panorama político-económico-social en proceso de profundización puede llamarse con propiedad, sin pecar de extremadamente tímidos, “déficit democrático”?
Ciertamente, la fórmula no es la más feliz para la grave crisis que estamos viviendo. En democracias como España, Francia o EEUU sería apropiada. Aquí, no. Otros términos son más adecuados para describir la deriva acelerada hacia la desaparición de la democracia y la libertad que sufrimos hoy. Estamos en presencia, no de un déficit, sino del hundimiento de la democracia venezolana, producto de un descomunal vacío abierto por el autoritarismo militarista y su locura ideológica.

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