Opinión Nacional

Déficit epopéyico

Todas las revoluciones de significación han tenido momentos epopéyicos, reales o parcialmente inventados, que luego se transformaron en símbolos heroicos. La revolución francesa tuvo la toma de la Bastilla, la rusa la llegada de Lenin a la estación Finlandia y el asalto al palacio de invierno de los zares, la china la “gran marcha” de Mao Ze Dong y sus seguidores a través de miles de kilómetros y en medio de inmensas penalidades, y la cubana el ataque al Cuartel Moncada. Estos episodios han quedado grabados en la historia con carácter de mitos.

A diferencia de estos casos el proceso político conducido por Hugo Chávez en Venezuela se distingue precisamente por la ausencia momentos heroicos, o dicho de otra manera, por un déficit epopéyico. Esta carencia debe ser tomada en cuenta a la hora de explicar el rumbo crecientemente errático del líder “bolivariano”, que en esta etapa de su carrera pareciera movido por el ansia de detonar alguna crisis, generar algún enfrentamiento o producir un drama que otorgue al proceso un mínimo de respetabilidad histórica.

A decir verdad la “revolución bolivariana” se ha caracterizado por las palabras en lugar de la acción, por la lucha mediática en lugar del compromiso popular, y por los duelos verbales en lugar de las hazañas militares. Las rendiciones, los tropiezos, la fantasía y un delirio incesante marcan la trayectoria de Hugo Chávez y ya comienzan a moldear su perfil histórico, el perfil de un personaje que aspira a la epopeya mas sólo alcanza el rango de un prosaico desengaño.

Luego de nueve años de dar vueltas en torno al mismo punto, la “revolución bolivariana” ha logrado reforzar hasta la patología los peores rasgos del capitalismo rentista de la Venezuela petrolera, agudizando en su camino los mismos vicios del pasado: el desenfrenado consumismo, la corrupción y la dependencia de buena parte de la población con respecto al Estado y su siempre incierta generosidad. En vez de construir un “hombre nuevo” el proceso impulsado por Chávez ha distorsionado y debilitado aún más las fibras vitales de la sociedad venezolana, una sociedad que padece simultáneamente escasez de productos básicos y asfixia de importaciones de bienes suntuarios.

De manera patética la Venezuela “revolucionaria” tritura los recursos financieros provenientes del petróleo en gasto corriente, y empeña su futuro con irresponsable ligereza. En ese sentido poco ha cambiado en el país durante estos tiempos. Lo que Chávez ha logrado es dificultar una posible rectificación, más adelante, que permita a nuestra sociedad modernizarse con base en el trabajo productivo de su gente. La demagogia, el resentimiento, las divisiones y los abusos estimulados y ejecutados por el régimen han llenado de sombras el alma nacional, realidad que se patentiza en la cruda violencia que semanalmente asola Caracas y otras ciudades y que se manifiesta trágicamente en nuestras cárceles, acumulando muertes en aterradores proporciones.

Mas ello no parece importarle a Chávez y su cada día más atemorizada corte de adulantes, que sacan todo el provecho personal posible de la ruina del país en tanto aguardan lo que ya se vislumbra como un doloroso final para el régimen. Por fortuna, y a pesar de todo lo dicho, los venezolanos hemos sido al menos capaces de rechazar las pretensiones heroicas del disparatado caudillo que de modo insensato llevamos al poder, y cuya ilusoria revolución ya fracasó

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