Opinión Nacional

Dejar de quejarse… dejar de ser tontos útiles…

Dejar de quejarse y esperar, abandonar el cómodo lugar del diagnóstico de mesa de café, de críticos espectadores de lo que nos hacen los políticos, enterrar la idea paralizante de destino y hacer una reflexión introspectiva sincera, acerca de lo que nosotros mismos hacemos o dejamos negligentemente de hacer respecto de nuestras obligaciones políticas como ciudadanos.

Lo que más nos desgasta a los Venezolanos tiene que ver con la decisión sociocultural de realizar diagnósticos sobre los problemas políticos, económicos y sociales. Porque sabemos de todo, pero nos abstenemos de actuar para contribuir a lo público a nuestro bienestar como sociedad y grupo de individuos capaces de afrontar los desafios.

Aquellas cosas que más nos desgastan tienen que ver con esta conducta por la cual los problemas políticos, económicos y sociales, entre otros. Un tema que a los Venezolanos nos apasiona, porque sabemos de todo, pero cuando nos piden algo de todo eso, traducido en una acción de contribución a lo público, nos abstenemos, justificándonos con varios motivos.

Debemos sincerar nuestra hipocresía, cambiar el eje de la conversación. La conversación no puede ser en reclamo, en queja de lo que nos hacen “ellos”, que no son otros que los que elegimos. Emergen, así, dos dimensiones: la de los que hacen, que aparentemente está muy mal, y la dimensión de los que omitimos hacer, porque entendemos que “eso” no es para nosotros.

La Constitución Nacional es nuestro pacto social: allí hemos pactado no sólo una identidad emocional, sino un compromiso de desplegar parte de la Venezuela que somos. Si uno no sostiene su parte, rompe el contrato. No podemos tener la negligencia de reducir todo el proyecto de República al mero hecho de votar cada dos años, 4 años, 6 años. Cuando uno cede los espacios públicos bajo el supuesto de que a lo público van los que no tienen nada para perder o los que llegan para quedarse con lo de los demás, habilita por omisión, por repliegue, que ese espacio sea tomado por lo peor.

Los espacios y el poder no se reparten, se ocupan. Por lo tanto, hay que reivindicar y ponerles optimismo y esperanza a las palabras política y poder. La política no sólo es buena, es imprescindible. Hay un cisma entre lo privado y lo público, y por esa fisura se cae el país. En lo privado somos buenos y nos va bien, somos reconocidos internacionalmente. Dispongamos de lo privado para lograr el bien común de lo público.

Hoy, no hay ninguna conversación política en términos de debatir ideas, propuestas, de compartir la utopía y la visión. Lo que tenemos, lo único que podemos discutir, son personas. El sistema político está vacío, no de gente, sino de contenidos, de ideas, de su esencia. Es tiempo de que los ciudadanos cumplamos con lo que la Constitución nos impone como obligación: el derecho es votar; la obligación, sostener el voto. Los proyectos, las visiones y los sueños son gestiones políticas, pues articulamos algo que queremos que suceda con el camino a recorrer para que pase.

Si uno sabe que nada va a lograr sin una política en lo privado y personal, cómo vamos a tener un país sin una política para el País? Tenemos que sincerarnos. No digamos que somos ciudadanos si somos habitantes. Qué es lo que viene? Nuevas categorías conceptuales, que nos permitirán la restitución del espíritu cívico y auguran una Venezuela que vamos a poder hacer, en la medida en que dejemos de quejarnos y lamentarnos y pongamos la energía, el compromiso y la acción que se requiere.

No caigamos en el atajo superfluo de creer que la Sociedad Civil, las religiones, las ONG, van a arreglar el país. Esa es una trampa por la cual se establece que no va a cambiar nada. Nosotros, aislados como Sociedad Civil, escindidos de la gestión pública, hacemos en una escala que no puede tener impacto. El hambre en el país no se arregla con comedores, se arregla con políticas de Estado.

Nuestro pacto como ciudadanos, escrito en la Constitución es democracia y república. Tenemos democracia pero no tenemos república: La Asamblea Nacional no legisla porque no delibera, el Poder Judicial está tomado por asalto y el Poder Ejecutivo, cual unicato, subordina los otros poderes a su merced; entonces, tenemos que comprometernos a recuperar la República.

La República perdida, empieza en el lugar donde la abandonamos.

Estar juntos no es estar unidos. Estamos juntos en un territorio nacional, por eso somos habitantes; si fuéramos ciudadanos estaríamos unidos en causas que nos vinculan en acciones más allá del territorio.

La Venezuela de hoy se debate entre un modelo populista, socialista y ahsta personalista sin saber a donde vamos a parar porque aun no hemos entendido el nuevo contrato social. Pero anhelamos el modelo republicano. El populismo no quiere individuos, quiere masa, y a la masa se le pide adhesión. Para que haya adhesión tiene que haber liderazgos carismáticos, fuertes, unipersonales capaces de conducir el tren hacia el destino del bienestar social de todos por igual.

El modelo republicano le pide al individuo que sea responsable, que responda qué va a hacer él, para luego encontrarse con los demás. En lugar de masa, hay comunidad, interacción, construcción de red, asociaciones que se van haciendo exponenciales por consolidación de proyectos que se sostienen en el tiempo.

Este cambio paradigmático comienza en el lugar más iluminado: el cuarto oscuro. Por eso les propongo un ejercicio: piensen si estarían dispuestos a votarse a sí mismos como candidatos a ciudadanos. Pregúntense, íntimamente, qué van a hacer, cual es la propia plataforma política para transformarse de habitantes a ciudadanos, y si se dan ese voto de confianza, dar cuenta, dentro de un año, qué hicieron y qué no, de lo que habían prometido realizar. Ese es un voto sagrado, el otro voto es instrumental y coyuntural.

Para construir nos necesitamos, tenemos que ser muchos. El liderazgo de ustedes es la cohesión por la cual se pueden articular las voluntades en comunidades cívicas.

No cambiemos toda Venezuela, sino el pedazo que somos. Calibremos nuestras expectativas para lograr objetivos sustentables y que nos renueven la esperanza de que estamos en el camino. Proponernos mucho y no lograrlo nos va a frustrar; proponernos poco pero consolidarnos nos va a hacer crecer.

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