Opinión Nacional

Del país virtual al país de ciencia ficción

Las contradicciones entre la clase empresarial y los excluidos culminaron con un golpe de estado bananero que pretendía resguardar los intereses del poder económico, y el suministro de materia prima barata para los países desarrollados.

La convulsión política fue capitalizada por la cúpula de Fedecamaras y su brazo político, la CTV-AD, quienes aprovecharon la sensación mediática de una progresiva perdida de legitimidad y autoridad en el gobierno bolivariano para derrocarlo. De esta manera, quedó en evidencia que la conspiración no era producto del imaginario chavista, aunque hasta el último momento haya sido confundida por el gobierno con el descontento de la clase media ejerciendo su legítimo derecho a disentir y la manipulación que de ella hiciera quienes hipócritamente enarbolaban las banderas de la libertad y la democracia.

La dictadura de los medios se instaló en los hogares venezolanos; sirvió de juez y fiscal; dictó sentencia; y se encadenó el sábado 13 de abril para someternos a un país virtual de infinita «paz» y «felicidad» tras la «gloriosa» coronación de Carmona.

En ese país virtual, las manifestaciones populares y el levantamiento militar en apoyo al gobierno de Chávez eran solo rumores; y la “Toma de Miraflores” era una vil mentira del perverso «Plan B» chavista que intentaba generar angustia en la población. Asimismo, la posición internacional se reducía a un pequeño grupo de parlamentarios peruanos que ofrecían su respaldo a Carmona, y esta fue transmitida por los medios locales como señal inequívoca de la posición internacional, en detrimento de las declaraciones oficiales de Chile, Argentina y México, y la condena de la OEA.

El bombardeo mediático solo sirvió para alienar a la oposición radical; la sumió en un país virtual del que se creía mayoría abrumadora y protagonista del golpe. Los simpatizantes del gobierno y las fuerzas democráticas de la nación, por el contrario, reaccionaron ante la jugada mediática y dispusieron de redes informales de información que les permitió permanecer en el país real, en el país profundo, en el país ciertamente revolucionario.

El Fiscal General, Isaías Rodríguez, abrió el boquete que hizo posible la restitución del régimen democrático cuyas incidencias solo fueron reportadas por CNN internacional, Radio Caracol, y una Red de anónimos en Venezuela y el resto del mundo que mediante Internet y teléfono pudo enterarse, y transmitir, lo que sucedía realmente en las calles. Ante la presión social e internacional latinoamericana que le dio la espalda a la actitud prepotente de los Estados Unidos, tal y como ocurriera en la Guerra de las Malvinas, la Fuerza Armada Nacional dilucidó la confrontación de fuerzas políticas a favor de la institucionalidad democrática.

Es indudable que en el ambiente existe un deseo real por reencontrarnos como Venezolanos. En este sentido, el llamado a la reflexión no puede convertirse ahora en retórica. Aun cuando desde el Estado se han tomado pasos determinantes en este sentido, algunos sectores de la oposición radical han pasado del «todos debemos reflexionar» al «yo no tengo nada que reflexionar». Ciertos sectores han comenzado a manejar de manera prepotente e irresponsable la hipótesis del “autogolpe”, pasando del país virtual a un país de ciencia ficción. El exgobernador Salas, sus delfines de Primero Justicia y un reducto de la «sociedad civil» insisten en solicitar la renuncia del primer mandatario embriagados con el ratón que les dejo el fatídico 11 de Abril. Igualmente, el presidente de la Conferencia Episcopal, Baltazar Porras, advierte sobre la quiebra de la gobernabilidad en lugar de impulsar la cordialidad y el entendimiento como le corresponde a un alto jerarca de la Iglesia.

A todos los venezolanos nos corresponde desmontar la cultura de la intolerancia, sin que esto signifique dejar a un lado nuestras posiciones criticas. La descalificación del adversario según su orientación política o condición social, son el primer obstáculo a vencer para encontrar el dialogo necesario. En la medida que la intolerancia sea la carta de presentación de los adversarios, el país no podrá encontrar jamás un mínimo de entendimiento que permita la continuidad del proceso democrático.

Internacionalista
Ottawa, Canadá

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