Opinión Nacional

Derrota

Las elecciones presidenciales son definitivas cuando, cualesquiera sea el lugar, momento y demás circunstancias en que se efectúen, todos los candidatos que participan en ellas declaren solemnemente que están de acuerdo con los resultados anunciados por el árbitro electoral. Y estos resultados, que quizás sea lo único que hay de definitivo en las presidenciales, se manifiestan inexorablemente bajo las formas del triunfo y la derrota.

Recordamos esos elementales principios electorales para atrevernos a afirmar que nuestros ansiados y angustiantes (estresantes, decimos hoy) comicios presidenciales del 7 de octubre son ya, como fenómeno electoral, un acontecimiento definitivo, dado que ya tenemos resultados también definitivos. No vale entonces, sobre todo en periodismo, volver a lo que hubo de singular en estas elecciones: escandalosas ventajas y abiertas y amenazas de violencia por parte del oficialismo y afán inaudito y sostenido de las fuerzas de oposición por combatir unidas. Todo eso quedó atrás, no sólo por la aceptación de los resultados ofrecidos por el CNE, sino por el desarrollo integral del proceso electoral, jornada vivida en todas partes con cordialidad, competencia y civismo ejemplares. Hoy estamos ante resultados, como lo hemos estado en el pasado en diez o más situaciones similares, pues estas tan singularmente complejas elecciones, han terminado como todas aquellas, con el triunfo de uno de los candidatos y la derrota del otro o de los otros. Triunfo y derrota, con las respectivas secuelas que en materia de sentimientos, reflexiones y percances materiales estos contrapuestos fenómenos acarrean en cuentas personas se han involucrado en ellas. Gente alborozada y gente acongojada, como las conocí, cundo aún no podía votar yo mismo, en las primeras elecciones presidenciales en que participó Pérez Jiménez (el coronel del golpe del 52) y como las hemos visto después en cualesquiera de las diez o más elecciones presidenciales que se han dado en nuestro país.

Triunfo y derrota.

DERROTA DE TODOS Y CADA UNO

Sí, triunfo y derrota que, anunciados como resultados definitivos no dejan la menor duda: el triunfo es de Chávez y sus partidarios y la derrota de Capriles y la gente de la MUD.

Y podríamos ante estos resultados hacer lo mismo que hemos hecho en ocasiones similares: entender, comprender y hasta solidarizarse o compadecerse con las reacciones de triunfo o de derrota de los unos y los otros. Pero habría que ser ciego y sordo para no darse cuenta de que no son solo los caprilistas o los de la oposición quienes se sienten derrotados. Son todos aquellos que, por sus propias convicciones o a pesar de ellas, llegaron a creer posibles otros resultados, que hicieran posible vivir aquí y ahora de manera distinta. Gente que no sabe mucho, ni de lucha de clases ni de socialismo o capitalismo; ni de economía, ni de transacciones financieras; ni tampoco de derechos humanos o libertades públicas; de políticas que garanticen la seguridad de la gente en todos los planos: la seguridad de la vida, de la salud, de la educación, pero que, por sus propias convicciones o a pesar de ellas, pudieron pensar en otros resultados. Pensar en el triunfo de quien ha dicho que ya basta de odio y de enfrentamiento entre la gente; que se debe permitir las inversiones extranjeras y aceptar propiedad privada con el fin de permitir empresas que den empleo y produzcan, a fin de poder adquirir cosas no sean tan caras y, sobre todo, para que haya de todo.

Gente que pensaba en la posibilidad de vivir aquí de manera tal que la situación no obligara a los jóvenes a marcharse para Australia, China o Panamá o ­como yo lo escribí en mis anteriores Coordenadas­ que permitieran la venida de turistas a las playas de Oriente o a los exóticos sitios de la Gran Sabana o que hicieran posible el resurgir de la industria láctea y una mejor vida en el Sur del lago. Una situación sin odio, sin expropiaciones y la inseguridad que esto trae. Gente que fue a votar porquen creía que con el voto se hacía algo para lograr este anhelado cambio de situación Y yo me topé anoche, una vez que se conocieron los resultados ­sin que yo anduviera buscando encuentro alguno o estuviera en plan de reportero o de encuestador­ con gente que se mostraba desesperada (¿o «desesperanzada»?) por lo que se podía barruntar a partir de estos estos resultados definitivos. No era gente militante de ninguno de los partidos o asociaciones que apoyaban a Capriles, pero que vivían la derrota de este como el fin de todas aquellas esperanzas. Y sentían que el mundo se les venía abajo y pedían no explicaciones, ni consuelo, sino que se diera alguna razón para pensar que no estábamos definitivamente derrotados.

EL VOTO NO ES LA ÚNICA FUENTE DE ESPERANZA

Estos encuentros con la desesperanza o la desesperación de tanta y tan diversa gente (los que te dicen «ya no se que hacer», «ahora me voy » o «no vuelvo nunca a este país») tiene, por lo regular esta doble convicción: por un lado, que todo absolutamente cuanto sucede en Venezuela es obra de Chávez y sólo de él y, por el otro lado , que no hay sino una manera efectiva de combatir a Chávez: derrotarlo cuando se presente como candidato.

¿Quién podría negar la sensatez, el buen juicio o el simple sentido común de esta gente que piensa que la situación que vivimos en Venezuela en todos los planos ­económico, político, relaciones con los otros pueblos o naciones­ es obra de Chávez, de su pensamiento y de su acción, que no conoce control efectivo alguno ni se deja influir definitivamente por nadie? Y ¿quién, que sea realista y al mismo tiempo demócrata, no estría de acuerdo en que a Chávez se le derrotar con votos? Y, sin embargo, cabe recordar que si a Chávez no se le ha derrotado definitivamente porque nunca lo hemos derrotado en comicios presidenciales, sí hemos logrado, y no con votos, limitar su poder y hacer que tome en cuenta la voluntad de la gente que gobierna.

Lo hemos hecho con firmas o con votos para otro género de elecciones y lo hemos hecho también con manifestaciones callejeras, con protestas concretas y precisas.

Las pretensiones monárquicas y centralistas de Hugo Chávez han sido frenadas, sino definitivamente derrotadas, con elecciones de gobernadores y alcaldes y hemos limitado en parte el poder absoluto que él pretende ejercer con la Asamblea, también con votos, y a pesar de sus siempre escandalosos ventajismos. Y el mismo poder de arrastre que él cree tener con el pueblo, ¿no lo hemos reducido considerablemente, como lo demuestran los últimos resultados? Tenemos por delante en lo inmediato elecciones de gobernadores y de alcaldes. Están en curso conflictos laborales, estudiantiles, hospitalarios que requieren del apoyo de todos cuantos queremos otra Venezuela.

Las manifestaciones de calle, las protestas, el combate a través de los medios y de foros dan resultados, como bien lo hemos visto. Uno de ellos, es haber convertido al joven Capriles en un candidato que encontró el apoyo de más del 44% del electorado, cosa que Chávez creía que era imposible. Sigamos en la lucha, a fin, entre otros resultados, de que Chávez mismo comprenda que debe gobernar de otra manera.

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