Despedida de Carlos Andrés Pérez por Virginia Betancourt Valverde
Cementerio del Este. Caracas, 6 de octubre de 2011
Me unen a Carlos Andrés y a su familia hondos lazos de afecto y de convicciones, fruto de una larga convivencia en circunstancias en las que hemos compartido éxitos y fracasos. Esos vínculos me permiten hoy dar algunos testimonios de su calidad humana.
Tenía 10 años cuando visité Miraflores, por primera vez, en octubre de 1945, siendo mi padre Presidente la Junta Revolucionaria de Gobierno. Al entrar a su Despacho, me sorprendió ver allí, instalado, a un joven alto, delgado y desconocido. Se trataba de un estudiante de Derecho de 23 años, quien era su Secretario privado. Seis años antes, en setiembre de 1939, este joven, llamado Carlos Andrés Pérez, había llegado a Caracas, desde Rubio, con su madre y hermanos, para concluir el bachillerato, iniciar sus estudios universitarios y, sobre todo, continuar trabajando en la organización de Acción Democrática. Durante el trienio 1945-1948, período de grandes transformaciones históricas, fui testigo de su inagotable capacidad de trabajo por el establecimiento de la democracia en Venezuela.
Después del lastimoso derrocamiento del Presidente Rómulo Gallegos por una Junta militar, en noviembre de 1948, más de 1000 adecos sufrieron exilio, en varios países de América Latina y el Caribe, enfrentados a las vicisitudes propias de una separación inesperada del hogar, en la que todos los bienes y los afectos se dejaron atrás.
La Habana fue la primera escala del destierro hasta 1952, fecha en la que un golpe militar obligó a los exiliados a abandonar Cuba. Betancourt se trasladó a Costa Rica y Carlos Andrés lo siguió, meses después, llevando a cuestas el Archivo de Acción Democrática que éste le había confiado y del cual, con su característica responsabilidad, se ocupó hasta el final del destierro.
En San José restableció su hogar con Blanquita y sus hijas Sonia y Thais. Allí nacieron Carlos Manuel y Martha, mi ahijada. A pesar de su entrega permanente al trabajo, entonces y después, disfrutó de las celebraciones familiares y dispuso de tiempo para dialogar con su hijo e hijas.
Durante nueve años de destierro, Betancourt ejerció la presidencia de la Comisión coordinadora de Acción Democrática en el exilio actividad en la que Carlos Andrés fue su principal aliado. Entre sus tareas le correspondía el envío y recepción de los mensajes clandestinos. Por esa razón, fue el primero en conocer en el exterior, la trágica muerte de Leonardo Ruíz Pineda, su primer mentor político. El dolor de esa pérdida, no doblegó su ánimo. Su casa continuó siendo el centro de recepción de los nuevos exiliados y de los que llegaban a recibir instrucciones de Rómulo antes de reingresar clandestinamente a Venezuela.
Además, él fue el vínculo de la colonia venezolana con sectores democráticos de Costa Rica, América Central y El Caribe Ese fue el inicio de su consecuente compromiso con el establecimiento de la democracia en todo el continente americano.
Sus desvelos le permitieron a mi padre escribir su libro Venezuela. Política y petróleo. En noviembre de 1956 se lo hizo saber en una carta que dice así:”Si fuera a decir, con sinceridad a quien se debe más… que este trabajo haya sido hecho, debiera decir que es a ti. Si no hubiera sido por tu interés fraternal, más allá de lo puramente político y partidista… no hubiera podido dedicarle a este libro el esfuerzo exigente que reclama.”
A partir de 1958, los exiliados regresamos al país y cada uno escogió el rumbo más idóneo para el ejercicio de la ciudadanía. Carlos Andrés, mantuvo inalterables los vínculos afectivos contraídos.
En la década de los 60, en su calidad de Ministro de Relaciones Interiores del Presidente Betancourt, a Carlos Andrés le correspondió ejecutar, con coraje, difíciles políticas destinadas a garantizar la estabilidad del sistema democrático, ferozmente atacado por diferentes flancos. No recuerdo haberle escuchado, en el ámbito público o privado, expresiones peyorativas de los adversarios.
Al mes de la toma de posesión de la primera Presidencia de Carlos Andrés, dirigía el Banco del Libro cuando fui convocada por él a una reunión de consulta sobre el posible uso del edificio El Helicoide como sede de la Biblioteca Nacional. Previo análisis, desestimamos esa alternativa, y recomendamos dotar a esa institución de una sede propia. Acogió de inmediato la propuesta demostrando de este modo, tanto su disposición de tomar decisiones bien fundamentadas, como su convicción de la importancia de preservar y hacer accesible la memoria nacional.
En ese período, a pesar de estar consciente de que en su gestión no habría tiempo de constatar resultados, apoyó la creación del Sistema de bibliotecas públicas y del Sistema de orquestas infantiles y juveniles e, igualmente, del Programa de becas Gran Mariscal de Ayacucho, evidencias de su fe en el hombre como motor del desarrollo.
Coincidimos en una obra de teatro en la que se satirizaba la figura del Presidente, sin que ello lo inmutara. De hecho, sus dos gestiones presidenciales se caracterizaron por el reconocimiento al derecho a la crítica y a la disidencia.
A la mañana siguiente del intento de golpe de Estado del 4 de febrero de 1992, visité La Casona, con sus paredes señaladas por las balas, y me enteré del peligro de muerte al que estuvieron expuestos su esposa, sus hijas y sus nietos pequeños. Sin embargo, no hubo retaliaciones personales. Al restituirse el orden, fueron los tribunales militares los encargados de juzgar a los levantados en armas contra la constitución.
Un año más tarde, la noche del 30 de mayo de 1993, mi esposo Iván y yo lo acompañábamos en el momento en que la televisión confirmó el veredicto condenatorio de la Corte Suprema de Justicia, que lo removió de la Presidencia de la República. Su estoicismo ante tan injusta decisión, fue un signo de su ejemplar respeto a las instituciones
Les corresponderá a los historiadores y politólogos analizar su obra de estadista. De su extraordinaria calidad humana, plena de generosidad y ajena al odio o al rencor, podemos dar fe sus familiares, amigos y, aún, sus adversarios.
Blanca Rodríguez de Pérez y su familia me han encomendado expresar su profundo agradecimiento a quienes hicieron posible cumplir la voluntad de Carlos Andrés de ser enterrado en Venezuela. Para lograrlo fue necesario el esfuerzo de muchos, tanto en el país como en el exterior. Ese esfuerzo, fue liderizado por sus hijas Carolina y Sonia, quienes con una clara visión del papel histórico de su padre, perseveraron en su empeño hasta vencer todas las dificultades.
La familia Pérez- Rodríguez y sus amigos nos sentimos conmovidos por la espontánea y masiva participación de los ciudadanos en este último encuentro de Carlos Andrés con su país. A ellos, al partido Acción Democrática y a las otras instituciones y personas que lo han hecho posible, nuestro sentido agradecimiento.
Rogamos a Dios misericordioso por el descanso de su alma y por la reconciliación de los venezolanos.