Opinión Nacional

Después preguntan

No existe actividad económica más noble, desprendida y generosa, se me acabarían las palabras recomendadas por todos los diccionarios ideológicos de la lengua española, que la producción de alimentos, sobre todo a nivel primario. El sector industrial también es noble, espléndido por su capacidad para procesar la materia prima de agricultores y ganaderos y llevarla a los hogares, pero nada como los productores. Pero también ninguno ha sido tan afectado por la retórica del régimen. Acusados de latifundistas y explotadores, déspotas de profesión, sujetos de las más bajas pasiones que sólo piensan en su riqueza personal. No existe incompatibilidad entre el afán de generar riquezas finca adentro y el horizonte natural del empresario del campo, ese mercado que abre sus puertas sin considerar fiestas patrias o religiosas, fines de semana o cataclismos naturales, guerras civiles y huelgas. El hambre. Las ganas y la necesidad de comer. Cristo lo dijo: ama al prójimo como a ti mismo. Para poner en práctica la generosidad, tienes que quererte, de manera egoísta incluso. Tienes que ser capaz de enriquecerte, de producir con éxito y luego, sólo entonces, podrás poner en práctica la caridad, sabrás enriquecer a los demás. Al que tiene, se le dará. Al que no tiene, se le quitará hasta lo poco que posee. Y al que roba, se le perdonará. Sigan creyendo.

Para tener anaqueles repletos de leche en polvo y azúcar, tienen que haber productores. De nada sirven juiciosas políticas macroeconómicas si no logramos convencer a determinado tipo de personas para que vayan y hagan lo que han hecho toda su vida, durante generaciones: producir alimentos. Son secuestrados, amenazados, invadidos y para colmo, insultados. Ni que el petróleo supere este año la barrera de los cien dólares, que lo hará el año entrante, si no antes, tendremos leche. Esta semana secuestraron a otro productor en Bejuma, cerquita de Valencia. Ya son tantos que uno pierde la cuenta. Contamos la historia en un libro recién publicado: Yo, el secuestrable (Edit. Libros Marcados). Lograr la independencia agroalimentaria implica combatir los delitos contra la persona y la propiedad, muchas veces realizados con pleno conocimiento de las autoridades. Cualquier otro proyecto será un paño caliente, un saludo a la bandera, un malabarismo político, un canto de cisne con fines electorales, un acto de propaganda: cinismo puro. Pero como dice José Antonio Rivas en Mérida: la ignorancia es atrevida.

Hace poco, se nos informó, Argentina aportaría su experiencia para construir, al módico precio de diez millones de dólares, dos plantas procesadoras de cítricos en Venezuela. Una estaría en Caripe, esa fue la que expropiaron. La otra estaría ubicada precisamente en los alrededores de Bejuma. ¿Y de dónde van a sacar la materia prima, si los industriales se debaten desesperados por falta de ella? Venezuela producía hace un cuarto de siglo un millón de toneladas de naranjas, hoy no supera las trescientos cincuenta mil, con rendimientos muy por debajo de Brasil. Las políticas adecuadas para incentivar el sector están relacionadas con la seguridad personal. En segundo lugar, el financiamiento adecuado: préstamos a largo plazo, con tres años muertos y tres más para pagar. Y finalmente, apoyo irrestricto a la propiedad. Si no están las condiciones, podrán venir los rusos, además de los argentinos. Judíos, árabes, cubanos y norteamericanos, bienvenidos a la tierra de la utopía, donde nada es posible, donde se promete el fruto de la tierra, con alevosía y sin compasión. Venezuela, tierra de cadenas y desabastecimiento crónico. Después preguntan dónde está la comida.

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