Opinión Nacional

Dictador sin esencia de valor real

«Tocamos, vemos las propiedades de esta sustancia; pero esa misma palabra «sustancia» -lo que está debajo- nos advierte suficientemente que lo que está debajo nos será siempre desconocido: fuere lo que fuere lo que descubramos de sus apariencias, siempre quedará por descubrir debajo.»
Voltaire

Es comparando ideas y comparando cosas que relacionamos y agrupamos los objetos, por medio de relaciones que dependen de quien observa y de las propiedades de ese observador. Las ideas de relación son fundamentales para el conocimiento.

Tales ideas no son simples, no proceden de la experiencia. La esencia de las ideas –en sus modos mixtos o de relaciones- ponen a prueba la capacidad de poner en orden el lenguaje, ya que en los labios o en los escritos las palabras pueden ser muy buenas y autorizadas, pero también de incierta, poca o ninguna significación. Los autócratas ofrecen siempre ejemplos de estas tres modalidades.

Cuando podemos definir su esencia, entendemos que conocemos algo, la esencia de la idea, que es abstracta: su realidad está en la mente. La experiencia proporciona ideas simples, cualidades de los cuerpos, pero ninguna idea compleja; la mente humana las une –como concepto- a una idea nominal.

Pero la esencia real está en las operaciones que se desprenden del individuo; establecemos una relación entre el conjunto de ideas simples que vienen de la experiencia y comparamos definiciones; las cualidades sensibles se nos presentan entremezcladas y suponemos que tienen en sí mismas su causa: la esencia real.

Y donde las facultades o la estructura externa sean diferentes, allí la constitución interna no es la misma. Hoy nos vemos en la obligación de procesar las esencias de las ideas hacia la necesidad de libertad.

La mente es la que forja las esencias específicas y formamos libremente nuestras ideas de sustancias, más por sus esencias nominales que por sus esencias reales. Como las esencias nominales no son un cálculo exacto de los límites fijados por la naturaleza, las sustancias no muestran la raíz de todas las cualidades.

Queremos decir que más allá de las falsedades políticas, que nos inundan, está la existencia de nosotros mismos, que somos tratados como si no existiéramos. Decía Descartes:

«Pero advertí en seguida que aun queriendo pensar, de este modo, que todo es falso, era necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa… Y habiéndome percatado que nada hay en pienso, luego existo, que me asegure que digo la verdad, a no ser que yo veo muy claramente que para pensar es necesario ser… Entonces no cabe duda de que, si me engaño, es que yo soy; y, engáñeme cuanto quiera, nunca podrás hacer que yo no sea nada…»

Más que afirmar nuestra existencia, lo importante está en la posesión de conciencia -moral, política y jurídica- capaz de defender la libertad, cuya pérdida sería una falta de responsabilidad.

Las soluciones metafísicas se reemplazan por el conocimiento positivo, eliminando el mal uso de los nombres, de las situaciones y de las posibilidades que el propio sentido común resuelve con facilidad.

La razón es la facultad básica para el conocimiento y para ejercer la libertad; relacionamos la información sensible e intuitiva para establecer las ideas que fundamentan el conocimiento, abstraer y proporcionar la voluntad que determina y mueve la búsqueda de felicidad; razonar de sagacidad e ilación que hace al hombre capaz de leyes, de vivir bajo reglas generales, porque la sociedad civil sólo es posible por medio de agentes que razonen, y la libertad se reduce a la capacidad de hacer o no una acción…

Pensamiento y movimiento son los dos campos de acción del hombre, quien para actuar necesita una voluntad que lo mueva y un entendimiento que proponga los objetivos.

La libertad no pertenece a la preferencia de la mente, es una potencia que pertenece a la persona que hace o deja de hacer; la mente no tiene la potencia de abstenerse de ejercer la voluntad….

La libertad necesita de la voluntad, con su trasfondo hedonista-utilitarista, y la voluntad sólo es posible por la satisfacción o el malestar. El motivo que nos impulsa a cambiar siempre es un malestar.

No se trata de seguir cualquier deseo, producto de nuestros numerosos malestares, sino de examinar o sopesar para dirigir la voluntad hacia lo más provechoso. Debemos convertir el juicio recto en el principio fundamental de la libertad, cuyo ejercicio constante es la consecución de la felicidad.

Para comprender las raíces y las verdaderas causas del poder político, ahí donde se debaten naturalmente los hombres, es necesario un estado de completa libertad para decidir y ordenar sus actos y sus propiedades como mejor les plazca, dentro de los límites de la ley natural, sin necesidad de depender de la voluntad de un dictador, especialmente cuando éste carece del entendimiento y del conocimiento de la esencia real del hombre.

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