Opinión Nacional

Dictadura

En materia de RCTV más vale ser crystal clear, como diría un político inglés.

Entre 1960 y 2000, el duopolio televisivo de los Canales 2 y 4 no estuvo a la altura (es lo menos que puede decirse) del gran despegue democrático y educativo-cultural del país. Se extralimitó en programas norteamericanos, cartelizó el mercado publicitario, hostigó proyectos reformistas e impidió que la radiotelevisión pública, la cenicienta de nuestro entorno mediático, llegara a ser – como hubiese podido – lo que el Sistema de Bibliotecas, con Virginia Betancourt, o la música, con José Antonio Abreu. En 1998 puso en ridículo el sistema parlamentario y en abril 2002 aupó y estragó, con su Carmona en la manga, una victoriosa jornada democrática, para terminar jorobando en la Coordinadora. De todo esto hay que guardar buena memoria.

Sin embargo, el daño democrático que la autocracia infiere hoy al país al arrebatarle una concesión de 53 años a RCTV – a un lustro de los hechos citados y sin haber mediado acción jurídica alguna, justo para volarse manu militari la voz más estentórea de la disidencia– convierte aquellos viejos y endémicos males, sin excusarlos, en algo finalmente más leve que su mortal remedio.

Pese a que Chávez lo niegue con sospechosa insistencia, ese arrebatón persigue fines de clara inspiración cubana: hacer del Estado el emisor padrote del país, rodeado (es la variante criolla) de eunucos políticos para una ficción de pluralismo. Su estrategia hegemónica se soporta en el sobredimensionado aparato mediático gubernamental totalmente entregado a la intoxicación ideológica, el odio de clase y la demonización de la oposición con, en la cúspide, el mismo autócrata (un caso único de priapismo comunicacional) predicándole la pauta al país por más de dos horas diarias. Incluye, paralelamente, un debilitamiento progresivo de la libertad de comunicar de la oposición vía amenazas, ley Resorte, bozal publicitario, compras, multas, retiros de concesión, una lluvia de violaciones a la libertad de expresión (150 al año), espadas de Damocles fiscales y policíacas inductoras de autocensura y aquiescencias.

El cierre de RCTV representa casi la coronación de esa escalada demoledora, amputa despóticamente una porción demasiado grande de la libertad de disentir (“un derecho que la ley misma no puede prohibir” decía la Constitución de Angostura de 1819) generando una peligrosa merma de pluralismo y circulación de opiniones encontradas; un daño irreparable a la democracia imperfecta que queremos proteger de una dictadura perfecta. Chávez logra con ello su objetivo primario: eliminar el más fuerte competidor a su prepotencia mediática como voz del amo única, reservándose por si acaso un rol plenipotenciario sobre la sucesora y gubernamental Teves, (podrá suprimirla de un ademán) cuya dirección confía a un ex funcionario de Radio Habana y denomina “de servicio público” por mera estafa semántica.

RCTV no fue un dechado de virtudes republicanas, ni su estilo opositor del agrado de toda la disidencia, pero merecía sobrevivir por otra razón de peso que un enemigo de alguna hidalguía le hubiese reconocido: la coherencia de su antichavismo – magnificada por la repugnante voltereta de su ex socio de duopolio – que le había devuelto un aura de credibilidad, decencia y democraticidad digna de reconocerse.

Pero el militarismo es una peste política. Nada sabe de fair play, sólo cavila cómo matar al rival. Chávez, el amnistiado que nunca concede amnistías, sale de este episodio muy mal parado como estadista y como persona. A partir de mañana habrá más dictadura en los medios y demás esferas del poder.

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