Opinión Nacional

Diez años como éstos

Invitado por Telesur para entonar el canto laudatorio de estos diez años de gobierno, Eleazar Díaz Rangel, director del diario Ultimas Noticias, afirmó que “esta década ha sido el cambio de mayor trascendencia en Venezuela… desde el punto de vista social”. Esta es la precisión que hacen siempre quienes pretenden elogiar al Gobierno pero no comprometerse con sus errores, sus dispendios, sus abusos y su colosal entramado de corrupción. Es como si dijeran: “bueno, sí, Chávez desbarató a Pdvsa, pasó por un molinillo la producción nacional, acabó con la separación de poderes, pactó con grupos terroristas internacionales, adulteró las fuerzas armadas, propició la depauperación de la infraestructura, nos ha impuesto su cara y sus payasadas las 24 horas del día, pero ha creado la red de mercados populares donde las masas urbanas pueden comprar comida barata”.

Es escalofriante la manera como Chávez y sus repetidores hablan de los pobres como una entidad a congelar. Con médicos cubanos (de solvencia profesional no avalada por las leyes de la república), con becas de inestable entrega, con abastos paralelos (que no suelen ofrecer, por cierto, verduras y frutas frescas), pero siempre pobres. Sin empleos que permitan avizorar un ascenso, sin el apoyo de un Estado que conciba la pobreza como un estado integral, abyecto, que debe superarse a toda costa. Por otra parte, ¿lo social es solamente lo relativo al asistencialismo? ¿O es que la violencia, desmedida e incontrolada, no es social? La grave dificultad para ahorrar, así como la imposibilidad para acceder a un fondo de pensiones, ¿no es social?
En fin, ¿puede, Eleazar, ponerse la mano en el pecho y decir que la sociedad venezolana es mejor después de estos diez años? ¿Estamos en la senda de la superación de la pobreza? ¿Disfrutamos más de nuestras ciudades? ¿Contamos con mejores ofertas de trabajo y desarrollo laboral?
Según Díaz Rangel, “una de las gestiones de mayores transcendencia” de Chávez ha sido “ayudar a que millón y medio de ciudadanos salieran del analfabetismo”. Y me pregunto de dónde saca el avezado periodista esa cifra, ¿será de los datos suministrados por el propio gobierno? Porque si es así está desconociendo los estudios técnicos que ponen ese meta en franco –y documentado- entredicho.

Y, desde luego, insistió en la especie según la cual “ha mejorado la calidad de vida y la expectativa de cada uno de los venezolanos”. A qué se referirá, Dios santo, ¿a quién le habrá mejorado la calidad de vida? (No creo que sea tan cínico como para referirse a quienes salieron de pequeños apartamentos para instalarse en residencias de lujo por prestidigitación revolucionaria; pero, fuera de ésos, a quién se le ha aplica esa consigna…
Como hacen todos los propagandistas del Gobierno, Eleazar nunca alude a los ingresos del país en esta década, ni al hecho de que han multiplicado cualquier recaudación anterior. No explica la manera cómo se han gastado (que no invertido) esos recursos, a quiénes han beneficiado, qué industrias extranjeras se han enriquecido por las importaciones venezolanas (no pocas de ellas planificadas con el propósito de quebrar al sector productivo nacional), qué organizaciones y gobiernos foráneos se han aprovechado del dinero de Venezuela; en suma, cuántos dólares ha botado Chávez, o conducido a las botijas de sus familiares y amiguetes, por cada dólar dirigido “a lo social”. Los rapsodas del régimen no calculan lo que hubiera podido hacerse con una administración sensata, honesta, auténticamente nacionalista.

La verdad es que al cumplirse diez años de la tragedia encarnada en Chávez y sus cómplices, Venezuela es un país empobrecido, dolido y aterrorizado por la violencia, testigo abrumado de la devaluación de su moneda, de sus instituciones, del lenguaje público, del talante de sus ministros, de sus derechos civiles, de la justicia, de la industria petrolera… no hay nada que Chávez y sus secuaces hayan respetado, mejorado o engrandecido.

Ese país exhausto, que ve sus aspiraciones pospuestas porque la prioridad la tiene siempre el capricho del mandón, su necesidad de asegurarse la eternidad de su hegemonía, irá a votar el 15 de febrero. Será un combate entre el grotesco ventajismo y la íntima convicción de qué es lo que conviene a la nación. Hemos sido, pues, convocados a una hazaña.

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