Opinión Nacional

Dime qué hago Fidel

No es de extrañar que el mismo día en que se abrió formalmente el lapso de la campaña electoral para el 26-S, el señor Chávez haya arrancado para Cuba a fin de reunirse con Fidel Castro, su «maestro de la estrategia perfecta», al decir reiterado y literal del mandón miraflorino.
 
      No sorprende pero indigna que este gobernante venezolano siempre se ufane de buscar y recibir línea política de un mandamás extranjero, y peor aún sobre los asuntos internos de Venezuela. Acaso sea difícil imaginar una expresión más crasa de la mentalidad colonial de los jerarcas de la llamada revolución bolivarista.
 
       De esa reciente sesión habanera sobre estrategia electoral nacional, nos enteramos los venezolanos porque los cubanos tuvieron la cortesía de informarla. Y lo hicieron presentándola como una reunión para analizar la amenaza nuclear israelí… De seguro, el único tema afín a lo radioactivo que se trató, fue la amenaza atómica que supondría un revés peseuvista en los próximos comicios legislativos.
 
       Y para tratar de evitar semejante peligro está el cacumen de Fidel Castro, sin duda el más diestro de los déspotas en materia de supervivencia política. Ya en el 2003 y 2004 le sacó las patas del barro al señor Chávez, contado por este último, cuando le indicó qué hacer para aplazar el revocatorio mientras ganaba terreno a través de las misiones.
 
        En la actualidad, el control que ejerce el oficialismo sobre el sistema y el proceso electoral es todavía más férreo, y más versátil el repertorio de instrumentos para condicionar resultados: desde los mil centros de votación especial para los asentamientos-invasiones (los denominados «centros móviles), hasta la nueva ley electoral entallada a la geografía política del chavismo.
 
        Pero también es más efectiva la disposición unitaria de la oposición política encarnada en la Mesa, y la voluntad de participación no ha podido ser arrinconada por la estrategia de intimidación estatal. Además, la sumatoria de desastres gubernativos, tanto por acción como por omisión, es tan colosal que muchos podrían terminar votando por candidatos opositores, así sea con pañuelos en las narices. Los famosos «ni-ni» de algunos encuestadores, que más bien lucen como «no-no».
 
     Para Fidel Castro la perpetuación en el poder es el fin político por excelencia, y todos los medios disponibles deben estar subordinados a su consecución. Eso es «válido» para Cuba y en particular para la Venezuela bolivarista, de la que depende la cincuentenaria revolución cubana. Y eso significa que no habrá límites para el avasallamiento en todo lo que se relacione con el 26-S.
 
     Una realidad nada novedosa en estos tiempos de satrapía, pero que ahora será más frontal, por la sencilla razón de que el proyecto de dominación no es compatible con una Asamblea indócil. Sin los apremios del día a día gubernamental, que los carga el hermano, Fidel debe estar dedicado al dime qué hago… Un reto adicional para luchar para que Venezuela no siga en esas cuatro manos.

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