Opinión Nacional

Dios y la Biblia

Si Dios es el creador y sustentador del universo como lo concebimos los judeocristianos históricos de ayer y de hoy; entonces, Dios, existe desde mucho antes que se inventara la escritura. Sin embargo, el carácter o personalidad del Dios conocido, lo judeocristianos lo hemos escaneado de las llamadas sagradas escrituras. Si bien es cierto que las lecturas de esos textos nos han permitido hacernos una imágen estereotipada del Dios en el que creemos, no es menos cierto que las creencias de los judeocristianos no nacen a partir de la invención de la escritura, puesto que el nuevo y quizas el primer invento de los prehistóricos pobladores del mundo, solo sirvió para plasmar todas aquellas creencias y tradiciones humanas que fueron pasando de familia en familia y de generación en generación. Lo que pretendo afirmar con esto es que, de ser cierta la hipótesis de los Ateos de que Dios es una invención del hombre, entonces los cuentistas de la prehistoria debieron ser personas con muchísimo más poder de penetración que la casa editora de las Mil y Una Noche como para lograr que sus leyendas se propagaran con tal ímpetu hasta ser tomadas en cuenta para el momento en que se estrenó la escritura, inicialmente sobre rocas y papiros y, posteriormente sobre pergaminos y cueros de animales. Es tan contundente la idea de Dios en el alma del hombre, antes que en su mente, que 3.000 años después de la invención de la escritura, a mediados del siglo XVI, cuando Gutemberg inventó la imprenta, el primer libro que imprimió fue la primer Biblia traducida al Alemán. Cierto es que el concepto que los judeocristianos del siglo XXI tenemos del Dios invicible, se hace visible a partir de la lectura del sagrado libro. Pero el sentimiento de credibilidad para con ese Dios cuya imágen se nos presenta en cada amanecer y anochecer de nuestra existencia y cuyo carácter fue quizás distorsionado por los cuentistas y aún por los copistas que trascribieron sus palabras, es mucho más trascendente que la escritura misma, al punto de que cada creyente individualmente atesore en su interior una muy particular imágen del mismo Dios de la Biblia. De alli que, se diga, que Dios es una invención del hombre; pero no es cierto ni es una blasfemia que por el hecho de que un creyente difiera de otro en su absoluta concepción de Dios, Dios sea un invento igual que la escritura; sino que Dios trata con cada criatura de una manera muy particular, y en cada encuentro, le deja grabada una nueva y secreta inscripción en la roca de su corazón.

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