Opinión Nacional

Doble ilegitimidad

La reforma constitucional que trata de imponer Hugo Chávez para permanecer en el poder e implantar el socialismo del siglo XXI, un proyecto incomprensible, mezcla de comunismo disfrazado de socialismo democrático, con capitalismo salvaje que ni los mismos revolucionarios entienden, amenaza con destruir integralmente al país.

Todos estamos muy claros, incluso los beneficiarios directos e indirectos del despilfarro de nuestra riqueza petrolera, de la naturaleza de la reforma propuesta y de las consecuencias nefastas que acarreará su implantación en el futuro inmediato.

El proyecto constitucional “revolucionario” acaba con la propiedad privada, la educación libre, la libertad de pensamiento. Es un proyecto simplemente totalitario aunque afuera algunos irresponsables, como el Ministro de Relaciones Exteriores Moratinos, del Gobierno de Rodríguez Zapatero, digan -aunque sin convencimiento- que el proceso es legítimo.

La legitimidad de un proyecto responde a los intereses nacionales, a la concertación, no a la imposición. La legitimidad se relaciona con el fondo. No todo proyecto puede ser válido, menos aún cuando choca con los principios y los valores democráticos: ilegitimidad de forma e ilegitimidad de fondo. Se imponen restricciones a la libertad y a la democracia, por ende.

No es legítimo lo que plantea Hugo Chávez con esta reforma. Ingenuidad o intereses mayores sólo pueden justificar tal calificación. La democracia no puede ser interpretada de cualquier forma. La libertad es una sola. Si Moratinos lo ve distinto es porque su visión sobre la libertad es limitada y ello es probable. Pero el Ministro español debe saber que la democracia en Venezuela, la que tanto nos costó instalar en el país, está en peligro y eso no se le puede someter a un juego de intereses. La vida y la seguridad, la integridad física, los derechos de 25 millones de venezolanos no pueden negociarse ni meterse en un saco político para ganar prebendas o beneficios aquí o allá, con uno o con otro.

Intentar “trasplantar” la decadente “democracia” cubana es muy peligroso para Venezuela y los venezolanos y para la región también, que siente cada vez más de cerca la desestabilización que produce la imposición del proyecto bolivariano, a base de la riqueza petrolera que se arrebata al pueblo.

La “democracia” cubana es una de las mayores falacias de la historia, aunque algunos intelectualoides izquierdosos e irresponsables vean en ella un modelo a seguir. Desde los fusilamientos de los años 60, hasta los presos y torturados políticos del 2007, la miseria intelectual que acompaña a la revolución cubana muestra el fracaso de un régimen que su funda en proyecto igualmente fracasado en la Unión Soviética, Vietnam, China y los países del Este.

Tratar de “importar” la dictadura cubana al país, acabar con nuestra sociedad y nuestra riqueza, es un grave error que la historia cobrará muy caro a estos revolucionarios que conforman una nueva clase social boyante, pero poco consciente de la realidad y del futuro que les tocará vivir cuando la revolución se imponga definitivamente y cuando ella se acabe como tendrá que ser, en su debida oportunidad.

El debate que se plantea ahora no es sobre el contenido de un proyecto que se va imponer. La cuestión es sí los venezolanos debemos o no ir a un referéndum. Ya comienzan los situacionales a influir en la débil dirigencia opositora que le apoya o la rechaza, sin mayores explicaciones.

Discutir un proyecto sin poder opinar es una fantasía. Más grave es pensar que el proyecto no sería aprobado, aunque todos sabemos que el rechazo mayoritario es de más del 75 por ciento. Y, mucho más grave es imaginar que el producto final será distinto a la presentada desde Miraflores.

Si el Estado da garantías, iríamos con los ojos cerrados a derrotar este proyecto. Pero nadie confía en el régimen, mucho menos en el sistema electoral. Porque no se establece el voto manual como en la mayoría de los países del mundo, en España, en Francia, tan citados por los bolivarianos cuando les conviene. Contar los votos en la mesa, delante de todos, sería una salida democrática sin precedentes. Pero el régimen bolivariano no está dispuesto a medirse sin máquinas, que se sabe muy bien no son las más confiables aunque los “técnicos” digan lo contrario.

El voto manual, el conteo directo, no plantea dudas. Si el referéndum favorece el proyecto revolucionario, si la mayoría de los venezolanos lo considera el camino a seguir, tendríamos que acompañarlo. Eso es democracia. Pero eso es soñar, es simplemente irreal. El totalitarismo se impone por la vía “democrática”.

La oposición debe centrar su atención de nuevo en el proceso y no en el debate que es una forma de envolver a los venezolanos en un proceso aparentemente democrático para legitimarlo y permitir decir a los Moratinos y a los Insulzas que Venezuela vive en democracia. Desde la adopción por bloque, hasta el contenido de la reforma, lo sabemos todos, es contrario a los principios y valores democráticos.

El Presidente trata de envolvernos y lo logra, en gran medida, gracias a las debilidades e ingenuidades de algunos que todavía sueñan con compartir el espacio democrático y tener la posibilidad de hacer realidad la alternabilidad democrática, en libertad.

El debate está en curso, las cartas están sobre la mesa. La dirigencia sensata, los venezolanos todos, debemos reflexionar sobre ello y oponernos al “paíscidio” que promete la revolución bolivariana.

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