Opinión Nacional

Educación: Valor democrático

La educación cívica es esencial para la buena marcha de la democracia en todos los sentidos, pues no se trata de inculcar al caletre a la ciudadanía una serie de conceptos o postulados que vistos así, no pasan de ser un mecanismo rutinario sin atractivo que anime al colectivo a practicarlos por convicción y no por imposición. En el tránsito democrático venezolano sin entrar a un minucioso examen de fondo, sabemos que nos hemos limitado más como espectadores que como actores a comprender algo sobre como funcionan y que importancia tienen los parlamentos, cómo hacer y qué efecto tienen las elecciones, cómo trabajan los tribunales y cómo operan efectivamente otros mecanismos del gobierno democrático en el buen sentido de la palabra, pero más allá de ello, aún no estamos del todo satisfechos por sus resultados en la práctica ya que las características más visibles de una democracia es que se trata de un sistema alternativo, variable , en constante evolución y perfeccionamiento cuya efectividad depende de diversos factores de orden político, social, económico y cultural en donde se establecen claramente la ubicación de áreas y competencias de cada persona e institución para una mayor efectividad social . La democracia promueve y mantiene la dignidad, los derechos humanos y garantiza la justicia social sin favorecimientos y con igualdad, lo que constituye sin duda alguna su valor o característica más apreciable. Sin embargo, hemos descubierto que este sistema es algo más que un simple mecanismo, en realidad es una cultura. Para fomentarla y estabilizarla, no sólo es preciso cambiar el aparato externo de la sociedad y el gobierno, sino también la visión subjetiva de mucha gente.

Las personas deben dejar de ser sujetos pasivos del estado- del cual reciben instrucciones- para convertirse en ciudadanos responsables que ejerzan libremente sus derechos y obligaciones. En otras palabras, se debe dar poder a la gente. Sólo cuando se lleve a cabo esta transformación subjetiva de la sociedad, podrán funcionar como es debido los mecanismos de la democracia; pero no será fácil aplicar este planteamiento pues muchos de estos mecanismos serán rechazados por considerarse extraños, como un órgano transplantado indeseable, a menos que el organismo lo reciba voluntariamente. Todo un cúmulo de conocimientos y experiencias va aparejado a la democracia: pequeños detalles que muchos ciudadanos no pueden comprender, a menos que tengan el espíritu y los conocimientos apropiados. Ya lo afirmaba el propio Libertador cuando alabó la declaración de los derechos del hombre en el manifiesto de Filadelfia, afirmando que ello estaba en sintonía con la cultura de ése pueblo en donde la libertad y las luces habían sido su cuna, en cambio, sentenció por el contrario que tanto bien en nuestro caso no sería provechoso tan repentinamente, pues tanto el bien como el mal causan la muerte cuando son súbitos y excesivos. A pesar de todo, ni siquiera en las mejores y más antiguas democracias del mundo, saben manejar con eficacia sus propios problemas. ¿Cómo presentar por ejemplo una demanda judicial cuando hemos sido agraviados en una disputa civil?. ¿Qué hacer frente a un problema de abuso policial?. Y algo tan frecuente y común en todos lados: ¿Cómo lidiar con un conflicto social en el barrio?; el resultado no será otro que involucrarnos activamente en la formación de una mayor educación cívica, aprovechando la actual coyuntura que nos permite apalancar con más firmeza el mejoramiento del sistema, así cómo la atención y solución a los reclamos que por mucho tiempo han estado pendientes de soluciones prácticas y definitivas. Tenemos problemas de apatía, delincuencia, impunidad y fragmentación de una cultura común que raya en la anarquía. Nos cuesta trabajo que nuestras instituciones funcionen. Tenemos definitivamente corrupción en el gobierno. No será necesario ante todo esto buscar culpables o responsables, pues sabemos quienes son y dónde están, ni tampoco podemos cruzarnos de brazos lamentándonos de todo y de todos ya que nosotros mismos descuidamos la tarea de una educación cívica y ciudadana adecuadas, dejándonos llevar por lo cómodo y fácil de la riqueza petrolera. Todavía creo que estamos a tiempo de corregir el rumbo y retomar una práctica cívica en común y un conjunto de valores fundamentales que es necesario plasmar y transmitir como un hábito de una generación a otra si queremos que nuestra democracia sobreviva, y sobre todo, para que ella siga siendo un imperativo social y político, tendrá quizá que plantear sus argumentos con más rigor y tal vez con más honestidad, describiendo su poder más como una visión moral que como vía rápida al poder y la riqueza. De ningún modo se puede afirmar ni es cierto que la democracia sea deficiente en su capacidad material, existe ahora más que nunca y los hechos lo demuestran con claridad, un nuevo apremio por comprender las bases de la vida democrática y su verdadero valor intrínseco. La democracia comienza y se mantiene viva en la conversación cívica, porque hemos descubierto un filón muy valioso en el estudiantado de la nación que oxigena la esperanza y que pacifica e inteligentemente está demostrando que la soberanía de la comunidad, como cualquier soberanía de alto nivel, deriva su validez de la soberanía original genuina, es decir, de la soberanía humana que encuentra su expresión política en la soberanía cívica.

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