Opinión Nacional

Educación y libertad

Etimológicamente, la palabra educar viene del latín educare, que se vinculo a educere, verbo compuesto por el prefijo ex (fuera) más ducere (conducir llevar). El significado literal es “conducir hacia fuera”, externamente al mundi materno y familiar, e indica la socialización del ser en el mundi, la interacción individuo-sociedad.

Ese movimiento encaja una paradoja La educación le suministra al individuo los conocimientos necesarios para vivir en el mundo, para adaptarse a la sociedad, en el sentido de incorporar valores y saberes que permitan su aceptación por parte de ésta. Pero también implica influencia, control, coacción y poder. La educación es uno de los instrumentos más eficientes para la promoción de la “tiranía de la mayoría”, esto es, la imposición de los valores y las ideas de la mayoría y la consiguiente interdicción de la crítica a las verdades legitimadas por la sociedad. En todo acto educativo, aún aquel que se pretende revolucionario, hay el deseo de controlar, en mayor o menor grado, de modelar al educando en la imagen y el pensamiento del educador. El acto educativo presupone coacción real y/o simbólica, cooptación y adaptación.

¿Es posible, entonces, educar para la libertad? En primer lugar, es importante acercarse al hecho de que libertad presupone responsabilidad. Libertad no es poder hacerlo todo, no es una abstracción por encima de la realidad social. Cuando la libertad es ejercida sin límites, degenera en libertinaje, en actitudes irresponsables ante el otro, el profesor o colega de cohorte o incluso ante uno mismo. El libertinaje rompe el tenso equilibrio entre libertad y autoridad; otro factor de ruptura es la degeneración de la autoridad en autoritarismo. La libertad no significa ausencia de límites. La cuestión es cómo las esferas de la autoridad y de la libertad se relacionan y no se anulan ni corrompen la unas a la otra, esto es, que se mantenga el equilibrio, siempre tenso, entre ambas.

La autoridad puede contribuir a afirmar la libertad o a aniquilarla autoritariamente. La ausencia de límites favorece el libertinaje, y, en consecuencia, la irresponsabilidad. La autoridad también estorba a la libertad cuando tutela al otro y lo mantiene en permanente infantilidad. Un ejemplo es la inmadurez observable en adolescentes mimados que, inseguros y/o con una prepotencia típica de quien está acostumbrado a tenerlo y poderlo todo, no demuestran actitudes inherentes a los individuos educados para la libertad.

La autoridad fortalece la libertad en cuanto se ocupa del diálogo entre educador y educando, en la medida en que rompe con la concepción bancaria del saber, ve al educando como agente del conocimiento y no objeto, no restringe la praxis educativa a la mera transmisión y memorización de contenidos, renuncia a utilizar los instrumentos propios a la actividad docente en cuanto formas de coacción y adopta una actitud democrática, sometiéndose a la crítica de los educandos. Se educa para la libertad al ocuparse de la autonomía del educando y responsabilizarlo por su formación. Se le debe estimular en el ejercicio de la libertad con responsabilidad, a que asuma sus actos y tenga consciencia de las consecuencias. Es esencial, además, que la escuela se democratice; que el salón de aula sea un espacio sea un espacio de prácticas y actitudes democráticas, comenzando por el docente; y que estimule la participación responsable del educando. Es necesario politizar e espacio y el cotidiano escolar.

La educación es contradictoria: tanto puede formar individuos adaptados y dependientes como críticos y libres; ella puede ser autoritaria y/o tutelar, pero también puede contribuir a la formación de individuos autónomos y capaces de intervenir consciente y responsablemente en el mundo. La postura del educador, para bien o para mal, es esencial. Es una opción que se traduce en la praxis docente y tiene efectos prácticos reales

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