Opinión Nacional

¡El abecedario de la democracia!

A una sociedad democrática le debemos garantizar, como individuos, nuestro incondicional y obligatorio respeto a las normas comunes que se aprueben por “mayoría democrática”. En respuesta, deberemos disfrutar de una estructura sociopolítica que haga valer (que nos garantice) las obligaciones y los derechos comunes que acordemos para todos los que la componen “democráticamente” (según las leyes nacidas de su seno; así como también de las normas y las instituciones estatales, civiles, militares, etc., que la conforman).

Todo esto ha de regir, siempre y cuando lo que llamamos “mayoría democrática” haya devenido de un proceso “democrático”, monitoreado y aprobado sin tachas.

Por lo tanto deberemos vigilar y reaccionar (si es que queremos vivir democráticamente) para que los siguientes tres procesos sociales y “democráticos” discurran sin entorpecimientos o manipulaciones:

A. Sufragio universal directo y secreto (eso de que todo el mundo, en propia persona, se manifieste y sea tomado en cuenta y escrutado limpiamente sin poder ser identificado).

B. Campañas electorales sin ventajismos materiales (tiene que ver con eso del dinero, tiempo de exposición pública, posibles coerciones desde el poder tanto de estado como del capital, etc.).

C. Líderes “probadamente profesos” a los sagrados principios democráticos (con claro entendimiento de la universalidad social y la pluralidad que dicha universalidad conlleva; como lo son la pluralidad de razas, de religiones, la sexualidad, etc.).

Estas tres premisas, aunque no son todo lo que una verdadera democracia debe de ser, parecen representar las esencialidades más apremiantes para poder establecer un verdadero proceso social de orden democrático.

Aparentemente, esto lo sabe todo el mundo, menos los que no lo saben y permiten, sin ni siquiera darse cuenta, las extremas aberraciones sociales que vivimos hoy.

Es por eso que me permito recordarles, aunque algunos de nuestros lectores lo consideren superfluo (y se fastidien), que siempre existe alguien que nunca entendió estas premisas; y que por lo tanto es labor de sano proselitismo político democrático, de cada verdadero demócrata, el tomar la responsabilidad de explicarlas y asegurarse de que son inequívocamente entendidas.

Este tríptico democrático (las tres esencialidades) deberá siempre de cumplirse, estar presente, antes de cualquier otra discusión o análisis democrático o antidemocrático colateral (ya que de fallar la esencialidad del tríptico, la discusión ulterior ya no pertenece al orden democrático; ésta se convierte en bulla que disturba su esencialidad (como cuando nos preguntamos ¿Y cómo hicieron los de antes?, cosa que jamás podrá excusar nuestro mal discurrir actual).

Digo esto, solamente para que no nos olvidemos de que no todos entendemos (y muchos, por conveniencia, ni siquiera tienen algún interés en entender), la esencialidad de la sagrada praxis que conlleva un sano discurrir democrático. Y que esta praxis esencial (este abecedario) debe ir por delante de cualquier tipo de discusión que cualquier indiscutiblemente punible vilipendio institucional genere. Como por ejemplo con el hecho de que hoy, no existiendo una Asamblea Nacional legítima, no deberíamos malgastar el tiempo para discutir o argumentar sobre lo que ella pueda o no decidir. Ya que no es válida, simplemente no existe en la concepción democrática.

Contra el actual autoritarismo colectivista (ladronismo) que se nos pretende imponer arbitrariamente, debemos ungirnos de la actitud pedagógica que requiere el 4 de diciembre de 2006. Y eso lo deberemos hacer cada uno de los que entendemos que es necesario para poder lograr un contundente y duradero bienestar; para contribuir a crear una conciencia política democrática amplia (que comprenda todos los niveles de nuestra sociedad).

Este gobierno, que ya irremediablemente recoge las últimas migajas de lo que fue el poco bienestar económico y social que disfrutábamos, sucumbirá rotundamente ante el esfuerzo aplastante de toda una decidida sociedad (87%) y pagará la más terminante y dura pena que pueda aplicar nuestra ley.

La pelea no termina entonces con el 2006, ya que quedará pendiente la responsabilidad de ir a buscar a los culpables a Cuba, a Irán, a Siria, a Corea del norte, o a donde diablos se logren llegar a esconder.

Es lo mínimo que nos podemos esperar.

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