Opinión Nacional

El asalto totalitario

Sin que aparentemente nadie se entere en el mundo, en Venezuela sufrimos en estos mismos instantes un asalto totalitario al Poder. En todas las esferas de la vida pública, siguiendo las órdenes y mandatos del autócrata y la mayor obsecuencia del entorno judicial, parlamentario, policial y uniformado de la nación – ya en minúsculas, pues más disminuida en su soberanía, integridad y grandeza no puede estar – se violan todos los derechos y se pretende constitucionalizar dicha violación según el modelo tiránico y despótico de las peores dictaduras del Cono Sur. Es el pretexto de esta nueva regulación del llamado estado de excepción: permitir la violación de nuestros derechos ciudadanos – el derecho al debido proceso – y estrangular el derecho a estar informados. Entre muchas otras barbaridades dictatoriales de este auténtico golpe de estado constitucional orquestado desde Miraflores y llevado a la práctica por Cilia Flores, Desirée Santos Amaral y sus secuaces. Usted podrá ser detenido cuando al poder le venga en ganas, sin que se entere ni su familia. Y desaparecer para siempre en las mazmorras rojo-rojitas.

Como en la Argentina de Videla y el Chile de Pinochet. Con una diferencia aterradora: esas dictaduras pretendían poner fin a la anarquía y al caos que las invocara, garantizando mediante la fuerza armada las condiciones que permitieran el regreso a la democracia, la paz pública y la prosperidad amenazados por la desestabilización política. El caso de la tiranía de Augusto Pinochet es el clásico ejemplo de lo que podríamos denominar una dictadura restauradora: luego del aterrador infierno de su despotismo, Chile pudo transitar hacia una democracia de nuevo cuño: moderna, estable, próspera y solidaria. La dictadura del teniente coronel Hugo Chávez pretende, muy por el contrario y luego de fomentar el caos, la anarquía, la corrupción y la desintegración de la república, establecer un régimen despótico por los siglos de los siglos, universalizar la pobreza en todos los estratos de la sociedad y retrotraernos a los niveles de miseria y estupro de los peores momentos del siglo XIX. Africanizarnos. O, lo que es exactamente lo mismo, “cubanizarnos”. Sin que a su fin quede otra cosa que la ruindad de un país devastado.

Como en casos semejantes, casi es lógico que las democracias de la región miren de soslayo o, en un rasgo de complicidad sin precedentes, algunos de sus próceres aplaudan, consientan y se beneficien de este asalto totalitario. El caso del Secretario General de la OEA José Miguel Insulza pasará a la historia de nuestra infamia. El de los embajadores que en la OEA se sientan literalmente sobre los mandatos de la Carta Democrática provocan repugnancia. Y la obsecuencia de los presidentes de la región – particularmente los de la llamada nueva izquierda – anonada. No se hable de quienes pretenden pescar en el río revuelto de los negocios y negociados, de los funcionarios gubernativos receptores de los maletines de PDVSA – bolivianos, ecuatorianos, argentinos, uruguayos, nicaragüenses y vaya a saber uno de cuántos otros países de aparente mayor solvencia, como el Brasil.

Se entiende que llevados por sus afanes crematísticos algunos gobernantes de ciertos países europeos también hagan la vista gorda y traten de pescar contratos de obras públicas o provisión de armas, buques, aviones y helicópteros. Y que sus embajadores estén dispuestos a arrodillarse ante el administrador del maná petrolero. Como bien dice la sabiduría diplomática, los países no tienen principios ni amistades: sólo tienen intereses. Y mientras el tirano reparta, contrate, beneficie, enriquezca, contará con vara alta.

Lo que sí debe preocuparnos, pues se trata de un asunto de nuestra íntima y estricta incumbencia, es que las direcciones políticas nacionales, nuestra élite partidista, mire de soslaye, minimice la inmensa, la gigantesca gravedad de lo que ocurre y no corra en auxilio y defensa de nuestra herida y acorralada democracia. Lo que debe causarnos espanto es la pequeñez de sus aspiraciones, la mezquindad de sus intereses particulares, la desidia, apatía e incapacidad para convocar a la unión de todos los demócratas, poniéndose a la cabeza del levantamiento nacional que tanto estupro, corrupción, violaciones y atentados provocan.

No se trata de votar o no votar. Se tratar de luchar o no luchar. De levantarnos como un solo hombre contra este atropello a nuestras libertades públicas. De decir basta y echar a andar. El déspota ni siquiera presiente lo que sucederá cuando el pueblo venezolano, harto de tanto abuso, tanta corrupción, tanta maldad y tanta estupidez se alce contra la injusticia. Puedo asegurarlo: tarde o temprano y casi sin que podamos presentirlo no quedará títere con cabeza. Y no serán las de los hombres de bien las que rueden: serán las de los corruptos, violadores, abusadores y tiranos. No sería la primera vez. No será la última.

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