Opinión Nacional

El auténtico reto en el Ártico

La disputa por la soberanía del Ártico ensombrece el auténtico debate sobre cómo evitar que el deshielo inunde las zonas costeras. Frente a un mar helado que se deteriora a gran velocidad, lo más lógico para Estados Unidos, Canadá, Rusia, Dinamarca y Noruega sería temer que el avance de las aguas arrebate terreno al litoral de sus países. Sin embargo, estas naciones aprovechan la oportunidad que brinda el calentamiento global, que hará navegable el Ártico en poco más de una década, para iniciar exploraciones con el fin de hacer valer sus derechos sobre la zona.

La fiebre ha llevado a Rusia a colocar una bandera de titanio resistente a la corrosión en el lecho marino y al ministro de Exteriores danés a afirmar que si existe “la posibilidad de extender la soberanía del país, debes explorarla”. Por otro lado, Canadá ha propuesto extender un parque nacional a la zona terrestre descubierta por el deshielo a la vez que anuncia una inversión de 5.400 millones para proteger su soberanía.

Lo que en realidad está en juego es el acceso a las reservas de petróleo de la zona, que, según se estima, equivalen al 25 por ciento del total en todo el mundo. El objetivo de lograr mayor independencia energética en un escenario con dos nuevos gigantes consumidores, China e India, prevalece sobre la necesidad de preservar el Ártico.

La zona que rodea al Polo Norte, así como la región antártica, es esencial como termostato del planeta. El deshielo llevaría al calentamiento de la zona, ya que el mar absorbe la mayor parte del calor mientras que la capa de hielo la refleja. De esta forma, se alterarían las corrientes de aire que regulan la temperatura del ecuador a los polos, y también las oceánicas, que se han mantenido invariables durante miles de años.

Se confirman así las palabras del Jefe Seattle en su carta al hombre blanco, al advertir que “todo lo que afecta a la Tierra también les afecta a los hijos de la Tierra”. Cualquier anhelo de poseer a la naturaleza será por tanto en vano si se ignora que somos parte de ella.

El aumento del nivel de las aguas tendrá consecuencias directas sobre 800 millones de personas que residen en zonas costeras de baja altitud. La mayor parte de ellos habitantes de grandes ciudades ubicadas en la costa marítima o en la desembocadura de un gran río. Al anegar el agua salada del mar el agua dulce de los ríos y acuíferos, las pérdidas económicas serán cuantiosas para la agricultura y el abastecimiento de este bien a la población se verá también afectado.

De ahí que los países más industrializados no puedan eludir el problema por más tiempo. La capa de hielo se ha reducido en un 15% en 30 años, un ritmo superior al del Polo Sur, una prueba del impacto del modelo de desarrollo del Norte. El gran reto de un medio ambiente sostenible recibiría un fuerte impulso si estas naciones destinasen a él la misma atención que en Oriente Medio, en Sudán o ahora en el Ártico, todas ellas zonas con ingentes riquezas naturales.

La soberanía amenazada en el Ártico es la misma que se le arrebata a otras naciones en África sobre el control de sus propias riquezas. Por encima de gobiernos corruptos, están los pueblos que ven cómo la mayor parte de los beneficios del petróleo se esfuman fuera de su país.

La responsabilidad pasa por desmarcarse de la crónica de un deshielo anunciado y evitar así un reparto al estilo colonialista. A las compañías petroleras ya se les hace la boca agua con un posible abaratamiento del transporte de crudo incluso antes de que se pueda navegar por este océano.

Periodista

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