Opinión Nacional

El bochinche del Leander

La decisión de implantar una réplica del Leander de Miranda en el corazón del Parque del Este de Caracas, en aparente sustitución de la nao de Colón, ha suscitado la razonable preocupación de parte de sus usuarios, de la comunidad en general y de algunos gremios profesionales por la preservación de su integridad patrimonial.

El proyecto, que al parecer contempla un noventa por ciento bajo tierra y el resto en la superficie, significa que la mayor parte del problema estará bajo tierra, sujeta a la amenaza permanente de eventuales filtraciones y a la necesidad de sistemas de ventilación forzada y de aire acondicionado, con la consecuente agresión visual y sonora. El resto, sin embargo, tal vez la parte más controversial, quedará fuera de las entrañas del parque, a la vista de sus visitantes, los cuales tendrán que seguir viviendo con la visión de un barco en medio de los árboles y acostumbrase ahora a más concreto y a una mayor afluencia de visitantes, en un parque con un uso cada vez más intensivo y un mantenimiento chapucero.

Un segundo error no enmienda uno anterior. El hecho de que una réplica del barco de Colón haya permanecido allí por casi cuarenta años, en lo que en su momento fue considerado como un exabrupto, no se remedia ciertamente reemplazándolo con otro barco, por muy loable que sea la realización de un homenaje a Miranda. Más aún, el Parque del Este, así conocido por todos los caraqueños porque se encuentra precisamente en el este de la ciudad, seguramente seguirá llamándose para los caraqueños como tal, a pesar de que nuestra genética disfuncionalidad toponímica nos impulse a cambiar su denominación cada cierto tiempo. La historia, es harto sabido y lo recordó el Colegio de Arquitectos hace algunos meses al referirse al tema, no se puede sustituir y falsear al antojo de cada quien. Más importante aún, cambiar el barco de Colón por el del Prócer de la Independencia, tampoco nos hará olvidar a Betancourt, odiar a Colón ni querer más a Miranda.

En vista de todo ello, cabría preguntarse lo siguiente: ¿Puede un barco surto en dique seco, en medio de un parque arbolado, servir de homenaje adecuado a la memoria del prócer? ¿no habían alternativas más adecuadas para honrar la memoria de Miranda que la de construir una especie de Disneylandia subterránea y un barco de utilería en el Parque del Este? ¿porqué no se consultó al pueblo tan frecuentemente recurrido sobre su parecer respecto al proyecto? ¿será porque se piensa que los técnicos gubernamentales sí saben lo que hacen y lo que le conviene al pueblo? ¿no constituye este proceder un insulto al mismo? Por otra parte: ¿Fue acaso el proyecto objeto de alguna consulta en particular para evaluar sus bondades o de algún concurso transparente para determinar su concepción final? Y finalmente: ¿Porqué no pensar seriamente en ampliar el parque a expensas del estacionamiento de juguetes caros que se encuentra al sur del mismo y aliviar así la presión a la que su uso intensivo lo somete a diario? Alguien debería dar alguna respuesta a estas interrogantes, que estoy seguro son compartidas por muchos ciudadanos conscientes y preocupados por la ciudad y sus espacios verdes.

Las acciones legales intentadas para tratar de detener la obra y examinar sus bondades fueron, para sorpresa de nadie, desestimadas, y las opiniones y críticas expresadas, simplemente ignoradas.

Hace algunas semanas se volvió a retomar el tema de adoptar un nuevo uso para la áreas ocupadas actualmente por el aeródromo de La Carlota, o al menos parte de ellas, para que de alguna forma sirvieran de expansión y alivio al congestionado parque actual. Sin embargo, hasta el presente se desconoce si ha habido algún desarrollo de dicha idea por parte de alguna autoridad o institución pública o privada. Una cosa sí es cierta, la idea del Proyecto Leander hubiese estado mejor concebida y realizada si se hubiese pensado desde un principio en ubicarlo en dichas áreas.

Mientras tanto, la obra sigue avanzando sin que se haya prestado la debida atención a las críticas razonables de reconocidos profesionales del paisajismo y la arquitectura, así como de los usuarios en general, en una demostración más del tradicional desdén de las autoridades gubernamentales por la opinión y los derechos del ciudadano.

Los fondos destinados a la construcción del proyecto, seguramente cuantiosos, habrían podido muy bien utilizarse para proporcionarle al parque un auténtico mantenimiento, para disfrute de los habitantes de la ciudad, agobiados por los cotidianos efluvios de gasolina barata, basura por doquier y la ausencia de vías de comunicación apropiadas.

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