Opinión Nacional

El cántaro va por el agua

El gobierno está mal, como jamás estuvo en los últimos catorce años, pero el crecimiento de su declive requiere de la oposición una atención ardua, un manejo delicado que aproveche, sin el menor descuido, el desplome de un adversario que hace poco aparecía como un coloso y ahora es apenas un pigmeo. El chavismo no es ni la sombra de lo que era, por fortuna, pero actúa de mala manera como si fuera lo que dejó de ser. La oposición también es distinta, cual jamás soñó hace apenas unos meses, pero debe asumir sus diferencias con la prevención necesaria para hacerlas más evidentes ante los ojos de una sociedad que ya se hartó de la calamidad «revolucionaria», de los desastres de uno de los regímenes más nefastos de la historia de Venezuela, pero que espera de su hartazgo algo más satisfactorio que un simple cambio de menú; que clama por una conducta capaz, sin quedarse en la espera condescendiente, de controlar la tentación de las precipitaciones y de garantizar el advenimiento de una metamorfosis cabal.

 

Tal vez la vuelta hacia el ejemplo más escalofriante de los días recientes nos acerque a la seriedad del desafío abocetado. Los sucesos violentos de la AN han mostrado cómo pretende aferrarse al poder el chavismo sin Chávez, pero también cómo la oposición ha reaccionado hasta ahora de manera plausible, presentándose con los rasgos de los que se ha apropiado para hacerse de una peculiaridad capaz de garantizar la posibilidad de mejores tiempos. La brutalidad de los promotores del suceso refiere a ese declive sugerido al principio, a la búsqueda de salidas tan macabras que sólo sirven para comprobar el tamaño de su desesperación y de su carencia de ideas; pero que, aparte de adelantar las señales de su agonía, obligan a una respuesta susceptible de cimentar los anhelos de la colectividad estupefacta ante el oscuro episodio. Seguramente la oposición no calculara al principio la grosera extralimitación de los «revolucionarios» y la sufrió con perplejidad; aunque olía la violencia tal vez pensara que no pasaría de las inflexible y estúpida sargentada de mantenerla en silencio, que había soportado hasta entonces con republicana paciencia, pero en breve sufrió el empellón de una pandilla necesitada de mostrar sus hierros. Se defendió como pudo, limitándose a una protección elemental, y no se multiplicaron las heridas ni corrió más sangre porque los agresores apenas querían llevar a cabo una representación breve, un anuncio somero de lo que podían hacer en el futuro si las cosas se les complicaban más de la cuenta. El resto fue coser y cantar para la oposición: mostrar ante la sociedad y ante las comunidades extranjeras la magnitud del horror, no en balde se la habían puesto demasiado fácil sus colegas de la «revolución» convertidos en gavilleros. Sin embargo, pasados los días, la situación cambia para los diputados de la alternativa democrática. Los gavilleros ahora tienen que buscar la manera de disimular su tropelía porque no les queda más remedio, pero las víctimas se encuentran ante el dilema de sentarse a dialogar con ellos como si no les hubieran afincado los dientes en la víspera.

 

Está de por medio el remiendo de una institucionalidad que se requiere para profundizar la lucha democrática, claro está, pero también una afrenta gigantesca a los principios elementales de la república. Conviene llegar a los acuerdos que permitan el retorno del parlamentarismo, aunque difícilmente pueda restablecerse con normalidad ahora, pero también se requiere la solicitud de una justicia elemental y que la sociedad se entere de cómo se logró tal justicia en atención a la estatura del delito y a la mancilla de la dignidad del pueblo a quien representan los agredidos. En las conversaciones que se llevan a cabo para retornar a las curules, ¿se llegará a la trillada indulgencia del borrón y cuenta nueva?, ¿quedará todo en la fantasía de las promesas, y en los actos de contrición que se expresan entre cuatro paredes?, ¿pasarán lisos el teniente-presidente y el «gordo tricolor», figuras estelares de la ignominiosa maquinación?, ¿más pelillos a la mar, cuando la navegación es tormentosa? Cuando se escribe este artículo no se tienen noticias definitivas del acuerdo, pero seguramente será orientado por el consejo de las vistas gordas. Tal vez se necesite un aguja capaz de un zurcido oportuno, o tal vez no, pero se ha traído a colación el enredo para calcular las dimensiones del reto de la oposición en una encrucijada de vital importancia.

 

La oposición puede ayudar al pudrimiento de la situación, o dejar que la «revolución» la pudra ella sola sin su ayuda, como viene haciendo últimamente. Ese es ahora el punto que se ha pretendido ilustrar, que importa en la medida en que refleja lo delicado de la situación en términos generales y la necesidad de actuar con prudencia el tránsito de unas estaciones cada vez más complicadas. En los últimos lustros ha despertado una sociedad capaz de librarse del yugo del chavismo y de crear nuevos horizontes. Ha hecho o ha descubierto un liderazgo capaz de estar en su vanguardia, aún ante extremos como el que se ha comentado y de cuyo manejo pueden surgir insatisfacciones. Pero es evidente que la «revolución» vive su peor momento, ciega ante la realidad que la asfixia, encarnada en un liderazgo sin consistencia y dispuesta a aferrarse al salvavidas impotente del autoritarismo. Es cuestión de tomarle la medida a su descomposición, como se viene haciendo con algunos pasos en falso, pero sólo con algunos.

 

 

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