Opinión Nacional

“El Caracazo”

Obra de una y de muchas más cobardías

27 de febrero de 1989

“… Quien no quiere pensar es un fanático; quien no puede pensar, es un idiota; quien no osa pensar es un cobarde…”

Sir Francis Bacon (1561-1626)

Quizás uno de los más gráficos ejemplos de lo que para Venezuela ha significado esto de los generales R3 (de retrato y de retreta como los califico Rafael Guinand en los cuarenta y de retrete, como han de calificarse hoy), sea el caso del anunciado imputado por Ministerio Público.

El general (r) José Rafael León Orsoni, quien según la Prensa de la Fiscalía: “… por presuntamente guardar relación con las muertes ocurridas el 27 y 28 de febrero y los primeros días de marzo de 1989…”

Bueno sería recordar una mise en escéne, aquellas circunstancias determinantes; el prolegómeno de lo después sería conocido en la historia política de Venezuela como El Caracazo.

Tanto como para desechar y no admitir desde un principio ese acomodaticio término en la información: presuntamente.

Precisemos

El Caracazo, como está registrado, comenzaría en Guarenas estado Miranda, sobre las 04:30/05:00 horas del amanecer del día 27 de febrero de 1989 y en momentos en que una multitud de trabajadores abordaban el medio de transporte para trasladarse a sus lugares de trabajo en Caracas y los prestatarios del servicio de transporte, les hicieran conocer que el valor del pasaje había aumentado al doble.

Para muchos significaba, en la práctica, que no tenían dinero para pagar el pasaje de regreso a sus hogares en la noche.

A partir del momento en que en la Central de Radio de la Policía Metropolitana se conoce del asunto por información radiada por patrullas policiales que habían acudido a conocer de la incidencia, la primera orden que recibieron los patrulleros fue la de mantenerse a distancia de la concentración humana y evitar todo contacto que pudiere generar desorden; mientras se informaba a la superioridad y se recibían de éstas las instrucciones.

Abandono de comando

Contactado los jefes de guardia del cuartel central, éstos a su vez mantuvieron la orden hasta tanto el Comando General de la Metropolitana fuera informado, tomara y transmitiera las órdenes para la actuación.

El Comandante General de la Policía Metropolitana, general José Rafael León Orsoni, fue en ese momento contactado y en ese mismo momento ordenó esperar mientras consultaba con sus superiores; no emitió ninguna otra instrucción distinta a la que ya había sido transmitida a los patrulleros por el Jefe de Transmisiones desde el Cuartel Central en Caracas.

Para ese momento de espera dictado verbalmente a sus subalternos por el general José Rafael León Orsoni, una situación igual y por iguales circunstancias había comenzado a desarrollarse en la Avenida Bolívar de Caracas.

Bajó luego por la escala de mando y de guardia a la Sala de Transmisiones, la instrucciones de esperar dada por el Comandante General y de seguida retransmitida a las patrullas: “… Mantenerse en observación y a distancia de la concentración humana en Guarenas y en Caracas…”

Ya en ambos lugares, Guarenas y Caracas, la concentración de personas había aumentado y cubría buena parte del espacio en la calle; habían comenzado también las expresiones de violencia verbal y uno que otro altercado entre usuarios y prestatarios del servicio de transporte.

Y esa fue precisamente, la última vez que el personal de oficiales de la Policía Metropolitana tuvo contacto con su Comandante General y el Estado Mayor General de la Policía Metropolitana, todos oficiales activos de la Guarda Nacional.

Luego se enterarían que el general José Rafael León Orsoni y todos los integrantes de su Estado Mayor General, habían decidido trasladarse personalmente a recibir instrucciones en la Comandancia General de la Guardia Nacional en El Paraíso.

Todos, de hecho y de derecho, abandonaron por completo y sin informarlo a sus subalternos en la policía civil, las labores y responsabilidades de comando; dejando así, al libre albedrío de los oficiales civiles de la Policía Metropolitana, las decisiones subsiguientes a partir de ese momento.

Y sus consecuencias

Allí, en ese drástico e inesperado acto de abandono del comando y de la jefatura de las operaciones de la Policía Metropolitana por parte de todos los oficiales generales y oficiales superiores de la Guardia Nacional, allí, precisamente, comenzó realmente El Caracazo, sobre las 05:15 horas del 27/02/89.

Más por negación de comando de los oficiales de la Guardia Nacional y por omisión en el ejercicio de las labores para las cuales habían sido destacados y juramentados como comandantes de la Policía Metropolitana, que por acción en el subsiguiente desarrollo de los acontecimientos.

Los muertos, heridos, desaparecidos, los excesos, los daños materiales sobre las propiedades públicas y privadas y todo el resto de ese enorme drama que significó para la población del país el generado desorden que a continuación y por largas horas consumiría vidas y bienes, nació precisamente de ese acto de abandono del comando del principal organismo de policía llamado a atender los preliminares del incipiente desorden.

Y

La solución estaba en ese momento a la mano, sobre las 05:00 horas, bastaba a la Comandancia General de la Policía Metropolitana, en manos de oficiales activos de la Guardia Nacional, ejercer profesionalmente sus funciones; serenarse, vencer la angustia y el miedo para actuar con precisión en tiempo y en espacio:

Bastaba con destacar varias unidades de transporte colectivo o camiones en sus extremos –propias, prestadas o requisadas– hacia los puntos donde se concentraban las ya molestas y vociferantes masas de usuarios; llamarlos a la calma y organizarlos, embarcarlos y transportarlos por las rutas regulares y por las paradas habituales.

Allí estaba una solución rápida, posible y sin mayores problemas a la mano de una oficialidad policial profesional; pero eso brilló por su ausencia.

La cobardía los venció y el culillo cual turbina disparó a los R3 a la carrera y a refugiarse en el cuartel general militar de dependencia orgánica.

Otros colaboran

Luego, ya iniciado los primeros desórdenes, y previsto como estaba un viaje oficial en campaña a Barquisimeto, el presidente Carlos Andrés Pérez le consulta a su jefe de seguridad civil, el cubano Orlando García Vásquez –su inseparable hombre de confianza desde su exilio en Cuba y luego en Costa Rica y como ayudante de Rómulo Betancourt–,  quien mintiéndole le informa que se trataba de pequeños desordenes sin importancia, con un muerto, pero que ya estaban siendo atendidos por la policía.

Sale Carlos Andrés Pérez con su comitiva hacia el aeropuerto y a su sarao en Lara y sólo se percataría de la gravedad del asunto, a su regreso en la noche cuando la comitiva presidencial tuvo que hacer piruetas para llegar a Miraflores.

Y se dispara el 27F

En la noche, se dispone una cadena de radio y televisión, hablaría el Ministro del Interior Alejandro Izaguirre, para informar al país sobre los acontecimientos.

Abren las cámaras, el Ministro del Interior sentado detrás de un escritorio y apenas cuando va a comenzar su discurso, palidece repentinamente y se desmaya.

Cierran la transmisión y el efecto no pudo ser mayor; disparó el desorden y generalizó saqueos, quemas, destrucción.

Uno que otro espontáneo detenía y requisaba autobuses, camiones de basura y de escombros y los vaciaba en la vía pública.

Por su parte

Otro R3, esta vez el Ministro de la Defensa en funciones, el general Italo del Valle Alliegro, en su despacho, de aquí para allá, gritando a voz en cuello “… Mi carrera…”, mientras su jefe de Estado Mayor y compadre, el general Heinz Azpúrua, con gestos le increpaba su desajuste emocional mientras le grita en seco: “… General, déme la orden…”.

Tiene que repetir tres veces la demanda antes de recibir la orden de ocuparse del asunto.

De allí en adelante, la concentración de efectivos en cuarteles de provincia, abordan el medio de transporte sin armas ni equipo y su traslado a La Carlota en los dos recién adquiridos aviones de fabricación italiana.

Al llegar y desembarcar son dotados de armamento y equipo y organizado en unidades a ser desplazadas a puntos preestablecidos en la ciudad.

En definitiva

Ninguno de los oficiales y personal subalternos de la Policía Metropolitana, de guardia, en patrulla o en el Cuartel u otras dependencias la madrugada de ese día 27 de febrero, ni ningún otro policía de ese u otro organismo, podrá jamás olvidar lo que para ellos y para todo el país significó aquel acto de abandono del Comando General por parte del general José Rafael León Orsoni y su Estado Mayor.

Posiblemente sea de utilidad tanto para la fiscal Luisa Ortega Díaz como para el resto de los moradores de este territorio, recordar algunas particularidades de los momentos previos a esa obra de una y de muchas más cobardías, sobre los que estalló el 27 de febrero de 1989 y que hoy recordamos como El Caracazo.

Especialmente en los momentos en que la inseguridad eclosiona y se materializa en la voz, la presencia y la acción de grupos afectos al gobierno, expresamente pertrechados con equipo bélico y dotados de suficiente munición, quienes amenazantes hacen alarde de sus capacidades, de la voluntad expresa y se preparan para una eventual acometida contra una población civil desarmada, no más así sea ordenado por uno u otro líder de esta llamada revolución.

Y frente a ello, los moradores del territorio –quienes además serán expresamente desarmados mediando una nueva ley en discusión– perciben, constatan y palpan a diario, las particulares características y capacidades de uno u otro de estos oficiales R3. 

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