Opinión Nacional

El cesarismo autocrático

La referencia es de vieja data. Era Noviembre de 1936. Anclado en Paris, como evoca el tango gardeliano, el escritor podía oler la fragancia de los Parques Elíseos y a través de ellos, aún con la Torre Eiffel presidiendo el horizonte de sus pensamientos, sentir a su pais natal en medio de su ruralidad y atraso. El era un hombre de mundo que se abrió paso en medio de muchas limitaciones. La imprenta, que le posibilitó lectura y formación, hizo posible su navegación intelectual a lo largo de las luces modernistas de la Civilización.

            Lo que no se entendía de aquel juicio de elevada estirpe, era algo muy oscuro que quizás lo atrapó en su visita a Notredame. Quizás una gárgola cobró vida en el frontispicio de la Iglesia de Nuestra Señora y el esfuerzo del Arcángel Miguel de la capilla del Sagrado Corazón no fue suficiente para detenerla y verla posarse espléndida con su cara de Moloc sonriente sobre el espíritu de aquel visitante noctámbulo proveniente del país tropical, eternamente condenado a vivir de las glorias de su emancipación que él evidenció como guerra civil.  Esas cosas pasan, porque las gárgolas reconocen a esos atormentados con cara de Dumas o Víctor Hugo  que de vez en cuando, visitan sus predios para encontrarse con el frío lúgubre de sus oscuridades. Cosas que solo ocurren en Paris, donde las almas desaparecidas aun rezan frente al altar de sus iglesias frecuentadas por los ectoplasmas que impregnan el ambiente de espesa pesadez.

           El retorno a la Guaira no era posible. El gendarme necesario, que como gárgola impenitente lo perseguía desde 1905 y al cual le confeccionó traje académico de luces con “El Cesarismo Democrático”, había mostrado su faceta mortal  tres días después de su muerte para hacerla coincidir a la fuerza con la fecha de fallecimiento del Padre de la Patria, así como se habían forjado los registros del bautismo para hacerlos coincidir con la Natividad del héroe martirizado por sus perseguidores .Porque el Pueblo en su estallido de libertad, había librado los grillos de la Rotunda, la cual como Bastilla derribada había cedido tras el mazo de  los “concordiantes”, aquellos convocados por la cordura para hacer desaparecer la cárcel de Soublette. Los pueblos están condenados a levantar de nuevo sus cárceles cuando no las conservan como museos donde muestren su horror

           Así que no era posible el regreso de aquel escritor, el laureado aldeano del Valle de las Vainillas, a la ciudad de los techos rojos. El Archivo Nacional le había mostrado que sus conciudadanos con razón o sin ella, la emprendían contra los intelectuales que habían estado muy cerca del poder o que escribían por él, Andrés Bello deja vu. Pero el determinismo positivista de Comíte, mezclado con los efluvios  de Spencer y Darwin, sazonados con una aventura de Stuart Mill, le mostraban que el nuevo secreto maquiavélico estaba  en la fijación histórica de los superhéroes en el alma popular. Que había que vestirse de superhéroe, con bandera nacional por chaqueta y mostrarse como la reencarnación de los ídolos patrios, los que nunca mueren porque están en el imaginario popular, impenitentes redentores que con sus glorias alivian las miserias, suerte de placebo anestésico que mascan los pueblos para no enterarse ni actuar en sus realidades.

           Era una tarde lluviosa en Paris y una gárgola le esperaba en la ventana.        

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