Opinión Nacional

El cielo encapotado

“El cielo encapotado anuncia tempestad…” dice una de las más conocidas canciones populares de la Guerra Federal librada en Venezuela en la segunda mitad del siglo XIX. Ha pasado mucho tiempo, pero es obvio que vivimos un tiempo demasiado incierto, rodeados de peligros que pocos valoran en toda su magnitud y muchos, aunque los presienten, prefieren dejar que la vida pase tratando de ignorarlos. Cultivan la ilusión de estar a salvo evitando compromisos con factores que el régimen considera enemigos.

Grave error. Presenciamos la destrucción de la República. El desvanecimiento de principios y valores que están en la raíz de nuestra nacionalidad. Se trabaja para sustituir cuanto somos y hemos sido, por un estado socialista a la cubana que el pueblo rechaza, impulsado con toda la fuerza que ofrece el dinero negro, manejado sin controles ni escrúpulos y la concentración de poder más autocrática de que tengamos memoria. Frente a esta realidad solo quedan dos alternativas. Peleamos o nos rendimos. La forma más deplorable de rendición sería la indiferencia. Esta es una verdadera guerra, una moderna guerra civil que, por supuesto, tiene características propias y diferentes a las visiones tradicionales de este tipo de conflictos. Lo seguro es que la única guerra imposible de ganar, es la que no se libra. Para ganarla, además de querer hacerlo, es indispensable tener claridad de objetivos, unidad de mando aunque sea colectivo, y recursos para el combate. Lamentablemente la sociedad democrática está por detrás de las exigencias básicas. Independientemente de las razones que cada sector pueda invocar, aquí está el por qué esta llamada revolución que utiliza como coartada eso del “socialismo del siglo XXI”, avanza y pretende consolidarse, hacerse irreversible, aunque tenga que apelar a la represión, y a la violencia física e institucional.

Los diagnósticos están hechos. Son bastante conocidos y no vale la pena repetirlos innecesariamente. Pero, entre muchas otras graves amenazas, trataremos de explicar algunas de las que consideramos más perversas.

Estructuras del crimen organizado

Antes eran remotas para nosotros. Sus actuaciones se conocían en Venezuela por hechos puntuales. Hubo pequeñas organizaciones destinadas al tráfico de influencias, a la corrupción mayor o menor, pero eran denunciadas, desmanteladas y sus responsables enjuiciados o, al menos, expuestos al desprecio público. Ahora es diferente. Las estructuras del crimen organizado tienen carta de nacionalidad. Operan libremente entre nosotros. Sus tentáculos tocan todos los sectores de la vida nacional, públicos y privados. Actúan con total impunidad gracias a la complicad protagónica del alto gobierno, de connotadas personalidades del mundo político, social y militar convertidos en ejes reales de sus actuaciones. Para sus fines desarrollan una política exterior que cumple las líneas dictadas desde un tablero internacional que controlan otros, aunque el gobierno de Venezuela sea pieza importantísima en ese tablero.

Cuando hablo de estas estructuras del crimen organizado me refiero a las que protagonizan las operaciones del tráfico ilegal de drogas, a las que facilitan los vínculos y actuaciones con gobiernos y organizaciones terroristas del continente y del mundo y, por supuesto en lo relativo al lavado de dinero de cualquier origen ilegítimo que necesite ser legalizado. El territorio venezolano es uno de los centros operacionales más importantes del mundo, de lo cual dan fe todos los organismos internacionales.

Terrorismo y narcotráfico

No fueron circunstancias aisladas las que determinaron la expulsión decretada por el Presidente de la organización más calificada del mundo en la lucha contra el narcotráfico como es la DEA, ni la ruptura unilateral de los convenios de cooperación militar con Estados Unidos. Ambas cosas sucedieron hace algunos años, pero las consecuencias las estamos viendo ahora. La guerrilla de las FARC y los traficantes de drogas actúan como locales con libertad. El país está inundado y hasta el consumo de drogas crece en progresión geométrica incrementando, de paso, los índices delictivos. Hoy estoy convencido de que estamos ante una criminal política de estado para sembrar miedo, terror en la población, como consecuencia de la inseguridad. Esto explica la perversa politización de la antes conocida como hampa común, que dejó de serlo por su organización sofisticada y el moderno armamento que poseen.

Sin embargo, la percepción que en Venezuela se tiene sobre las amenazas terroristas y las consecuencias del narcotráfico son demasiado ambiguas. El ciudadano común desconoce la profundidad del problema aunque sabe de su existencia. Por su parte el gobierno le resta importancia, miente al informar sobre sus actuaciones sobre estos temas. Desvía canallescamente la responsabilidad de cuanto sucede o pueda suceder, hacia Colombia o Estados Unidos para diluir la responsabilidad por su protagonismo.

Estamos en presencia de una política de violencia premeditada, característica fundamental del terrorismo, ideológicamente motivada y dirigida contra objetivos no combatientes con la intención de generar daños humanos y materiales y atemorizar a la población.

Tenemos cuatro elementos centrales de esta política. El primero es la premeditación. Nada es casual. Se trata de movimientos tácticos dentro de una estrategia bien diseñada. Lo segundo es que la motivación política la diferencia de actos criminales de otra naturaleza. El tercero es la cobardía que envuelve el ataque a quienes no pueden defenderse. Se trata de no combatientes. Y el cuarto se refiere a unos actores que normalmente son irregulares, actúan clandestinamente y de difícil identificación. Sin embargo, sabemos de muchos regulares que actúan como irregulares.

En la Venezuela de hoy la estructura del estado está bajo el control personal del Presidente. El terrorismo de estado se genera por la complicidad o por la tolerancia del régimen. Esto explica la inexistencia de proyectos de seguridad nacional para el país como un todo y de iniciativas eficientes de seguridad para las personas y los bienes. Al contrario. Ni se previene, ni se reprime. La impunidad es total. La represión está reservada para la protesta y la disidencia política o social.

Algunas reflexiones adicionales

El tema no se agota. Faltarían por considerar las consecuencias de las alianzas internacionales del Presidente Chávez, la multiplicación de grupos armados no convencionales con la idea de sustituir la fuerza armada nacional, llámense reservas o como les dicen ahora, milicias revolucionarias. También el peso negativo del lavado de dinero. El ciudadano común va quedando marcado en el mundo entero. Todos pasamos a ser sospechosos merecedores de investigación antes de que se autorice cualquier actuación. Pronto se exigirán visas especiales hasta para visitar países de la Unión Europea y paremos de contar.

Dan Hammarskold, aquel veterano secretario general de la ONU hace unos cuantos años, decía que “Solo es digno del poder aquel que lo justifique con eficiencia y honestidad día a día”. Lamentablemente quienes lo ejercen en Venezuela carecen de ambas cosas. El reto es cambiar lo malo del presente por lo necesario.

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