Opinión Nacional

El compromiso con el futuro

Hoy por hoy, el futuro es nuestro. Nos pertenece a los demócratas. Así sea como aspiración a que no se vuelvan a repetir nunca jamás esos graves errores del pasado que permitieron que el país alimentara en sus entrañas a las víboras que hoy nos desgobiernan. Es nuestro compromiso con el futuro.

La única verdad que une al chavismo con la oposición es tan de Perogrullo, que ni siquiera debiera ser utilizada por aquel como arma de ataque, pues además de imposible es indeseable: la vuelta al pasado. Frustrada la promesa de superarlo, que llevara al golpismo militarista venezolano al Poder, el crítico rechazo al pasado y el compromiso irrenunciable con el futuro nos pertenece ahora a nosotros, los demócratas. Somos el futuro. El chavismo no sólo se quedó anclado en el más polvoriento pasado: regresó al más lejano, turbulento y retrógrado de los pasados. El de los caudillos y las montoneras, el de los tiranos y los saqueadores. Once años después de su arribo al Poder en andas de la más grande esperanza social y política, vive sus últimos días en medio de una ominosa regresión. Prometió el futuro y nos relegó a la prehistoria.

Que ello es así no requiere de mayores comentarios. Las ruinas que estamos a punto de heredar son la convicción que no necesita de mayores pruebas. Lo que sí amerita nuestra reflexión es nuestra particular relación con nuestro pasado y el compromiso vital con el futuro. Enzarzados en un combate cuerpo a cuerpo con las iniquidades cotidianas de un régimen inepto, corrupto e inmoral, hemos postergado nuestra propia rendición de cuentas por los cuarenta años de democracia y, sobre todo, diseñar las líneas maestras del futuro. Pues si el pasado es inmodificable, el futuro es moldeable según el proyecto de nuestros mejores talentos, los anhelos de las mayorías y el esfuerzo de nuestra voluntad colectiva.

Sobre los cuarenta años de democracia: el balance general es favorable en aspectos básicos de nuestra vida como Nación: son los únicos cuarenta años de paz continua e ininterrumpida de nuestra historia. Son los únicos cuarenta años de vida civilizada, pacífica y ordenada vividos por el pueblo venezolano en sus doscientos años de historia republicana. Los únicos cuarenta años de inquebrantada institucionalidad constitucional, de observancia de la separación de poderes, de renovación periódica, ordenada y limpia de las autoridades. De ejercicio pleno de nuestra soberanía. De rechazo a los intentos de la subversión y la ingerencia de factores extranjeros, como los reiterados esfuerzos del comunismo cubano, saldados con la primera y gran derrota del castrismo en América Latina. Y sobre todo, de la estricta subordinación de los sectores castrenses a la autoridad civil. Cuarenta años de república civil.

Unido todo ello al gran esfuerzo civilizador, traducido en el crecimiento exponencial de la salud, la educación y la cultura, la electrificación del país, la creación de la OPEP – obra de inspiración venezolana – , la construcción de inmensos complejos industriales e Hidroeléctricos, el desarrollo de la industria y la elevación del nivel de vida de amplios sectores sociales, los cuarenta años de democracia son la prueba irrefutable de que el progreso material y social del país sólo ha sido posible bajo la PAZ DEMOCRATICA.

Estos once años de regresión, de barbarie, de brutalidad y caos demuestran, sin embargo, que se cometieron graves errores políticos que hicieron posible que retoñaran los genes del autoritarismo, del militarismo, de vicios y taras ancestrales – como la corrupción, la lenidad y la complicidad colectiva, también entonces activos – que anidaban en lo profundo de esos cuarenta años y que no fuimos capaces de enfrentar y erradicar.

Obviamente: esos errores si no fueron cometidos por todos nosotros, fueron avalados en su momento por todos los venezolanos. ¿Quién desearía hoy verse en la obligación de escoger de máxima autoridad de la Nación – con todo lo que la palabra autoridad conlleva – a personajes que no hicieron honor a la grave responsabilidad que se les encomendó? ¿Quién verse en la necesidad de desconocer alternativas de alto valor político y simbólico para reelegir en su lugar a un anciano consumido por el rencor y la soberbia?
Nuestra galería de figuras presidenciales no constituye el espejo de la probidad, la excelencia, la capacidad y la autoritas que una gran Nación como Venezuela debiera merecerse. ¿Por qué los venezolanos optaron en su momento por esas figuras? Hubo notables alternativas, que sin duda hubieran podido torcer el rumbo de la extraviada república y ahorrarnos el abismo en que hemos venido a dar. Con un aterrador agravante: el remedio uniformado salió inmensamente peor que la enfermedad que prometió curar.

Bien dice el refrán que no hay mal que por bien no venga. La única bondad atribuible al chavismo ha sido sacudir nuestras conciencias y mostrarnos en el espejo de su horror la bajeza y la ruindad a la que somos capaces de descender los venezolanos. ¿Quién podría afirmar con más derecho que nosotros, los demócratas, que no volveremos jamás al pasado?
Hoy por hoy, el futuro es nuestro. Nos pertenece a los demócratas. Así sea como aspiración a que no se vuelvan a repetir nunca jamás esos graves errores del pasado que permitieron que el país alimentara en sus entrañas a las víboras que hoy nos desgobiernan. Es nuestro compromiso con el futuro.

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