Opinión Nacional

El Coronel ya no tiene quien le pare

EL CORONEL YA NO TIENE QUIEN LE PARE

 

Que no se quejen si Ledezma fue en Chile el único representante diplomático del pueblo venezolano.

Y cumplió su papel con altura, eficiencia y dignidad. Le dejaron el terreno abierto y la cancha preparada.

Confieso estar profundamente sorprendido por el discretísimo silencio guardado por el primer magistrado ante la exitosa presencia de su principal antagonista, el Alcalde Metropolitano de Caracas Antonio Ledezma, en la ceremonia de transmisión de mando del 11 de marzo en Valparaíso. A pesar del resonante feedback de la representación de Ledezma en Chile, que se codeó con la flor y nata de la élite política iberoamericana – incluido el propio presidente Piñera, el Príncipe de Asturias y hasta Rafael Correa – Chávez no ha dicho ni pío. Se nota que sintió el golpe en el miocardio. Aunque no es esa la pregunta de rigor, sino otra mucho más inquietante y de oscuros presagios. Conociendo de su enfermiza pasión por los saraos internacionales y el disfrute de encuentros, congresos y reuniones en los que además de conectarse con sus pares puede lucir su dinámica verborrea, su naturaleza confianzuda  y su extroversión enfermiza. De allí la pregunta de las cien mil lochas: ¿por qué Chávez no fue a Chile, con comitiva y todo? ¿Por qué no se apareció por Pudahuel con bombos y platillos? ¿Por qué no alquiló varios pisos del Crown Plaza e instaló sus carpas de jeque caribeño en el Estadio Nacional, para epatar burgueses, como es su costumbre? ¿Qué le hizo desistir de un acontecimiento de tanta relevancia internacional? ¿Qué le llevó a quedarse en casa e incluso a prescindir casi de toda presencia diplomática en un acto de tanta significación?

Caben las más disímiles y funambulescas explicaciones. La primera de todas es más que evidente y calza como anillo al dedo con su «fortaleza» ante las adversidades. De la que ha dado pruebas suficientes cuando las balas suenan.  Como lo dijera el redactor del Quirófano, no fue a Chile, la estremecida, como tampoco se apareció por Haití, porque le tiene pánico a los terremotos. Y en verdad, había que ser hombrecito para viajar al epicentro de uno de los sismos más descomunales de la historia y aguantarse inmutable e impertérrito, como lo hicieran Ledezma y sus acompañantes instalados como invitados especiales en la sala plenaria del Senado chileno. Un gigantesco cajón de concreto armado cuajado de mármoles, tipo monumento arquitectónico del Tercer Reich, que si se venía abajo dejaba a la concurrencia hecha papilla. Y que se terremoteó no una, sino tres veces seguidas, hasta por encima de los 7º Richter, en un lapso de pocos minutos sin mostrar la más mínima fisura, demostrando que el general Pinochet sería malvado, pero construía con conocimiento de causa. Si así fuera el caso – ¡y lo es! – ¿por qué no apareció Maduro , anunciado como pieza de recambio? ¿Por qué se esfumó la embajadora, que también hizo mutis? ¿Dónde fueron a esconderse? Dicen que Arias llegó a último minuto, con la cola entre las piernas y fue atendido por el subsecretario de Relaciones Exteriores. Que no se quejen si Ledezma fue en Chile l representante diplomático del pueblo venezolano. Le dejaron el terreno abierto y la cancha preparada. Imposible no aprovecharse de la ocasión, que como bien dice el refrán la pintaron calva.

La más probable de las explicaciones no está tanto en el culillo a los sismos como al culillo a la pena propia y a la universal vergüenza ante la posibilidad cierta de quedar en ridículo. Chávez dejó de ser el geniecillo gracioso para convertirse en el payaso jubilado. El incordio de la partida. Es el bacalao de viejos chistes conocidos y desplantes fuera de tono y lugar que ya se han hecho insoportables. Salvo para los dictadorzuelos del corte Lukashenko y Mugabi. Sobre todo en un país extraordinariamente serio y formal, donde no calzan los disfraces de indiecito del altiplano, las espadas caminantes, los uniformes de combate ni carcajadas estentóreas expulsando los restos dentífricos de la última cena. Menos aún, cuando se asiste al funeral de la izquierda chilena y ya repican las campanas por la farsa bolivariana de un extremo al otro del continente. ¿Ir a poner cara de circunstancias y quedar plantado, cuando los protagonistas no eran los hermanos Marx  del ALBA sino un empresario súper exitoso y un pueblo estremecido por uno de los más devastadores sismos que ha asolado el sufrido país sureño?

De allí el mutis de la cancillería venezolana, escondida en el último rincón de la Casa Amarilla. Como no ha habido una sola explicación y lo que pudo parecer un desplante se ha convertido en un gafe diplomático descomunal, le han encargado asomar la cabeza al Doctor Pelele, el Otro Yo de Marciano, tras de quien se esconde Rangel, el Viejo. Dan palos de ciego. Se les abre el abismo.

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