Opinión Nacional

El corrupto soy yo

Ya desde los tiempos del Deuteronomio y desde el día en que Iscariote recibió aquellas 30 lochas negras, sin temor a ser grabado por una cámara indiscreta, ni del gobierno ni de la oposición, siempre en este mundo ha existido más de un Judas y un funcionario pecador, dispuesto a caer en la tentación de enriquecerse de forma súbita. Así que sobre esta materia y por esta tierra no tan santa, en nuestras elites gobernantes y opositoras, ya casi nadie se atreve a tirar la primera piedra.

Ponerle los ganchos a los ex directores de Indepabis y Ferrominera, marchar contra el flagelo de la corrupción y dispararse un discurso frente a la Asamblea Nacional, para desde allí mencionar al mecate en la casa del ahorcao, al jurar ante su padre eterno y al Cristo redentor, que no le dará paz ni cuartel a quienes se roben el erario publico, es como para pensar que el novísimo residente de Miraflores, pudiera no ser tan docto en las artes de las ciencias políticas, la historia y menos la geografía, pero a la luz de los hechos, pudiera ser capaz de convertirse, en uno de los pocos de aquel lado de la acera, en lanzar el primer peñonazo, a quien de ahora en adelante, siga creyendo que todavía está en el festín del anterior gobierno.

Con una Fiscalía y un Tribunal Supremo de Justicia, calificando delitos y emitiendo sentencias sólo a los actores de la oposición, no es para menos, pensar que el juicio incoado bajo el expediente N° AA10-L-2013-000060, seguido contra Richard Mardo, por la presunta comisión de los delitos de Defraudación Tributaria y Legitimación de Capitales, haya sido visto con la óptica de los demás casos, donde han privado más los criterios políticos, que los estrictamente jurídicos.

Para nadie es tan fácil salir a defender públicamente a alguien del cual se sospecha estar incurso en semejantes hechos punibles. Y ese es el punto en discordia, porque una cosa es la defensa de la inmunidad parlamentaria, como un derecho universal de los regímenes democráticos, y otra es la defensa a ultranza de un ciudadano, que al margen de su condición privilegiada y de su liderazgo en la sociedad, está obligado a decirnos sin ningún tipo de tapujos, de donde y quienes están detrás de las cuantiosas sumas de dinero, que utiliza para su activismo militante.

Dos marchas fueron convocadas bajo el argumento de la lucha contra ese flagelo, que tanto daño le ha hecho a la República desde su existencia, y a decir verdad, está bien que los bandos en pugna se echen ese champú de asepsia pública; pero hasta donde de verdad, Nicolás Maduro, a conciencia del mal que lo rodea, está dispuesto a mostrarnos por lo menos, no sólo lo que desborda del barco, sino todo lo existente en esas arcas atesoradas por las nuevas cúpulas podridas de los boliburgueses rojo rojitos. Y por supuesto, hasta donde los sectores opositores coaligados en la MUD, están dispuestos a separarse de las solidaridades automáticas, que los obliga a meter debajo de la alfombra, cualquier polvo mugriento, bajo el argumento infeliz, de las acusaciones infundadas por el enemigo.

En una oportunidad Juan Pablo II, llegó a señalar que cada ciudadano tiene el derecho a participar en la vida de la propia comunidad, pero este derecho se desvanece cuando el proceso democrático pierde su eficacia a causa del favoritismo y de los fenómenos de corrupción, los cuales no solamente impiden la legítima participación en la gestión del poder, sino que obstaculizan el acceso mismo a un disfrute equitativo de los bienes y servicios comunes.

Así las cosas, lo mejor seria ir aclarando el panorama, porque hasta Tito mi vecino, quien todos los días sale a cuidar carros, en uno de los Restaurantes más lujosos de la ciudad, donde junto degustan los viejos y nuevos ladrones del erario público, a propósito de las dos marchas anti corruptivas, el domingo, echándose sus friitas me espetó: Ajá Douglas, si los del gobierno y los de la oposición, salieron ayer sábado a protestar contra la corrupción, voy a terminar por creer que el corrupto soy yo.

 

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