Opinión Nacional

El desconcierto de los miserables

El Teniente Coronel que gobierna a Venezuela creía que el Presidente y el Gobierno colombianos se iban a quedar esperando eternamente que a las FARC se les ocurriese tener un gesto humanitario que condujera a la liberación de Ingrid Betancourt, los tres norteamericanos y los soldados y policías secuestrados por los irregulares, y que los protagonistas de ese dichoso evento fuesen el Comandante criollo y la extravagante senadora Piedad Córdoba. Se cayeron de una mata de coco. El Ejecutivo de la nación neogranadina, a la par que permitía que terceros trataran de negociar con los forajidos, a decir verdad sin mucho éxito, venía preparando con el mayor sigilo posible una acción sorpresiva y contundente, que les arrebatara de las garras de los guerrilleros a todos esos prisioneros, para que así recobraran la libertad perdida desde largo tiempo atrás. El Gobierno fraguaba a fuego lento una victoria militar y, sobre todo, política sin la muleta de los “humanitaristas”. La “Operación Jaque Mate” fue un portento de audacia, precisión y profesionalismo por parte del Ejército de la vecina República, algo que les resulta muy ajeno al Comandante en Jefe de la FAN venezolana y a sus seguidores más reverentes. Nada más habría que comparar la exactitud de esa operación con el chapucero desfile militar del pasado 5 de julio, para darnos cuenta de que los militares colombianos se encuentra a leguas de distancia del desorden, improvisación y amateurismo de la fuerza armada bolivariana. Tanquetas volteadas, alfereces con los pantalones rotos y mujeres oficiales con la bragueta abierta en pleno desfile, representan una metáfora de lo que ha hecho Hugo Chávez con las institución militar durante la década que ha estado en Miraflores.

El éxito de “Jaque Mate” les resulta incomprensible e inaceptable a una casta política que puso a los militares, primero -durante la ejecución del Plan Bolívar 2000- a limpiar calzadas y quebradas; segundo, a vender pollos en MERCAL; y, por último, a pegar ese alarido tenebroso con la consigna patria, socialismo o muerte. Como Chávez está destruyendo la institución militar con un proyecto deliberado orientado a desdibujar el carácter apolítico, obediente y no deliberante de esa organización, no puede comprender lo que ocurrió con el rescate de los rehenes. Por ese motivo la noticia lo dejo, más que sorprendido, desconcertado. Sólo pudo reaccionar tardíamente, cuando ya otros jefes de Estado habían felicitado a Álvaro Uribe y no le quedaba más remedio que, con un pañuelo en la nariz, reconocer que la acción militar había sido impecable.

Sin embargo, la victoria y brillo de Uribe no podían quedar sin una respuesta airada de su parte, solo que para hacerlo tenía que acudir a la trastienda para buscar los payasos que le sirvieran de fachada. Apeló al conductor de La Hojilla y a algunos diputados de la Asamblea Nacional. Estos señores, sin pizca de rubor, han dicho todas las sandeces imaginables:
que si se trató de un montaje burdo y que no fue un verdadero rescate, sino una entrega; que si en la operación intervino la CIA y que Colombia renunció a su soberanía en aras del imperio; que si Ingrid Betancourt se comporto como una ingrata y mezquina con Chávez porque no reconoció con entusiasmo el esfuerzo denodado del hombre de Sabaneta para conseguir su liberación. Una diputada por el estado Táchira, con un enorme sentido de la oportunidad, aprovechó la ocasión para acusar al Gobierno colombiano de mantener vínculos con el “paramilitarismo asesino”, dejando colar que los alzados de las FARC forman columnas de combatientes heroicos. Los parlamentarios y el “hojillero” no se han ahorrado necedades. De la boca de esos siniestros personajes no ha salido una palabra de reconocimiento hacia el primer mandatario colombiano, ni hacia el Ejército, y ni siquiera hacia las víctimas, pues en todas esas descalificaciones y ofensas, se oculta un profundo desprecio por esos seres acorralados que se emocionaron hasta el llanto, cuando el comandante de Jaque gritó en el helicóptero que se trataba de una acción del Ejercito y que el grupo recobraba la libertad.

Es el desconcierto de los miserables, que, por añadidura, ha tenido como aliado, no sabemos si por azar o buscado de forma deliberada, a un oscuro periodista de Radio Suiza, de nombre Frederich Blassel, quien sin mostrar ninguna prueba señaló que alías “César” (el irregular que comandaba el grupo de plagiarios) fue sobornado con 20 millones de euros a cambio de entregar a los cautivos. De ese comunicador se desligó de inmediato el gobierno suizo. Sin embargo, ese deslinde de nada les importó a los diputados oficialistas ni al director de La Hojilla, pues siguen dando como buena la especie según la cual la compra se produjo.

El esquema consciente y planificado de demoler las instituciones democráticas y los poderes independientes por parte del chavismo, les impide al gobernante nacional y a los diputados oficialistas admitir que naciones como Colombia, pueden contar con una Fuerza Armada alineada con los intereses de la Libertad, la Democracia. Nación y el Estado, y no con una maquinaria al servicio de un caudillo, de un proyecto hegemónico sectario y de una parcialidad política ignorante, soberbia y excluyente.

En el comportamiento de Álvaro Uribe se aprecia la actuación de un estadista de grandes proporciones. En ningún momento pretendió robarse el espectáculo para sí. Les dio protagonismo a quines lo merecían: el Ministro de la Defensa; el comandante del Ejército, el jefe de la operación Jaque Mate y, por supuesto, las víctimas de la crueldad de las FARC. Si el hecho hubiese ocurrido en Venezuela, lo más seguro es que el comandante barinés le hubiese pedido a Ingrid que le trajese un cafecito.

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