Opinión Nacional

El día del fusilamiento al Congreso

«El 24 de enero de 1848 ha sido llamado popularmente ‘el día del fusilamiento al Congreso’, aunque no hubo tal fusilamiento. Objetivamente lo que ocurrió fue una dispersión tumultuaria de la Cámara de Representantes, durante la cual las turbas que habían amenazado a este cuerpo dieron muerte a algunos de sus representantes (…) «nos dice el historiador Augusto Mijares en su obra La evolución política (1810- 1860).

«Liberales y conservadores se preparaban para el enfrentamiento que parecía inminente. Los liberales movilizaban sus partidarios en importantes reuniones públicas (…). Por su parte los Conservadores organizaban una guardia armada del Congreso (…)»

Todo termina cuando Monagas llega a caballo a restablecer el orden…

Los historiadores de diversas tendencias consideran estos hechos como acontecimientos de gran trascendencia en la vida política de aquél país del silo XIX. Todos coinciden que en ese entonces, «el Congreso_ aterrorizado o corrompido_ se allana a todas las exigencias del Ejecutivo, se interrumpe la tradición de moralidad administrativa (…)»

Ello ocurre porque a Monagas se le había acusado de haber ejercido facultades extraordinarias ilegalmente, de emplear la fuerza armada sin consentimiento del Consejo de Gobierno, de corrupción en la administración de los fondos públicos, y un sin fin de cosas más.

Ha pasado siglo y medio de aquellos sucesos casi olvidados de la historia de la inexperta república acostumbrada a terminar toda oposición a sablazos y disparos de pólvora. Podría decirse que salvando algunas distancias, los hechos más o menos se repiten. Dejo a la libertad del lector el nombre de los protagonistas, y la actualización de los escenarios dentro de la modernidad de la Caracas de ahora. Pero ni en un caso ni en otro priva la moderación, la sensatez o el equilibrio.

Ciertamente estamos copados de perversiones y burlas en el hemiciclo que antaño fuera jactancia de nuestra pluralidad democrática. El ‘nunca antes’ no existe, pero el que el pasado se traslade no quiere decir que lo añoramos o devotamente lo aceptamos. Nuestra historia patria no ha sido siempre causa de vanidad ciudadana, antes bien, habríamos querido borrar algunos episodios que nos traen abatimiento y condena, como lo fue aquella guerra fratricida, Federal de nombre más no de conciencia política ni de mejora del sistema de gobierno imperante.

Lo sucedido el 4 de junio nos coloca de lado en la historia del mundo de las sociedades civilizadas y progresistas. Un equipo de anacrónicos incongruentes atacan la defensa de los derechos de nuestros representantes, que _si no de todos_ gozan del derecho que muchos les dieron mediante su voto, de exponer y defender sus intereses dentro de una Asamblea que se supone creada para esa discusión de ideas de que nos hablan Montesquieau y Rosseau, pero que solo recuerdan cuando encajan en su diabólica conveniencia.

Se quiere ametrallar toda legalidad que quede grande al traje que el Monagas de ahora pretende usar. El caballo es la fuerza bruta, las bombas lacrimógenas, las piedras, los disparos de nadie. Los asambleístas infectos y descompuestos, se arrodillan ¿por miedo? o por avariciosos del poder que no lograrían ejercer en un sistema donde reinen la moral y la justicia.

Los que no deben ni temen buscan protestatariamente quemar la indignidad, la inmoralidad, la indecencia, en un papel lleno de desafueros. Ahí están quienes defenderán sin duda nuestra honra. La de un país que grita, lucha, y dará la batalla porque tengamos un día un Congreso limpio, y sin fusilamientos.

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