Opinión Nacional

El día siguiente de las remendonas

El haber sacrificado toda protesta contra el “paquetazo” en el altar de los inhabilitados y en el ara de las elecciones regionales constituye una omisión que no puede ser calificada de otra manera que de criminal. La consumación del golpe de Estado fue tratada como un acto secundario en medio de la barahúnda de las zancadillas donde lo que interesa no es la victoria sino el posicionamiento frente a unas elecciones presidenciales lejanas y en las cuales es más que probable que haya que recurrir a la abstención. La implementación de una dictadura por vía del madrugonazo, y en ejercicio de unahabilitante producto de la sumisión de los poderes, fue mirada como un simple elemento de distracción al cual no había que hacerle mucho caso.

Esta rampante falta de criterio, esta abstención aberrante, esta renuncia a lo principal en aras de lo contingente, debe ser señalada como una manifestación de ceguera histórica y, para dejar a la historia en paz, como una muestra de mediocridad y de cobardía. Las omisiones, la renuncia a un combate al que estábamos obligados, el correr de la arruga hacia la nada, la renuncia a la conducción de un pueblo en un momento crucial, debe ser estigmatizada como la prueba irrefutable de la ausencia total de virilidad e inteligencia en una camada de pobre gente a la que todavía vemos “mitiniando” con un lenguaje propio de seis décadas atrás, engolando la voz del demagogo, encarnando el ripio, el desecho, la ineptitud de un país en desbandada.

Los venezolanos deben saber que ante sus ojos ha ocurrido el hecho fundamental de establecimiento de una dictadura mientras las costureras se dedicaban a coger remiendos y a tratar de pegar botones. Han inventado la expresión “trapo rojo” para referirse a cualquier cosa que los saque de sus cavilaciones bobaliconas, sin darse cuenta que el trapo rojo se pone delante a un toro y aquí toro no hay, al máximo una vaquilla inofensiva que busca lateta del alimento burocrático. Cualquier conocedor medianamente informado de la tauromaquia sabe que el toro no embiste lo rojo del trapo, sino el movimiento del trapo, que lo de rojo es accesorio y decorativo, un remedo de la sangre, una decoración vistosa para dotar de escenografía el espectáculo.

No nos queda otra que ir a participar de la opereta. Sin embargo, la opereta terminará, con los resultados que serán, y habrá un día siguiente. Y uno, que tiene la mala costumbre de andar mirando más allá de las propias narices, que sabe de la tragedia incubada que se abatirá sobre todos nosotros, se pregunta sobre el comportamiento de las remendonas. Se pregunta en vano, se pregunta para reafirmarse en la convicción que se necesitarán sastres de alto vuelo, diseñadores de república, constructores de ciudadanía en pelea. Se pregunta ante la convicción de la sustitución inevitable de las remendonas. Los veremos como vírgenes plañideras alegando la “unidad”, intentando de nuevo los recosidos, y quizás alegando que para las elecciones de Asamblea Nacional la lección ha sido aprendida y que de una vez debemos prepararnos para ponernos el vestido de escorias, el traje viejo y remendado, el que nos lanzará la dictadura para vernos, desde la óptica del poder absoluto, como payasos metidos en barriles y que divierten dejándose sacudir por las vaquillas que ya no son “trapos rojos” sino parte infame de una tragicomedia.

El día siguiente debe ser el del país, no el de las remendonas. El día siguiente debe ser el de la recuperación de la dignidad, el del retomar del coraje, el de la asunción del propio destino. Chamberlain debe ser destituido. El día siguiente la única cosa que se le podrá ofrecer al país, a la manera de Churchill, será “sangre, sudor y lágrimas”. Lo que viene es la batalla aplazada, la arruga putrefacta que corrieron las remendonas. Veremos si de las posiciones alcanzadas se dedican a transigir, a acomodarse, a comportarse con discreción y como “chicos buenos” que se dedican a enrollar trompos o a jugar “damas chinas”. En el fondo importa poco lo que hagan. Si el país sabe como hacer, poco importarán. Si el país vota masivamente con las tarjetas de grupos independientes, de partidos menores no enlodados y hasta con las de aquellos que hayan dado muestras de no participar en los acomodos perversos, pues ya se les habrá pasado el preaviso de despido y los electos o corren o se encaraman. Eso hará más fácil el día siguiente, uno que entonces comenzaríamos a dejar de llamar “el de las remendonas” para comenzar a llamarlo el día en que el país despertó.

Así el día siguiente sería más fácil desde el punto de vista de la nueva conducción, pero que será un día muy difícil, un día tremendo en el cual sabremos si debemos abandonar toda esperanza, como lo indica el letrero a la entrada del infierno, o si sobreviven algunos genes de grandeza para marchar a la resistencia frente a la tiranía. El día siguiente no es en realidad el día siguiente, es en realidad el tiempo siguiente. Así como le expliqué a una lectora que el segundo al cual convocaba a mi país a un Paro Cívico Nacional de reflexión no era un segundo ubicable en el tiempo-espacio, así el día siguiente no es el 24 de noviembre, es el tiempo que comienza inmediatamente después. Un día largo que puede ser de meses y quizás de años, un día con eclipse, un día con los demonios desatados, un día donde hasta Virgilio tendrá dificultades para conducir al poeta entre las pailas y luego sacarlo para permitirle que escriba en el nuevo idioma.

Hay un día siguiente. Ya el país no puede dejarlo a la indeterminación, a la abulia, en malas manos. El día siguiente debe ser el de nuestra intervención sobre el espacio geográfico todo que compartimos y sobre el tiempo que nos mide. El día siguiente no puede ser de las remendonas. El día siguiente debe ser el de los ciudadanos que se aprestan a rescatar la dignidad y a construir una democracia de justicia.

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