Opinión Nacional

El diputado mayor

Acuña y Zambrano. Así, con esos «pellides» comienza y termina la lista de
los 165 Diputados electos que habrán de integrar la recién parida Asamblea
Nacional. En mis registros de nombres, por mucho que lo he buscado, no hallo
a ningún «Miquilena, Luis». ¿Será que he cometido algún error cuando armé la
data en un archivo de Excel? Aclaro que me surtí de los resultados oficiales
anunciados por el CNE, y juro por los restos de mi padre que no inventé
nombre alguno, y no me hice la vista gorda con ninguno, a pesar que varios
de ellos (en alarmante cantidad) aparecieron ante mis ojos como personajes
de escasa actividad neuronal. Pero a Luis El Don, el único e incomparable
patriarca de la gesta quiontorepublicana, a ese señor no lo encuentro por
ninguna parte. Así las cosas, la mente de esta escribidora de oficio no
consigue entender por qué cada vez que mis manitas utilizan el control del
televisor para encenderlo y pasear por los canales, siempre aparece el
augusto Don dictando cátedra y dando declaraciones de todo género, índole y
color sobre la organización que habrá de tener el nuevo Parlamento. Con
estos ojos y oídos que han de paladear los gusanos cuando yo tenga a bien
dedicarme a la contemplación de las margaritas desde abajo, lo he visto y
escuchado decidir quién va para qué cargo, cómo habrán de distribuirse los
señoritos en los «pupitres» del Palacio Legislativo, e imagino que hasta
cuántos minutos podrá disponer cada cual para exponer sus apreciaciones
sobre tal o cual asunto «de supina relevancia para el país nacional». En
síntesis, lo que veo hasta ahora, es Don Luis fungiendo como dios de dioses,
mandando más que un dinamo, cual santero mayor en oficio de María Lionza en
plena tropicalidad de Sorte.

Entretanto, al Diputado Lara, quintaesencia de la épica revolucionaria, con
sus pocos votos a cuestas, y ungido en Presidente (ni él mismo se lo cree),
lo veo cantinfleando y tratando de no contradecir ni en las comas a sus
únicos dos jefazos, Esteban de Jesús y Luis Don de Dones. Las palabras de
Don Luis, «no hay nadie ni nada definitivo», retumban en sus tímpanos. «Ojo»
, se dice a sí mismo. No vaya a ser que termine saliendo como corcho de
limonada antes que pueda disfrutar de ese placer inconmensurable de tener un
chofer de camisa almidonada que lo llame «Dotol» y esté siempre presto a
cumplir con su deber, incluyendo la búsqueda de los ingredientes para hacer
el fororo que se degustará en la noche, cuando este guerrero leal llegue a
sus aposentos luego de una larga jornada de tarea republicana. Porque nada
como el fororo para calmar la acidez que produce ese café recalentado y esa
jerigonza que habrán de regalarle los estúpidos ilustrados, esos carricitos
de Primero Justicia. Nada como el fororo para olvidar la periquera de
Lilianita, la fiera esa que habla más que radio prestado.

Murió la Asamblea Constituyente, se extinguió el Congresito, y Luis El Don
se apropia con el notable descaro que lo caracteriza de la nueva Asamblea
Nacional. Que jefe es jefe, manque tenga cochochos… Quítense la careta,
y póngalo en la lista del Parlamento de la República Bolivariana de
Topocholandia, que al fin y al cabo, es el Diputado Mayor…

Comunicador Social

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