Opinión Nacional

El dogma del árbitro infalible

La infalibilidad papal es un dogma de fe que establece que el supremo pontífice es inmune de cometer un error cuando promulga una decisión en materia doctrinaria. Como toda verdad absoluta, ninguna discusión se permite dentro de la iglesia una vez se hace pública una disposición de esta naturaleza y la misma debe ser acatada incondicionalmente. Esta reliquia eclesiástica data del Concilio Vaticano I (1870). Esto indica que por casi dos mil años el Papa no era infalible. Ahora de repente en Venezuela se ha aparecido una «papa» femenina personificada en la figura de Tibisay Lucena, cabeza visible del CNE. Esta nueva figura teológica electoral es una verdadera «papa caliente».

El dogma del árbitro infalible es corolario del credo según el cual «el fraude es imposible» porque “el sistema electoral venezolano es perfecto». Esta falsedad fue convertida en el rosario que rezaba a diario el equipo técnico de la Oposición cada vez que alguien tocaba el tema del fraude. El fraude era y sigue siendo innombrable. Es una «leyenda urbana», según las beatas del equipo técnico. Mencionarlo es pecaminoso y sus portadores deben ser excomulgados. Para agregar injuria a la ofensa, Chávez y el CNE se encargaron de fustigar a diario a Capriles exigiendo que debía aceptar sin chistar la decisión del árbitro. Lo increíble fue que lo lograron cuando Juan José Caldera -el mismo que apareció recibiendo dinerillos- firmó el acuerdo sin autorización de Capriles. ¿Por qué fuimos tan inocentes? ¿Quién nos lavó el cerebro? ¿Por qué todavía hay opositores que se ofenden y sonrojan cuando oyen la palabreja «fraude», como si fuera una insolencia? ¿Por qué hemos sido tan pendejos? ¿Por qué no desautorizaron públicamente a Caldera cuando firmó en el CNE un compromiso tan grave a espaldas del candidato?

De nuevo funcionó el funesto «síndrome del candidato sumiso», una suerte de «Síndrome de Estocolmo» electoral que aparece al cierre de las elecciones presidenciales capturando la mente del candidato de la Oposición. Al igual que Rosales, Capriles aceptó la derrota antes de revisar las actas de escrutinios, mientras según los mismos chavistas aun había gente votando. Apresuradamente el equipo técnico de la Oposición que prepara los números del conteo rápido, repitió su jugada del 2006 recomendando que el candidato capitulara apresuradamente. Manuel Rosales no conocía la existencia del síndrome de marras, pero Capriles fue alertado públicamente en dos artículos que publiqué antes de las elecciones. Tal vez sus asesores se los ocultaron.

El 7-O se hizo una campaña de recolección de datos sobre violaciones al reglamento electoral a través de Transparencia Venezuela. Estos datos que conformaban un expediente útil para impugnar los resultados no fueron utilizados por el Comando Venezuela. Este mismo Comando recibió ese día directamente una gran cantidad de denuncias, pero no le pararon. El candidato seguramente estaba muy ocupado en medio de una campaña épica, pero algún asesor le ha debido comentar sobre esos reclamos y sugerir una revisión antes de conceder derrota.

Al rendirse, Capriles explicó que habían dado su «palabra» de aceptar la decisión del árbitro. Este «acuerdo» equivale a un «auto suicidio», según el diccionario de Carlos Andrés Perez. No se debe firmar un cheque en blanco a un estafador conocido. El CNE no es infalible. Esta jugarreta no debe ser aceptada más nunca.

Capriles como líder de la oposición debería reorganizar este procedimiento capcioso que ejecuta el Comité Técnico convirtiéndose en el gran elector. Modestamente le propongo que comience por reemplazar algunos miembros de ese equipo que se han convertido en voceros del CNE y han cohonestado las decisiones desventajosas que ha tomado ese organismo. Capriles es un hombre joven y excelente candidato que aun tiene mucho que dar y experiencia que ganar. Su campaña electoral fue encomiable pero a la hora de la verdad falló en la defensa del voto, por la mala asesoría recibida. Si hace un reajuste del equipo técnico corrigiendo las deficiencias en el control del conteo rápido y la toma de decisiones a la hora del cierre seguramente tendrá tardes mejores en el futuro.

Las decisiones del CNE son impugnables en caso que existan sospechas fundadas de fraude. Ningún candidato puede «dar la palabra» sin saber a priori si va a haber violaciones importantes a los estatutos electorales. Estos recelos estuvieron presentes el 7-O y existían suficientes evidencias para documentarlos. Incluso, antes de las elecciones nuestro candidato dijo: «El gobierno siempre esta tramando triquiñuelas». El mismo Ramón Guillermo Aveledo emitió una frase lapidaria al decir «El presidente tiene un profundo déficit de escrúpulos». Dadas estas afirmaciones, ¿Cómo se le dio carta blanca a la palabra del CNE, que es un apéndice de Chavez?. Ese organismo es su Ministerio de Elecciones y obedece sus órdenes, por lo tanto sus decisiones no pueden aceptarse como un acto de fe. No se puede asentir con los ojos cerrados y sin revisión los resultados emitidos por este organismo subalterno de un gobierno tramposo que juega con dados cargados. Se han debido impugnar los resultados del CNE y pedir un conteo manual del 100% de las cajas antes de aceptar los resultados. Esta es la lección para un futuro exitoso.

 

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