Opinión Nacional

El drama de Capriles

A Henrique Capriles, le han encaramado una pesada camándula que en vez de ayudar, oprime. Se le ha hecho entender que tiene que ganar las elecciones presidenciales de octubre 7, porque no hay otra opción digerible. Tiene que arriesgar en ello todo su capital político en algo parecido al eslogan castrista «patria o muerte». Es como si una derrota de Capriles fuera peor para él que para el país. Si es derrotado, el país continúa, pero no él. A esta disyuntiva podría llamársele trampa crepuscular.

A Capriles algunos pretenden endilgarle la misión de ser el gran restaurador. Esto es un grave error. El pasado grandioso de la democracia venezolana terminó hace más de 30 años, cuando Capriles tenía unos 10 años de edad. Hoy la gran mayoría de la población no conoció ese pasado, y sí conoce la decadencia posterior, incluyendo la descomunal actual. Cuando Capriles habla de futuro se está refiriendo a una esperanza superior al socialismo bodeguero que en esencia propone toda esta casta gobiernera que no entiende más allá que posponer día por día su fatal caída. Dijeron que en 30 años cambiarían al país, y en los 14 que llevan arrollando todo ya dejaron claro que el nuevo país que quieren es uno arruinado, sin esperanzas y sometido.

A Capriles se le critica. Toda persona es criticable. Pero es mucho menos criticable que el candidato del gobierno, quienquiera sea, y menos también que algunos dirigentes democráticos que se esfuerzan demasiado en montar el portaaviones más que alimentar las máquinas.

Algunos, por ahí, que dicen ayudar, más bien deprimen. Y otros aspirarían a ser eventuales sustitutos o convertirse en tercera opción. La política no es fácil para nadie. Y lo es menos aún en circunstancias en que algunos o muchos gobierneros y demócratas giran más alrededor de las oscilaciones de corto plazo del clima electoral, o de los vaivenes en los flujos financieros. Incluyendo a quienes en la escena internacional juegan con Venezuela como si fuera un pieza manipulable con miras a ganancias vecinales o continentales.

Pero Capriles no es el restaurador. Yo no lo veo. Quienes quieren obligarlo a ser algo así, saldrán decepcionados. Fue vicepresidente del último Congreso democrático, como diputado de Proyecto Venezuela.

Se exasperaba en las sesiones que giraban alrededor de nada. Como alcalde de Baruta hizo obras útiles y fue clave para pacificar los exaltados de Chuao el 12 de abril de 2002. Migró de Proyecto Venezuela a Primero Justicia, y luego se abstuvo de migrar hacia otras opciones partidistas. Como gobernador ha cumplido una labor que muchos reconocen como positiva. Capriles no es ni restaurador ni perdedor. Si sigue como va, con algunos ajustes que en mi opinión pueden ser necesarios, debe ganar la voluntad popular.

Otra cosa es ganar la voluntad registrada electoralmente. Aunque observo que en este terreno, las fuerzas políticas tendrán que girar a su favor en aras de la democracia. De todas formas, los esfuerzos tienen que aplicarse en ambos planos. Es decir, el popular, de respaldo, y el de la fuerza política requerida para asegurar el triunfo. El tema es crucial y complejo. Afortunadamente, los actores predominantes en la escena muestran muchos signos de volcarse a su favor, por encima de las tumbas, como diría Rómulo Betancourt.

 

 

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