Opinión Nacional

“El ejercito iluminado”, 2006

“Pues a mi me vale madre si no fuiste a la escuela/ y también me vale madre si tu tienes orzuela/ me vale madre si tu tienes piojos/ o si por necesitarte tú me sacas lo ojos”/ Canción. La invasión de los blátidos. *

El valemadrismo es una enfermedad que se contrae cuando la gente, o bien, quiere olvidar por conveniencia, por mera e infantil irresponsabilidad o sencillamente, se siente incompetente para cumplir algún compromiso vital, que presume, lo va a superar. En principio es muy mexicano, aunque, mucha de nuestra gente en el continente también sufre la misma sintomatología, David Toscana, la delata en su novela, “El ejercito iluminado”, 2006. Esta obra tiene vida en tres planos, el primero tiene que ver con la esencia y alma del personaje central de la trama el maestro de escuela, Ignacio Matus, empedernido y animoso ser humano que vive y suda su responsabilidad con la idea de recuperar para su patria mexicana el territorio de Tejas. Estado que robaron los americanos, a México, en una de las tantas afrentas que nos han infringido, el atraco fue consumado según el Tratado de Velazco (que Santa Anna firmó, sin facultad alguna, en 1836 con el presidente tejano David Burne, por el cual, el general y presidente mexicano se comprometía a retroceder al margen del río Bravo, la marca del nuevo limite territorial de su país).

Sobre este, vigente e infamante episodio, y, mas aún, afrentoso dicterio, son muchos los que hoy, todavía, confiesan que el atropello, les vale madre. Uno de tantos, es el director de la Escuela adonde trabaja el maestro atus; y, cuando le da su carta de despido, en tono de consejo le dice al díscolo maestro, (Pág. 24): “Sus ideas no van con los tiempos, no es correcto despertar en los alumnos inclinaciones a la violencia. No son mis ideas, dice Matus, están en al himno nacional, cada lunes les hacemos jurar que son soldados prestos a luchar contra el enemigo”. Sigue: “Arechavaleta lo acuso de estar convirtiendo la escuela en nido de comunistas. No había necesidad de hablarles sobre esa guerra ni hacer pasar a los Estados Unidos como nuestro enemigo, bastaba con relatarles que Santa Anna les vendió el territorio; es mas sano odiar a un presidente muerto que a nuestros vecinos del norte”. O sea, que le vale madre el patriotismo de Matus.

Para este director, Matus, nos ni mas ni menos que un pinche maestrito.

La novela busca curar la gente de esa enfermedad, mirándola como una tara genética, que David Toscana, hace contraponer con las firmes, dulces, inocentes y realmente bautismales criaturas, que son los delirantes personajes de su Ejercito iluminado. Guiados por el irreverente y antiyanqui maestro Matus, resultan ser los únicos sensibles y capaces de sentirse responsables, aún en su difusa e invertebrada conciencia, por la recuperación de un territorio ocupado y violentado por los gringos.

La aturdida epopeya ensaya un sumario en que se alude al estado del arte político y moral de un país, que sobrevive a casi setenta años del control del PRI, hoy, es una nación que intenta reconstruirse, pero no tiene ni partidos, ni lideres. Pueblo que consume un lagar maléfico para nutrir esa enfermedad del valemadrismo, especie de combustible para impulsar, entre otros vehículos, un TLC alimentado con NAFTA, que protege el insolente muro de la frontera, infamante mole, que ellos, parece, quieren exiliar de su conciencia.

Aquí el escritor pasa al segundo plano de su novela, para narrar con el mas bello estilo que permite el absurdo y la poesía, cómo este singularisimo maestro, organiza con cinco niños, que exhiben retraso mental, un comando de surrealistas inundados de inocencia y gran pudor por sus bienes territoriales y su historia. Son: Comodoro, Azucena, El Milagro, Ubaldo y Cerillo. Su única, precisa y clara misión es recuperar Texas, cuenta su estrategia, con el comando de su maestro, quién con la fuerza y terquedad infinita de su recalcitrante antiyanquismo, mantiene como suya la grave afrenta nacido por la invasión de su país y que, arrastra como un motivo muy íntimo.

Armada de iluminados, que en su lógico infantilismo, le sobran sueños y heroísmo, grupo que sin proponérselo, debería producir culpabilidad y pena al realismo acomodaticio de aquellos a quién su país les vale madre. Son soldados cuya pureza y ejemplo, debe producir dolor a quienes juegan a quemar la triste memoria de su poca gallardía ante los retos de un vecino que diariamente los agrede. Aquellos que escogen o prefieren o animan una invasión extranjera antes que enfrentarse con honores a los desmanes de un imperio que por casi doscientos años nos sigue atropellando.

La campaña de Matus, antes de comenzar ya está signada por la derrota, solo exhibe como escudo, su honrosa e infantil propuesta para lanzarse al “topo a todo”, que les haga a sus niños perder algo de su inocencia. Pero qué, a nosotros, cual testigos, a este punto de la novela ya nos tiene gritando: ¡! Matus ¡!…. No te rajes … tu eres la única cifra en esa emocionada utopía.

Matus es un adulto ordenado, marcado por simples y reiteradas rutinas, una de ellas jugar al dominó, pero desaparece un compañero de partida y tiene que acudir al Gordo Comodoro como suplente, la hace ver al niño débil, que en el dominó, para ser buen jugador, no importa mucho el cerebro, sino la habilidad manual. Terribles opciones, pues Comodoro ni comprende ni ejecuta los movimientos requeridos, el resultado va de lo caótico a lo humorístico luminoso, propio de su lenguaje infantil para explicar su fracaso en la jugada.

La novela esta situada en 1968 y sobre entiende, que la locura de la matanza de Tlatelolco ya ha sucedido, eso, enciende la mente de Ignacio Matus, en sus dos pasiones, dos heridas y un solo sentimiento de frustración. Primero, desarrolla un desquiciado y reiterativo, casi esquizoide silogismo, que le autoafirma en su estrafalaria visión de que 44 años antes, en un “domingo 13 de julio de 1924: otra fecha que Matus no habrá de olvidar. El reloj de la catedral marca las 7:59 de la mañana y el programa olímpico dice que dentro de un minuto, se dará en París el disparo de la salida de los corredores del maratón” (Pág. 46) En paralelo, él, hace su maratón, con reglas y normas propias en Monterrey. Sabe que en París, el favorito es un maratonista estadounidense llamado Clarence del Mar, quién gana; Matus, hace su recorrido de los 42 kilómetros en Monterrey, aprecia que el gringo lo despojó allá de la medalla en esa competencia olímpica de Francia. Nunca ceja en su empeño de quererse demostrar que el despojo fue real y emprende campaña para recuperar esa medalla. Otra ensoñación.

Tercer plano: el ejército. Son jóvenes o adolescentes con cierto grado de atraso mental, »si bien ellos saben que su mente no les da para ser poetas o escribir, tienen un espíritu soñador muy desarrollado, por lo mismo se sienten presos en ese lugar” (la escuela), hasta que alguien les consigue un fantasía. Son soñadores, con un mundo inexistente y una forma de verbalizarlo que de simple y pura, destila poesía. Tanta, que al cruzar un río Comodoro recomienda tirar la gelatina que hay en su mochila, “así el agua se hará sólido y podremos atravesar hasta el otro lado” (Pág. 136) Azucena responde con rapidez, pero solo ve como vuela el polvo en el viento. Este ejército invasor de la nada, que solo porta sueños no armas, formado por un puñado de seres retardados y luminosos dispuestos a entregar lo único que les queda, la vida, son: un gordo notable, que al no triunfar en el dominó, se mete en el bolsillo una ficha que llama la iluminada que comenzará a utilizar como amuleto, la bella Azucena, su esposa que cambiará su muñeca por la espada, que es princesa y guerrillera sin saberlo, un artista extático, un milagro tembloroso, que se sabe inmortal, rodó en un carro por un barranco, todos murieron menos él; un niño aletargado, todo de blanco, con algo de angelical. Todos en marcha hacia la frontera cuyo único destino es el delirio signado por leyes de un código muy ampulosa lleno de espejismos.

Este ejército es un cuerpo sujeto al control de la carencia, que apoya este onírico cuento de héroes de escuela, sin futuro, sin miedos, sin control de la realidad, pero inundados de autenticidad que solo buscan en una insólita y simpática aventura de gloria y de honor, recobrar lo perdido ignominiosamente en 1836.

En síntesis, la ironía y el humor son factores clave en toda la novela, y el lector no dejará todo el tiempo de esbozar una sonrisa o de reír o de carcajearse, según sea el caso y según el metro de su propia sensibilidad e inteligencia. Muy difícil debe ser a los críticos y expertos literatos clasificar esta novela adonde todo está por suceder y no sucede, pero al final sabemos que si.

Su tema me parece único, solo sabemos que nos deslumbra y fascina, el hecho es que esta obra no tiene ningún parecido con ninguna de las novelas con las cuales compitió en el ultimo certamen de Novela Internacional del Premio Rómulo Gallegos 2007. Dicho sea, la novela de Toscaza, fue declarada por el jurado como una de las obras finalistas.

Referencias:
David Toscana, (2006). El ejercito iluminado. México, Editorial Tusquets

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